/ miércoles 27 de enero de 2021

Instituciones democráticas no se defienden solas

Las palabras y su significación importan. En el ámbito público, es relevante conocer también las causas últimas por las que estas se difunden e intentar dilucidar lo que presumen representar. Porque desde el poder, siempre ha estado latente la tentación de tergiversar la realidad, manipular las conciencias y las emociones (en eso consiste la hoy llamada posverdad), en beneficio del proyecto político particular del gobernante o grupo político en funciones. Para los ciudadanos, este ejercicio de escudriñar el sentido y alcance de las palabras nos sirve para conocer la voluntad intrínseca del proceso decisorio y sus posibles consecuencias en términos de eficacia y beneficio público o de nocividad, ineficacia o retroceso en cuanto a los bienes públicos ya conquistados.

El duelo semántico entre Alicia y Humpty Dumpty en A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Lewis Carroll, 1871), resulta esclarecedor en este punto:

“Cuando uso una palabra” dijo Humpty Dumpty, en un tono más bien desdeñoso, “significa solo lo que yo decido que signifique –ni más ni menos-”.

“La cuestión es”, dijo Alicia, “si tú puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas”.

“La cuestión es”, dijo Humpty Dumpty, “quién es el que manda –eso es todo-”.

La democracia moderna, o poliarquía –gobierno de muchos- como la llamó el politólogo Robert Dahl en 1953, se opone precisamente al gobierno de lo que dice solamente uno (monarquía) o al gobierno de los pocos (aristocracia u oligarquía).

A nivel nacional, uno solo (el presidente, al que se le desea una pronta recuperación del contagio) y su grupo de incondicionales ha iniciado desde hace dos años, a través de la palabra primero y la acción después, la demolición sistemática y premeditada de las instituciones por las que puede reconocerse un gobierno democrático representativo moderno.

En La democracia. Una guía para los ciudadanos, Robert Dahl nos dice que un país es una democracia solo si posee todas las instituciones políticas propias de una democracia, esto es, cargos públicos electos; elecciones libres, imparciales y frecuentes; libertad de expresión; acceso a fuentes alternativas de información (que no estén bajo control del gobierno ni de ningún otro grupo); autonomía de las asociaciones (libertad de asociación); ciudadanía inclusiva (derecho a disfrutar todos los mencionados derechos que gozan los demás en el territorio). Instituciones que en nuestro país no han aparecido mágicamente, sino que vienen de mucho tiempo atrás y que a las generaciones anteriores les costaron mucho trabajo construir para levantar la incipiente democracia que aún gozamos.

Bajo el pretexto de la lucha contra la corrupción, generar ahorros, lograr la “soberanía energética” o erradicar la pandemia, somos testigos los mexicanos de uno de los mayores ataques desde el gobierno a las instituciones democráticas del país (singularmente a los nueve órganos constitucionales autónomos), cuyos resultados vemos ahora en forma de una brutal contracción económica, la pérdida de por lo menos 4 millones de empleos, la vuelta a los nefastos monopolios de Estado (en materia energética) y estar a punto de ser el tercer país con más muertes por Covid del mundo, por la pésima conducción política de la pandemia.

Es hora de apelar a los remanentes que tengamos de nuestra cultura política democrática. Las perspectivas de una democracia estable en un país se ven potenciadas si sus ciudadanos y líderes defienden con fuerza las ideas, valores y prácticas democráticas.

Las palabras y su significación importan. En el ámbito público, es relevante conocer también las causas últimas por las que estas se difunden e intentar dilucidar lo que presumen representar. Porque desde el poder, siempre ha estado latente la tentación de tergiversar la realidad, manipular las conciencias y las emociones (en eso consiste la hoy llamada posverdad), en beneficio del proyecto político particular del gobernante o grupo político en funciones. Para los ciudadanos, este ejercicio de escudriñar el sentido y alcance de las palabras nos sirve para conocer la voluntad intrínseca del proceso decisorio y sus posibles consecuencias en términos de eficacia y beneficio público o de nocividad, ineficacia o retroceso en cuanto a los bienes públicos ya conquistados.

El duelo semántico entre Alicia y Humpty Dumpty en A través del espejo y lo que Alicia encontró allí (Lewis Carroll, 1871), resulta esclarecedor en este punto:

“Cuando uso una palabra” dijo Humpty Dumpty, en un tono más bien desdeñoso, “significa solo lo que yo decido que signifique –ni más ni menos-”.

“La cuestión es”, dijo Alicia, “si tú puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas”.

“La cuestión es”, dijo Humpty Dumpty, “quién es el que manda –eso es todo-”.

La democracia moderna, o poliarquía –gobierno de muchos- como la llamó el politólogo Robert Dahl en 1953, se opone precisamente al gobierno de lo que dice solamente uno (monarquía) o al gobierno de los pocos (aristocracia u oligarquía).

A nivel nacional, uno solo (el presidente, al que se le desea una pronta recuperación del contagio) y su grupo de incondicionales ha iniciado desde hace dos años, a través de la palabra primero y la acción después, la demolición sistemática y premeditada de las instituciones por las que puede reconocerse un gobierno democrático representativo moderno.

En La democracia. Una guía para los ciudadanos, Robert Dahl nos dice que un país es una democracia solo si posee todas las instituciones políticas propias de una democracia, esto es, cargos públicos electos; elecciones libres, imparciales y frecuentes; libertad de expresión; acceso a fuentes alternativas de información (que no estén bajo control del gobierno ni de ningún otro grupo); autonomía de las asociaciones (libertad de asociación); ciudadanía inclusiva (derecho a disfrutar todos los mencionados derechos que gozan los demás en el territorio). Instituciones que en nuestro país no han aparecido mágicamente, sino que vienen de mucho tiempo atrás y que a las generaciones anteriores les costaron mucho trabajo construir para levantar la incipiente democracia que aún gozamos.

Bajo el pretexto de la lucha contra la corrupción, generar ahorros, lograr la “soberanía energética” o erradicar la pandemia, somos testigos los mexicanos de uno de los mayores ataques desde el gobierno a las instituciones democráticas del país (singularmente a los nueve órganos constitucionales autónomos), cuyos resultados vemos ahora en forma de una brutal contracción económica, la pérdida de por lo menos 4 millones de empleos, la vuelta a los nefastos monopolios de Estado (en materia energética) y estar a punto de ser el tercer país con más muertes por Covid del mundo, por la pésima conducción política de la pandemia.

Es hora de apelar a los remanentes que tengamos de nuestra cultura política democrática. Las perspectivas de una democracia estable en un país se ven potenciadas si sus ciudadanos y líderes defienden con fuerza las ideas, valores y prácticas democráticas.