/ miércoles 24 de marzo de 2021

La emancipación política

“No es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura”, Mary Beard.

A estas horas han cerrado ya los registros de las candidaturas y de la oferta política a presentar de forma local y nacional por parte de los partidos políticos, para un proceso electoral en el que en Sinaloa se disputan 24 diputaciones de mayoría relativa, 16 de representación proporcional, 18 presidencias municipales, 153 regidurías, 18 sindicaturas, 7 diputaciones federales de mayoría relativa, las asignaciones de las listas de las mismas por la vía de representación proporcional y la máxima posición del poder en el estado: la gubernatura.

Estos registros llevados de manera casi tortuosa, administrando hasta los segundos, dejan ver las grandes limitaciones de los institutos políticos respecto de su vivencia de la democracia interna, que sigue a merced de los cacicazgos, el chapulineo de la clase política, la falta de relevo generacional, los intereses de instituciones, los económicos, y algunos otros.

Más allá de la pandemia, estamos frente a una elección única e histórica visto desde varias perspectivas de inclusión: la obligatoriedad jurídica a través de acciones afirmativas para personas indígenas, afromexicanas, personas con discapacidad, de la diversidad sexual y la participación paritaria de las mujeres son avances que se implementan por primera vez, pero son precisamente las mujeres, a través de su lucha histórica, las protagonistas de esta revolución electoral.

La expectativa de la fiesta democrática de las mujeres mostró, desde los primeros días de la reforma de 2019, las resistencias y obstáculos en las que activistas, magistradas, colectivos y muchas mujeres –y también aliados- hicieron frente a través de litigios, promociones de lineamientos y acciones afirmativas, pero, duele decirlo: la paridad se perdió en las mesas de negociación, ocupadas por los varones, donde los equilibrios para la verdadera inclusión resultaron en un intercambio de intereses propios donde las mujeres tuvieron que enfrentar una batalla más.

La estructura hegemónica de la autoridad patriarcal mostró la lejanía de la norma con la autoridad normada, que prevaleció en todo momento en las mesas de acuerdos y diálogos, donde el espíritu ético de la democracia de que quien gana no avasalla –para dar así cabida a una inclusión efectiva– quedó convertido en mito.

De esta manera las mujeres, como colectivo, solo llegamos a obtener una representación de una candidata a la gubernatura, y no tuvimos oportunidad en las grandes coaliciones y en municipios grandes del estado; este el tamaño del problema, pero también un reto de trabajo en conjunto para quienes pese a la adversidad libraron los obstáculos. Vaya en ello un reconocimiento a todas las valientes que enfrentaran esta segunda fase de la batalla, ahora en terreno.

El desafío de la paridad se centra en llegar a la feminización de la política, donde las estructuras, las voces y la agenda de proyecto tenga rostro de mujer: ser capaz de desarticular el poder. Y solo es posible hacerlo desde la emancipación política de las mujeres, que les permita liberarse de la subordinación persistente en el terreno político.

Empoderar y emancipar no son un mismo proceso. Emanciparse es un primer acto de la libertad, en este caso la política, que nos permite desnaturalizar y desprenderse de pequeños privilegios individuales para lograr ser dueñas del capital propio, liberar las estructuras y empoderarse. Ser libres para ejercer de manera verdadera el poder.


“No es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar la estructura”, Mary Beard.

A estas horas han cerrado ya los registros de las candidaturas y de la oferta política a presentar de forma local y nacional por parte de los partidos políticos, para un proceso electoral en el que en Sinaloa se disputan 24 diputaciones de mayoría relativa, 16 de representación proporcional, 18 presidencias municipales, 153 regidurías, 18 sindicaturas, 7 diputaciones federales de mayoría relativa, las asignaciones de las listas de las mismas por la vía de representación proporcional y la máxima posición del poder en el estado: la gubernatura.

Estos registros llevados de manera casi tortuosa, administrando hasta los segundos, dejan ver las grandes limitaciones de los institutos políticos respecto de su vivencia de la democracia interna, que sigue a merced de los cacicazgos, el chapulineo de la clase política, la falta de relevo generacional, los intereses de instituciones, los económicos, y algunos otros.

Más allá de la pandemia, estamos frente a una elección única e histórica visto desde varias perspectivas de inclusión: la obligatoriedad jurídica a través de acciones afirmativas para personas indígenas, afromexicanas, personas con discapacidad, de la diversidad sexual y la participación paritaria de las mujeres son avances que se implementan por primera vez, pero son precisamente las mujeres, a través de su lucha histórica, las protagonistas de esta revolución electoral.

La expectativa de la fiesta democrática de las mujeres mostró, desde los primeros días de la reforma de 2019, las resistencias y obstáculos en las que activistas, magistradas, colectivos y muchas mujeres –y también aliados- hicieron frente a través de litigios, promociones de lineamientos y acciones afirmativas, pero, duele decirlo: la paridad se perdió en las mesas de negociación, ocupadas por los varones, donde los equilibrios para la verdadera inclusión resultaron en un intercambio de intereses propios donde las mujeres tuvieron que enfrentar una batalla más.

La estructura hegemónica de la autoridad patriarcal mostró la lejanía de la norma con la autoridad normada, que prevaleció en todo momento en las mesas de acuerdos y diálogos, donde el espíritu ético de la democracia de que quien gana no avasalla –para dar así cabida a una inclusión efectiva– quedó convertido en mito.

De esta manera las mujeres, como colectivo, solo llegamos a obtener una representación de una candidata a la gubernatura, y no tuvimos oportunidad en las grandes coaliciones y en municipios grandes del estado; este el tamaño del problema, pero también un reto de trabajo en conjunto para quienes pese a la adversidad libraron los obstáculos. Vaya en ello un reconocimiento a todas las valientes que enfrentaran esta segunda fase de la batalla, ahora en terreno.

El desafío de la paridad se centra en llegar a la feminización de la política, donde las estructuras, las voces y la agenda de proyecto tenga rostro de mujer: ser capaz de desarticular el poder. Y solo es posible hacerlo desde la emancipación política de las mujeres, que les permita liberarse de la subordinación persistente en el terreno político.

Empoderar y emancipar no son un mismo proceso. Emanciparse es un primer acto de la libertad, en este caso la política, que nos permite desnaturalizar y desprenderse de pequeños privilegios individuales para lograr ser dueñas del capital propio, liberar las estructuras y empoderarse. Ser libres para ejercer de manera verdadera el poder.