/ jueves 15 de abril de 2021

Fanatismo y uso político de la violencia contra la democracia

Hay un furor, una prisa y una rabia por desmantelar, desde el poder que fue entregado democráticamente, el entramado institucional que da soporte a la débil democracia en nuestro país. Ese ataque ha sido sistemático y sin cuartel y, a la manera de la Blitzkriegguerra relámpago” de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, comenzó ni bien tomando posesión López Obrador, con la cancelación del NAIM y su consulta inconstitucional y fraudulenta. “Pegar siempre primero”, “ser ofensivos siempre”, parece un modus operandi para lograr sus objetivos políticos, desdeñando cualquier otro método de relaciones políticas y de convivencia democrática.

Agredire per vincere”, agredir para vencer, era el lema que asumían, coreaban y practicaban los legionarios fascistas “Divisione Mista Frecce Azurre/Frecce Nere” (Brigadas Mixtas de asalto “Flechas Azules” e “Flechas Negras”) enviados por Mussolini a la península ibérica durante la Guerra Civil española. El escudo de esas brigadas tiene como característica los colores azul y negro (el azul se relaciona con las “camisas azules” de la Falange franquista y, el negro, lógicamente, al de los paramilitares fascistas “camisas negras” italianas). Este lema adquiere una connotación, si se puede, aún más ominosa cuando se atestigua el dogma en acción política.

Es similar la estructura vertical de mando militar que aquella de los grupos políticos de corte autoritario, populistas y centrados en un líder o caudillo. Igualmente, hay diferencias cognitivas entre ese líder y las masas sobre las que recae su mando o su autoridad. Sobre Mussolini, decía Norberto Bobbio que “no tenía nada de jefe fanático, sino que tal vez era un cínico, que expresó con la fórmula del ‘creer, obedecer, combatir’, la división y la quintaesencia de todo fanatismo”.

El caso de Salgado Macedonio, a quien ayer por la noche, con 6 votos a favor y 5 en contra el Consejo General del INE ratificó la cancelación de su candidatura a la gubernatura de Guerrero (por incumplir con la rendición de cuentas, financiarse de manera opaca y querer engañar a la autoridad negando que no hubo precampaña), es un claro ejemplo del furor violento democraticida que un fanático –hay que diferenciar del verdadero líder- y una turba pueden desatar. De manera criminal e inadmisible en una democracia sólida, Salgado se presentó a las puertas del INE y depositó un ataúd, en el que escribió: “Lorenzo. Cuenta tus días. Rata. Demonio”. Azuzó a la turba después: “Los vamos a hallar, los vamos a buscar” (a Córdova y a los consejeros), “¿les gustaría saber dónde vive Lorenzo Córdova, dónde está su casita?”

El jefe de Salgado, López Obrador ataca al INE y al Tribunal Electoral. Sin condenar jamás la violencia y las amenazas contra los consejeros del Instituto, dijo que: “crispan el ambiente electoral quienes hacen fraude” (¿el INE hace fraude? ¡Insólito!), “no confía en el INE y que buscará reformar al instituto y su presupuesto”. Para él, que concibe el cumplimiento de las leyes electorales y su sanción por los órganos constitucionales habilitados para ello como “pretextos” de sus adversarios, la ley no tiene valor y se puede torcer si no comulga con sus caprichos.

Dice López Obrador que el INE es el aparato de organización de elecciones más caro del mundo (tendríamos que observar que el pozo sin fondo que es PEMEX, ha perdido solo en los primeros meses de este año, el equivalente a dos décadas del presupuesto asignado/recortado al INE), y que “nunca garantizaron elecciones limpias y libres”; por eso, él se va a convertir en “guardián de las elecciones para que se respete la libertad de los ciudadanos a elegir a sus autoridades". Y nadie dentro del gobierno le cuestiona nada, nadie le refuta nada, todos se apuran a glorificarlo, a exaltar al caudillo infalible.

Durante la dictadura franquista, al líder se le llegó a llamar “Generalísimo”, “Caudillo de España” y Franco se autoproclamó jefe de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Mussolini fue “el Duce” (del latín dux: general, líder, caudillo).

Augusto Turati, Secretario del Partido Nacional Fascista (desde 1926 hasta 1930), pontificaba sobre la necesidad de creer plenamente: “creer en el Fascismo, en el Duce, en la Revolución, así como uno debía creer en la Divinidad”, con una lealtad ciega. Turati escribía: “Aceptamos la Revolución con orgullo, aceptamos estos dogmas con orgullo; incluso si se nos demuestra que son incorrectos, los aceptamos sin argumentarlo”, e hizo un catecismo en 1929 donde se imponía la idea de “la subordinación de todos a la voluntad de un líder”.

Para 1936, observa el historiador, académico y estudioso del fascismo Emilio Gentile, los Jóvenes Fascistas eran instruidos en este credo: “tener siempre fe. Mussolini les dio su fe… Todo lo que el Duce diga es verdad. Las palabras del Duce no deben ser refutadas… Cada mañana, después de recitar su ‘Credo’ en Dios, reciten su ‘Creo’ en Mussolini”.

