/ miércoles 2 de marzo de 2022

La culpa no era como vestían…

La expectativa de un siglo más humano está rota. Contrario a lo que habíamos pensado sobre los avances académicos, tecnológicos, desarrollo humano y de consolidación de derechos del siglo XXI nos darían un clima de mayor paz y por tanto, de menor violencia estalla al ver el aumento en el monitoreo mensual de la violencia de género contra las mujeres, así como estalla ante la incredulidad del mundo la guerra en Ucrania.

Las mujeres, sin importar su edad, enfrentan cotidianamente la guerra entre el espacio de lo público. Para pertenecer y hacer suyo ese espacio, hay que pasar una aduana: que les exige horario, comportamiento y vestimenta para garantizar su tránsito con seguridad. Esta visión que las encasilla como agentes extrañas a su propio territorio, en las que el acoso, el hostigamiento y el abuso sexual son la norma.

Esto es exactamente lo que nos refrenda lo sucedido en la preparatoria Sandino en Culiacán, en el que las autoridades de la escuela tomaron medidas que consideraron preventivas para la violencia que sufren las estudiantes dentro y fuera de su entorno escolar, exigiendo y revisando un código de vestimenta que aplica en exclusiva para las mujeres: un largo de falda, un short obligatorio, que además debe ser color negro. Muchas de estas acciones son replicadas en escuelas públicas y privadas, así que poco importa en ahondar sobre una escuela en particular, si no en el hecho y sus fundamentaciones.

El señalamiento a la directora, con base en las grabaciones a sus dichos sobre la responsabilidad que da a las estudiantes sobre la correlación entre la vestimenta y los delitos de violación, abuso sexual y acoso en las calles es inverosímil. Sobre todo, sobre la manera en la que revictimiza a quienes han sido agredidas en este tipo de violencias, y por como se posiciona la escuela en torno a lo que ocurre y el cómo pretende prevenirla.

La sensibilización a las autoridades escolares, sociales y públicas, especialmente donde existe mayor vulneración en sus derechos más fundamentales y la garantía de una vida libre de violencia a las mujeres, es un compromiso pendiente que corresponde ejecutar a las autoridades estatales y municipales con prontitud. La visión desde la perspectiva de género es entender el entorno social, y generar protocolos para que los agresores sean el foco de atención, y que los potenciales agresores tengan conocimiento y oportunidad de cambio en su comportamiento misógino, machista y violento.

Se que las autoridades de las escuelas piensan que hacen lo correcto, pero se equivocan, su falta de acompañamiento en jornadas preventivas de campañas de sensibilización y capacitación sobre lenguaje y comunicación no violenta, acoso, hostigamiento, abuso sexual y violación son un claro ejemplo de que no asumen a cabalidad el compromiso de salvaguardar a las mujeres dentro y fuera. El nulo conocimiento de la comunidad estudiantil sobre las sanciones y alcances a estas conductas y las modalidades en las que se presentan estas violencias: física, psicológica, verbal y ahora también digital deja en vulnerabilidad a las víctimas.

Equivocan también la exigencia las escuelas, al estado deben exigir vigilancia en los horarios de entradas y salidas, la iluminación y medidas como botones de pánico cercanos, subsidio y apoyo para instancias de denuncias al interior y la garantía de resguardo cuando la victima se enfrente una situación de inseguridad o se sienta insegura derivado a sospechas fundadas.

Las escuelas deben ser espacios seguros para las mujeres y no terrenos de disputas, su posición no es de entenderse como una frontera ante la violencia en el ámbito público o privada, ni de aduana que exige y carga de culpa a las víctimas, es de proporcionar el espacio de salvaguarda, y de cambio social que les corresponde.

A casi dos años de la marcha parteaguas contra la violencia de género contra las mujeres seguimos cantando la letra del colectivo Las tesis, que se ha convertido en un himno: “…y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía…el violador eras tú”

La expectativa de un siglo más humano está rota. Contrario a lo que habíamos pensado sobre los avances académicos, tecnológicos, desarrollo humano y de consolidación de derechos del siglo XXI nos darían un clima de mayor paz y por tanto, de menor violencia estalla al ver el aumento en el monitoreo mensual de la violencia de género contra las mujeres, así como estalla ante la incredulidad del mundo la guerra en Ucrania.

Las mujeres, sin importar su edad, enfrentan cotidianamente la guerra entre el espacio de lo público. Para pertenecer y hacer suyo ese espacio, hay que pasar una aduana: que les exige horario, comportamiento y vestimenta para garantizar su tránsito con seguridad. Esta visión que las encasilla como agentes extrañas a su propio territorio, en las que el acoso, el hostigamiento y el abuso sexual son la norma.

Esto es exactamente lo que nos refrenda lo sucedido en la preparatoria Sandino en Culiacán, en el que las autoridades de la escuela tomaron medidas que consideraron preventivas para la violencia que sufren las estudiantes dentro y fuera de su entorno escolar, exigiendo y revisando un código de vestimenta que aplica en exclusiva para las mujeres: un largo de falda, un short obligatorio, que además debe ser color negro. Muchas de estas acciones son replicadas en escuelas públicas y privadas, así que poco importa en ahondar sobre una escuela en particular, si no en el hecho y sus fundamentaciones.

El señalamiento a la directora, con base en las grabaciones a sus dichos sobre la responsabilidad que da a las estudiantes sobre la correlación entre la vestimenta y los delitos de violación, abuso sexual y acoso en las calles es inverosímil. Sobre todo, sobre la manera en la que revictimiza a quienes han sido agredidas en este tipo de violencias, y por como se posiciona la escuela en torno a lo que ocurre y el cómo pretende prevenirla.

La sensibilización a las autoridades escolares, sociales y públicas, especialmente donde existe mayor vulneración en sus derechos más fundamentales y la garantía de una vida libre de violencia a las mujeres, es un compromiso pendiente que corresponde ejecutar a las autoridades estatales y municipales con prontitud. La visión desde la perspectiva de género es entender el entorno social, y generar protocolos para que los agresores sean el foco de atención, y que los potenciales agresores tengan conocimiento y oportunidad de cambio en su comportamiento misógino, machista y violento.

Se que las autoridades de las escuelas piensan que hacen lo correcto, pero se equivocan, su falta de acompañamiento en jornadas preventivas de campañas de sensibilización y capacitación sobre lenguaje y comunicación no violenta, acoso, hostigamiento, abuso sexual y violación son un claro ejemplo de que no asumen a cabalidad el compromiso de salvaguardar a las mujeres dentro y fuera. El nulo conocimiento de la comunidad estudiantil sobre las sanciones y alcances a estas conductas y las modalidades en las que se presentan estas violencias: física, psicológica, verbal y ahora también digital deja en vulnerabilidad a las víctimas.

Equivocan también la exigencia las escuelas, al estado deben exigir vigilancia en los horarios de entradas y salidas, la iluminación y medidas como botones de pánico cercanos, subsidio y apoyo para instancias de denuncias al interior y la garantía de resguardo cuando la victima se enfrente una situación de inseguridad o se sienta insegura derivado a sospechas fundadas.

Las escuelas deben ser espacios seguros para las mujeres y no terrenos de disputas, su posición no es de entenderse como una frontera ante la violencia en el ámbito público o privada, ni de aduana que exige y carga de culpa a las víctimas, es de proporcionar el espacio de salvaguarda, y de cambio social que les corresponde.

A casi dos años de la marcha parteaguas contra la violencia de género contra las mujeres seguimos cantando la letra del colectivo Las tesis, que se ha convertido en un himno: “…y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía…el violador eras tú”