/ jueves 16 de diciembre de 2021

La “Ambición de la Tiza”, el gran legislador y los contrapesos en el estado de derecho

Nuestra democracia se resiente por la falta de algunos o varios de los contrapesos que todo Estado de Derecho debe tener disponibles para contener el abuso de poder y muchos ciudadanos queremos ver una oposición actuante, fuerte, vinculada con los intereses y demandas de los diferentes sectores de la población. Hay oposición en el país, aunque disminuida, aletargada y débil en los órganos representativos, pero ciertas instituciones del Estado que resisten y representan un contrapeso democrático a los poderes abusivos. El poder judicial es uno de ellos.

Así como hay un caudillo en la presidencia de la república, que tiene sometida a una parte de nuestro Congreso y disminuidos ciertos órganos constitucionales autónomos, y otros reguladores, se piensa también que la oposición debe tener un líder -o varios- que aglutinen a una parte de la población en torno a las exigencias y rumbo al que deba dirigirse el país en los próximos años. Esos nuevos liderazgos aún no se manifiestan con fuerza, pero deben irse perfilando ahora, si no se quiere una continuidad tan dañosa del grupo político que actualmente domina y gobierna en el país. Se necesitan candidatos, buenos candidatos y no personas “puras”, porque nos pasaremos eternamente como Diógenes deambulando por las calles de la ciudad, con un candil encendido en pleno día, buscando a la persona químicamente pura, a la persona químicamente “honesta”.

El adjetivo cándido viene del latín candidus (blanco brillante, blanco resplandeciente, radiante y referido a cualidades morales, franco, leal, limpio moralmente, sincero y sin mancha). En la antigua Roma, la candida era la vestimenta blanca con la que debía presentarse a la asamblea el aspirante a un cargo político, una vez pasados los controles morales a que se sometía (un candidato en teoría no podía tener antecedentes de vida licenciosa, ni haber dilapidado una herencia o cosas similares). Los ciudadanos que optaban a ser cónsules debían ir vestidos durante la campaña electoral con una toga blanca, "candida", tanto para ser identificados por los electores como para indicar que eran unos perfectos ciudadanos cumplidores de todas sus obligaciones. En el ritual político romano, los candidatos debían cambiar su habitual toga por una túnica blanca (candida) con la que se exhibían públicamente para manifestar la pureza y la honradez esperables en los hombres públicos. Candidatus, es el participio de candidus, que significa ‘blanco brillante’, ‘pureza’, pero también, ‘sencillo’, ‘ingenuo’, ‘benévolo’, ‘sin malicia ni doblez’; con el mismo sentido de “sinceridad, sencillez y pureza de ánimo” de la palabra en latín.

No se busca a nadie químicamente puro, pero tampoco se trata de encontrar a un cínico. Non novum sum sole, nada nuevo hay bajo el sol, decían los latinos, y en verdad que de la historia antigua podemos seguir sacando lecciones. En una de sus sátiras, el joven poeta latino (murió a los 28 años), de formación estoica Aulo Persio Flaco, al resaltar la importancia de la educación y dirigirse contra los aprovechados, trepadores y entrometidos que se benefician de su apellido, relaciones y riquezas para hacer carrera política, hablaba de la cretata ambitioambición de la tiza”, la ambición codiciosa y malsana de aquellos que pretendían ser candidatos y portar la famosa toga candida (del latín candida 'blanco puro'): una toga frotada con tiza (arcilla blanca, yeso) hasta conseguir un blanco intenso, utilizada por los candidatos a cargos públicos. En toda Roma y sus provincias, la toga estaba explícitamente prohibida a los no ciudadanos; a los libertos y esclavos; a los exiliados romanos y a los hombres infamis o con una carrera o reputación vergonzosa.

