/ jueves 6 de mayo de 2021

Irresponsabilidad: Juego de máscaras

Una sombra de irresponsabilidad se ha instalado al lado de la crispación y polarización que se promueven desde el púlpito presidencial, en su origen, y que reproducen los delfines de Andrés Manuel López Obrador, como en una imaginaria pirámide de copas que una a una se van llenando desde la fuente donde mana el líquido que las va rebosando.

La tragedia del lunes en la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, con 24 muertes y más de 70 personas heridas, domina ese cúmulo de irresponsabilidades, que en este gobierno se amontonan desde mediados de 2018. Hace 9 años se inauguraba la Línea 12 del Metro y, desde entonces, con Marcelo Ebrard como jefe de gobierno de la CDMX y Mario Delgado como su Secretario de Finanzas, se reportaron múltiples fallas en la construcción, trazado y diseño de la línea, así como graves sospechas de corrupción. En los gobiernos sucesivos de la capital y hasta el de ahora, se siguieron reportando fallas estructurales y de todo tipo, pero como estamos comprobando, no fueron resueltas como debía haber sido. Con Claudia Sheimbaum la irresponsabilidad ha corrido también de manera fluida: la directora del Metro Florencia Serranía ni renuncia ni acepta responsabilidad alguna en la tragedia, pese a la cantidad de reportes de fallas que no se atendieron. Para Sheimbaum, atender la problemática del Metro ha sido tomarse la foto en algunas estaciones agarrando una escoba y haciendo como que pule el letrero de la estación. No hay dinero para mantenimiento. Los recursos fiscales del Metro fueron disminuidos drásticamente, con la complacencia de la jefa de gobierno, para destinarlos a las obras faraónicas y sin utilidad alguna que el capricho de López Obrador ordenaba en su momento.

En la mañana después de la tragedia, López Obrador no dedicó un solo mensaje a los fallecidos y a sus familiares. Tampoco estuvo en el lugar donde ocurrió todo. No hay empatía con el dolor ajeno. Sí la hubo con lo que a él le acongoja: la “prensa lamentable”, como él la describió, la que lo critica a él y a su gobierno. También tuvo humor y consideró importante cancelar un timbre postal y recibir con bombo y platillo al presidente Giammattei de Guatemala, porque le era muy importante anunciar, ufano, que en ese país se replicarán los programas sociales de su gobierno. Tocar la lira frente al fuego.

Irresponsabilidad –decía el gran filósofo Leopoldo Zea en Dos ensayos sobre México y lo mexicano-, “he aquí la palabra que puede definir el horizonte donde actúa el mexicano. Eludimos elegir, porque en la elección, como en toda acción, el individuo es el único responsable. No aceptamos la responsabilidad que nos impone la existencia de los otros; la sociedad y la historia. Aceptamos el futuro porque no queremos responder de nuestro pasado. Pero al actuar así nos sentimos truncos, divididos, cortados. La irresponsabilidad que esta actividad implica se nos hace patente dando origen a toda esa serie de sentimientos que hemos visto nos caracterizan. Nos sentimos disminuidos, reducidos y, por lo mismo, inferiores, resentidos, sin más posibilidad que ocultar hipócritamente estos sentimientos o exhibirlos cínicamente. Es la vergüenza del que se siente incapacitado para hacer o realizar lo que se ha propuesto”.

López Obrador ha cantado, como se cantaban los himnos órficos –devota y religiosamente- el fin de los órganos constitucionales autónomos, con alegría prenderles fuego y que se consuman. Otros que tocan la lira y la partitura que les presentan, como Ricardo Monreal, Mario Delgado o Salgado Macedonio, anuncian el “exterminio” del INE si su grupo no gana las elecciones y juntos tañen la melodía fúnebre de la muerte de la Constitución. Concierto de irresponsabilidades.

El discurso que permea líquidamente desde el poder del acumulador, es mitomaníaco, sin asumir jamás responsabilidades, tanto de lo que se hace como lo que se deja de hacer, y sumamente ideologizado. “La ideología –como lo dijera Octavio Paz- convierte a las ideas en máscaras: ocultan al sujeto y, al mismo tiempo, no lo dejan ver la realidad. Engañan a los otros y nos engañan a nosotros mismos”.

En Tiempo nublado, el mismo Paz afirmaba que “la verdadera y más profunda discordia en Occidente está en el alma de cada uno. Las sociedades liberales giran incansablemente: no avanzan, se repiten. La única arma eficaz contra las ortodoxias es la crítica; para defendernos de la intolerancia y de los fanatismos no tenemos más recurso que ejercer, con firmeza pero con lucidez, las virtudes opuestas: la tolerancia y la libertad de espíritu”.