Para reflexionar.

Hay un furor, una prisa y una rabia por desmantelar, desde el poder que fue entregado democráticamente, el entramado institucional que da soporte a la débil democracia en nuestro país. Ese ataque ha sido sistemático y sin cuartel y, a la manera de la Blitzkriegguerra relámpago” de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, comenzó ni bien tomando posesión López Obrador, con la cancelación del NAIM y su consulta inconstitucional y fraudulenta. “Pegar siempre primero”, “ser ofensivos siempre”, parece un modus operandi para lograr sus objetivos políticos, desdeñando cualquier otro método de relaciones políticas y de convivencia democrática.

Agredire per vincere”, agredir para vencer, era el lema que asumían, coreaban y practicaban los legionarios fascistas “Divisione Mista Frecce Azurre/Frecce Nere” (Brigadas Mixtas de asalto “Flechas Azules” e “Flechas Negras”) enviados por Mussolini a la península ibérica durante la Guerra Civil española. El escudo de esas brigadas tiene como característica los colores azul y negro (el azul se relaciona con las “camisas azules” de la Falange franquista y, el negro, lógicamente, al de los paramilitares fascistas “camisas negras” italianas). Este lema adquiere una connotación, si se puede, aún más ominosa cuando se atestigua el dogma en acción política.

Es similar la estructura vertical de mando militar que aquella de los grupos políticos de corte autoritario, populistas y centrados en un líder o caudillo. Igualmente, hay diferencias cognitivas entre ese líder y las masas sobre las que recae su mando o su autoridad. Sobre Mussolini, decía Norberto Bobbio que “no tenía nada de jefe fanático, sino que tal vez era un cínico, que expresó con la fórmula del ‘creer, obedecer, combatir’, la división y la quintaesencia de todo fanatismo”.

El caso de Salgado Macedonio, a quien ayer por la noche, con 6 votos a favor y 5 en contra el Consejo General del INE ratificó la cancelación de su candidatura a la gubernatura de Guerrero (por incumplir con la rendición de cuentas, financiarse de manera opaca y querer engañar a la autoridad negando que no hubo precampaña), es un claro ejemplo del furor violento democraticida que un fanático –hay que diferenciar del verdadero líder- y una turba pueden desatar. De manera criminal e inadmisible en una democracia sólida, Salgado se presentó a las puertas del INE y depositó un ataúd, en el que escribió: “Lorenzo. Cuenta tus días. Rata. Demonio”. Azuzó a la turba después: “Los vamos a hallar, los vamos a buscar” (a Córdova y a los consejeros), “¿les gustaría saber dónde vive Lorenzo Córdova, dónde está su casita?”

El jefe de Salgado, López Obrador ataca al INE y al Tribunal Electoral. Sin condenar jamás la violencia y las amenazas contra los consejeros del Instituto, dijo que: “crispan el ambiente electoral quienes hacen fraude” (¿el INE hace fraude? ¡Insólito!), “no confía en el INE y que buscará reformar al instituto y su presupuesto”. Para él, que concibe el cumplimiento de las leyes electorales y su sanción por los órganos constitucionales habilitados para ello como “pretextos” de sus adversarios, la ley no tiene valor y se puede torcer si no comulga con sus caprichos.

Dice López Obrador que el INE es el aparato de organización de elecciones más caro del mundo (tendríamos que observar que el pozo sin fondo que es PEMEX, ha perdido solo en los primeros meses de este año, el equivalente a dos décadas del presupuesto asignado/recortado al INE), y que “nunca garantizaron elecciones limpias y libres”; por eso, él se va a convertir en “guardián de las elecciones para que se respete la libertad de los ciudadanos a elegir a sus autoridades". Y nadie dentro del gobierno le cuestiona nada, nadie le refuta nada, todos se apuran a glorificarlo, a exaltar al caudillo infalible.

Durante la dictadura franquista, al líder se le llegó a llamar “Generalísimo”, “Caudillo de España” y Franco se autoproclamó jefe de la Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Mussolini fue “el Duce” (del latín dux: general, líder, caudillo).

Augusto Turati, Secretario del Partido Nacional Fascista (desde 1926 hasta 1930), pontificaba sobre la necesidad de creer plenamente: “creer en el Fascismo, en el Duce, en la Revolución, así como uno debía creer en la Divinidad”, con una lealtad ciega. Turati escribía: “Aceptamos la Revolución con orgullo, aceptamos estos dogmas con orgullo; incluso si se nos demuestra que son incorrectos, los aceptamos sin argumentarlo”, e hizo un catecismo en 1929 donde se imponía la idea de “la subordinación de todos a la voluntad de un líder”.

Para 1936, observa el historiador, académico y estudioso del fascismo Emilio Gentile, los Jóvenes Fascistas eran instruidos en este credo: “tener siempre fe. Mussolini les dio su fe… Todo lo que el Duce diga es verdad. Las palabras del Duce no deben ser refutadas… Cada mañana, después de recitar su ‘Credo’ en Dios, reciten su ‘Creo’ en Mussolini”.

Para reflexionar.