Los políticos que se postulaban para una posición de poder en la República romana seguían estrategias de campaña similares a las utilizadas por los políticos modernos. En una carta escrita durante la campaña al candidato a cónsul Marco Tulio Cicerón (lo fue en el año 63) por su hermano Quinto (aunque la autenticidad de la misma está en duda), Quinto escribió sobre las diversas estrategias de campaña que lo ayudarían a ser elegido. Uno de los consejos más importantes que enfatizó Quinto fue que Marco Tulio debería crear amistades con hombres de mayor estatus porque estos eran los hombres que tenían más influencia y le recomendaba a Cicerón que “recuerde a todos los que están en deuda con usted que deben pagarle con su apoyo” puesto que necesitaban complacer a todos, y hacer promesas que saben que no podrán cumplir. En la respuesta de Cicerón a su hermano, le dijo que “la gente preferiría que les diera una mentira amable que una negativa absoluta”.

Y ciertamente, muchos candidatos en Roma, en buena parte del siglo II, recurrían al soborno para convencer a la gente a que los votara y se consideró una parte normal del proceso político, y varió desde la flagrante promesa de dinero hasta simplemente organizar juegos y entretener a la gente. Y sí, la corrupción y la demagogia fueron el mayor problema durante la República. Los candidatos fueron acusados con frecuencia de violar las leyes que restringían el gasto y también de sobornar directamente a los votantes. Los delitos electorales se conocían como ambitus, y se aprobó, sin mucho éxito, una larga serie de leyes que intentaban eliminarlos. En la elección consular del 59 a. C., tanto Julio César como su rival Bíbulo se comprometieron a grandes sobornos. En la elección del 54 a. C., dos candidatos prometieron la gran suma de los 10 millones de sestercios a la centuria praerogativa para su voto.

Sin embargo, pese a la corrupción y la demagogia, había en el imaginario colectivo y en el cuerpo jurídico de las instituciones, los valores más importantes a preservar, tanto para elegir a los candidatos como para hacer prevalecer las instituciones republicanas frente a los caudillos omnipotentes. Por ejemplo, en la antigua Roma, el Senado intervenía casi subrepticiamente en la formación del derecho romano, no solamente para cumplir con sus obligaciones formales de ratificación de algunas leyes, sino a través de la expedición de lo que se llamaba “senadoconsultos”, que eran simples consejos dirigidos a otras autoridades, pretores que solían tomar muy en cuenta lo que el senado opinaba o al pueblo, por ejemplo contestaciones a algún magistrado que solicitaba la opinión del senado sobre algún problema que no quería resolver bajo su propia responsabilidad.

Desde el siglo II a.C., se expidieron senadoconsultos en tiempos de crisis. Cuando los comicios se hallaban bajo la influencia de demagogos y no servían para la labor técnica seria (la tarea legislativa), el senado promulgaba normas de obligatoriedad general en materia administrativa. En cambio, a fines de la república, en la fase de los grandes líderes autocráticos, el senadoconsulto degenera y se convierte en una mera confirmación de la voluntad del caudillo. El propio Montesquieu, en su obra Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos, dice que César, siempre enemigo del senado, “llegó su desprecio al punto de elaborar por sí mismo los senadoconsultos y firmarlos con el nombre de los primeros senadores que se le ocurrían. Me entero a veces –dice Cicerón en sus Cartas familiares- de que un senadoconsulto que aparece firmado por mí, ha sido llevado a Siria y a Armenia, antes de saber yo que existía tal documento; y muchos príncipes me han escrito cartas dándome las gracias por haber opinado que se les concediera el título de reyes y no sólo ignoraba yo que eran reyes, sino que además desconocía por completo su existencia”.

La lucha por la democracia y la consolidación del Estado de Derecho la tenemos que dar los ciudadanos. Ejercer nuestra ciudadanía para contraponerse al poder abusivo y fortalecer nuestros derechos y nuestras instituciones democráticas, es vestirse con la toga ciudadana, de la misma forma en que la toga estaba reservada en Roma exclusivamente para los ciudadanos, de ahí la descripción poética de Virgilio y Marcial de los romanos como gens togata (pueblo que usa toga). Aquí, un pueblo de ciudadanos que quiere el derecho y la democracia.