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Una sombra de irresponsabilidad se ha instalado al lado de la crispación y polarización que se promueven desde el púlpito presidencial, en su origen, y que reproducen los delfines de Andrés Manuel López Obrador, como en una imaginaria pirámide de copas que una a una se van llenando desde la fuente donde mana el líquido que las va rebosando.

La tragedia del lunes en la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, con 24 muertes y más de 70 personas heridas, domina ese cúmulo de irresponsabilidades, que en este gobierno se amontonan desde mediados de 2018. Hace 9 años se inauguraba la Línea 12 del Metro y, desde entonces, con Marcelo Ebrard como jefe de gobierno de la CDMX y Mario Delgado como su Secretario de Finanzas, se reportaron múltiples fallas en la construcción, trazado y diseño de la línea, así como graves sospechas de corrupción. En los gobiernos sucesivos de la capital y hasta el de ahora, se siguieron reportando fallas estructurales y de todo tipo, pero como estamos comprobando, no fueron resueltas como debía haber sido. Con Claudia Sheimbaum la irresponsabilidad ha corrido también de manera fluida: la directora del Metro Florencia Serranía ni renuncia ni acepta responsabilidad alguna en la tragedia, pese a la cantidad de reportes de fallas que no se atendieron. Para Sheimbaum, atender la problemática del Metro ha sido tomarse la foto en algunas estaciones agarrando una escoba y haciendo como que pule el letrero de la estación. No hay dinero para mantenimiento. Los recursos fiscales del Metro fueron disminuidos drásticamente, con la complacencia de la jefa de gobierno, para destinarlos a las obras faraónicas y sin utilidad alguna que el capricho de López Obrador ordenaba en su momento.

En la mañana después de la tragedia, López Obrador no dedicó un solo mensaje a los fallecidos y a sus familiares. Tampoco estuvo en el lugar donde ocurrió todo. No hay empatía con el dolor ajeno. Sí la hubo con lo que a él le acongoja: la “prensa lamentable”, como él la describió, la que lo critica a él y a su gobierno. También tuvo humor y consideró importante cancelar un timbre postal y recibir con bombo y platillo al presidente Giammattei de Guatemala, porque le era muy importante anunciar, ufano, que en ese país se replicarán los programas sociales de su gobierno. Tocar la lira frente al fuego.

Irresponsabilidad –decía el gran filósofo Leopoldo Zea en Dos ensayos sobre México y lo mexicano-, “he aquí la palabra que puede definir el horizonte donde actúa el mexicano. Eludimos elegir, porque en la elección, como en toda acción, el individuo es el único responsable. No aceptamos la responsabilidad que nos impone la existencia de los otros; la sociedad y la historia. Aceptamos el futuro porque no queremos responder de nuestro pasado. Pero al actuar así nos sentimos truncos, divididos, cortados. La irresponsabilidad que esta actividad implica se nos hace patente dando origen a toda esa serie de sentimientos que hemos visto nos caracterizan. Nos sentimos disminuidos, reducidos y, por lo mismo, inferiores, resentidos, sin más posibilidad que ocultar hipócritamente estos sentimientos o exhibirlos cínicamente. Es la vergüenza del que se siente incapacitado para hacer o realizar lo que se ha propuesto”.

López Obrador ha cantado, como se cantaban los himnos órficos –devota y religiosamente- el fin de los órganos constitucionales autónomos, con alegría prenderles fuego y que se consuman. Otros que tocan la lira y la partitura que les presentan, como Ricardo Monreal, Mario Delgado o Salgado Macedonio, anuncian el “exterminio” del INE si su grupo no gana las elecciones y juntos tañen la melodía fúnebre de la muerte de la Constitución. Concierto de irresponsabilidades.

El discurso que permea líquidamente desde el poder del acumulador, es mitomaníaco, sin asumir jamás responsabilidades, tanto de lo que se hace como lo que se deja de hacer, y sumamente ideologizado. “La ideología –como lo dijera Octavio Paz- convierte a las ideas en máscaras: ocultan al sujeto y, al mismo tiempo, no lo dejan ver la realidad. Engañan a los otros y nos engañan a nosotros mismos”.

En Tiempo nublado, el mismo Paz afirmaba que “la verdadera y más profunda discordia en Occidente está en el alma de cada uno. Las sociedades liberales giran incansablemente: no avanzan, se repiten. La única arma eficaz contra las ortodoxias es la crítica; para defendernos de la intolerancia y de los fanatismos no tenemos más recurso que ejercer, con firmeza pero con lucidez, las virtudes opuestas: la tolerancia y la libertad de espíritu”.



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