Nuestra democracia se resiente por la falta de algunos o varios de los contrapesos que todo Estado de Derecho debe tener disponibles para contener el abuso de poder y muchos ciudadanos queremos ver una oposición actuante, fuerte, vinculada con los intereses y demandas de los diferentes sectores de la población. Hay oposición en el país, aunque disminuida, aletargada y débil en los órganos representativos, pero ciertas instituciones del Estado que resisten y representan un contrapeso democrático a los poderes abusivos. El poder judicial es uno de ellos.

Así como hay un caudillo en la presidencia de la república, que tiene sometida a una parte de nuestro Congreso y disminuidos ciertos órganos constitucionales autónomos, y otros reguladores, se piensa también que la oposición debe tener un líder -o varios- que aglutinen a una parte de la población en torno a las exigencias y rumbo al que deba dirigirse el país en los próximos años. Esos nuevos liderazgos aún no se manifiestan con fuerza, pero deben irse perfilando ahora, si no se quiere una continuidad tan dañosa del grupo político que actualmente domina y gobierna en el país. Se necesitan candidatos, buenos candidatos y no personas “puras”, porque nos pasaremos eternamente como Diógenes deambulando por las calles de la ciudad, con un candil encendido en pleno día, buscando a la persona químicamente pura, a la persona químicamente “honesta”.

El adjetivo cándido viene del latín candidus (blanco brillante, blanco resplandeciente, radiante y referido a cualidades morales, franco, leal, limpio moralmente, sincero y sin mancha). En la antigua Roma, la candida era la vestimenta blanca con la que debía presentarse a la asamblea el aspirante a un cargo político, una vez pasados los controles morales a que se sometía (un candidato en teoría no podía tener antecedentes de vida licenciosa, ni haber dilapidado una herencia o cosas similares). Los ciudadanos que optaban a ser cónsules debían ir vestidos durante la campaña electoral con una toga blanca, "candida", tanto para ser identificados por los electores como para indicar que eran unos perfectos ciudadanos cumplidores de todas sus obligaciones. En el ritual político romano, los candidatos debían cambiar su habitual toga por una túnica blanca (candida) con la que se exhibían públicamente para manifestar la pureza y la honradez esperables en los hombres públicos. Candidatus, es el participio de candidus, que significa ‘blanco brillante’, ‘pureza’, pero también, ‘sencillo’, ‘ingenuo’, ‘benévolo’, ‘sin malicia ni doblez’; con el mismo sentido de “sinceridad, sencillez y pureza de ánimo” de la palabra en latín.

No se busca a nadie químicamente puro, pero tampoco se trata de encontrar a un cínico. Non novum sum sole, nada nuevo hay bajo el sol, decían los latinos, y en verdad que de la historia antigua podemos seguir sacando lecciones. En una de sus sátiras, el joven poeta latino (murió a los 28 años), de formación estoica Aulo Persio Flaco, al resaltar la importancia de la educación y dirigirse contra los aprovechados, trepadores y entrometidos que se benefician de su apellido, relaciones y riquezas para hacer carrera política, hablaba de la cretata ambitioambición de la tiza”, la ambición codiciosa y malsana de aquellos que pretendían ser candidatos y portar la famosa toga candida (del latín candida 'blanco puro'): una toga frotada con tiza (arcilla blanca, yeso) hasta conseguir un blanco intenso, utilizada por los candidatos a cargos públicos. En toda Roma y sus provincias, la toga estaba explícitamente prohibida a los no ciudadanos; a los libertos y esclavos; a los exiliados romanos y a los hombres infamis o con una carrera o reputación vergonzosa.

Los políticos que se postulaban para una posición de poder en la República romana seguían estrategias de campaña similares a las utilizadas por los políticos modernos. En una carta escrita durante la campaña al candidato a cónsul Marco Tulio Cicerón (lo fue en el año 63) por su hermano Quinto (aunque la autenticidad de la misma está en duda), Quinto escribió sobre las diversas estrategias de campaña que lo ayudarían a ser elegido. Uno de los consejos más importantes que enfatizó Quinto fue que Marco Tulio debería crear amistades con hombres de mayor estatus porque estos eran los hombres que tenían más influencia y le recomendaba a Cicerón que “recuerde a todos los que están en deuda con usted que deben pagarle con su apoyo” puesto que necesitaban complacer a todos, y hacer promesas que saben que no podrán cumplir. En la respuesta de Cicerón a su hermano, le dijo que “la gente preferiría que les diera una mentira amable que una negativa absoluta”.

Y ciertamente, muchos candidatos en Roma, en buena parte del siglo II, recurrían al soborno para convencer a la gente a que los votara y se consideró una parte normal del proceso político, y varió desde la flagrante promesa de dinero hasta simplemente organizar juegos y entretener a la gente. Y sí, la corrupción y la demagogia fueron el mayor problema durante la República. Los candidatos fueron acusados con frecuencia de violar las leyes que restringían el gasto y también de sobornar directamente a los votantes. Los delitos electorales se conocían como ambitus, y se aprobó, sin mucho éxito, una larga serie de leyes que intentaban eliminarlos. En la elección consular del 59 a. C., tanto Julio César como su rival Bíbulo se comprometieron a grandes sobornos. En la elección del 54 a. C., dos candidatos prometieron la gran suma de los 10 millones de sestercios a la centuria praerogativa para su voto.

Sin embargo, pese a la corrupción y la demagogia, había en el imaginario colectivo y en el cuerpo jurídico de las instituciones, los valores más importantes a preservar, tanto para elegir a los candidatos como para hacer prevalecer las instituciones republicanas frente a los caudillos omnipotentes. Por ejemplo, en la antigua Roma, el Senado intervenía casi subrepticiamente en la formación del derecho romano, no solamente para cumplir con sus obligaciones formales de ratificación de algunas leyes, sino a través de la expedición de lo que se llamaba “senadoconsultos”, que eran simples consejos dirigidos a otras autoridades, pretores que solían tomar muy en cuenta lo que el senado opinaba o al pueblo, por ejemplo contestaciones a algún magistrado que solicitaba la opinión del senado sobre algún problema que no quería resolver bajo su propia responsabilidad.

Desde el siglo II a.C., se expidieron senadoconsultos en tiempos de crisis. Cuando los comicios se hallaban bajo la influencia de demagogos y no servían para la labor técnica seria (la tarea legislativa), el senado promulgaba normas de obligatoriedad general en materia administrativa. En cambio, a fines de la república, en la fase de los grandes líderes autocráticos, el senadoconsulto degenera y se convierte en una mera confirmación de la voluntad del caudillo. El propio Montesquieu, en su obra Consideraciones sobre las causas de la grandeza y decadencia de los romanos, dice que César, siempre enemigo del senado, “llegó su desprecio al punto de elaborar por sí mismo los senadoconsultos y firmarlos con el nombre de los primeros senadores que se le ocurrían. Me entero a veces –dice Cicerón en sus Cartas familiares- de que un senadoconsulto que aparece firmado por mí, ha sido llevado a Siria y a Armenia, antes de saber yo que existía tal documento; y muchos príncipes me han escrito cartas dándome las gracias por haber opinado que se les concediera el título de reyes y no sólo ignoraba yo que eran reyes, sino que además desconocía por completo su existencia”.

La lucha por la democracia y la consolidación del Estado de Derecho la tenemos que dar los ciudadanos. Ejercer nuestra ciudadanía para contraponerse al poder abusivo y fortalecer nuestros derechos y nuestras instituciones democráticas, es vestirse con la toga ciudadana, de la misma forma en que la toga estaba reservada en Roma exclusivamente para los ciudadanos, de ahí la descripción poética de Virgilio y Marcial de los romanos como gens togata (pueblo que usa toga). Aquí, un pueblo de ciudadanos que quiere el derecho y la democracia.