/ miércoles 24 de abril de 2019

Escenario energético

No se requiere ser un gran iluminado en sapiencia, o como coloquialmente se dice, ser un sabiondo, para al menos percibir que los recursos energéticos, particularmente el petróleo y la generación de electricidad, han sido, siguen y seguirán siendo una especie de manjar que se encuentra sometido al acecho permanente de las grandes corporaciones que saben del negocio que representa y que por eso mismo, en los últimos años han concentrado grandes esfuerzos que se han traducido en la inyección de capital para hacer negocios jugosos, consistentes en la construcción de infraestructura diversa para Petróleos Mexicanos (PEMEX) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) bajo condiciones muy ventajosas y que solo se explican por los actos de corrupción que se han visto involucrados.

Obviamente, los grandes consorcios internacionales se aseguraron de establecer un entarimado que permitiera que sus inversiones fluyeran con el mínimo riesgo, asegurando incluso que el gobierno mexicano hiciera lo propio para dejarles un rival lo más debilitado posible, es decir, un PEMEX y una CFE no solo muy endeudados, sino también, con un esquema de endeudamiento difícil de solventar, y que, en consecuencia, le generara problemas de liquidez, con nulas posibilidades de inversión y crecimiento.

Tomando en consideración solo a PEMEX (me referiré a la CFE en otra colaboración), los sexenios panistas -aun con la bonanza en los precios del crudo y que por ello tuvieron excedentes presupuestarios- dejaron la deuda en un 41.1% del total de activos, y, posteriormente, el sexenio de Enrique Peña Nieto se ocupó de llevarla a un 98.7% (para más detalles véase mi colaboración en la edición del 4 de abril de 2019).

El gran capital es tan previsor que incluso contemplaron que su plan estuviera blindado ante la posibilidad de que arribara un gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador; por ello, ante la decisión presidencial de destinar amplios recursos presupuestarios a PEMEX y CFE con el propósito de fortalecerlas, reaccionan con excesiva virulencia dado que altera sustancialmente los planes preconcebidos, gritando a los 4 vientos que solo un demente puede arriesgarse a enfrentar un plan cuidadosamente configurado y con un alto blindaje.

Como lo estableció Newton hace ya muchos años, a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud pero en sentido contrario; en este contexto, la sobrerreacción del gran capital nos ayuda a corroborar que la acción gubernamental de fortalecer a PEMEX ha sido tomada como un golpe de gran magnitud que ha afectado sus intereses.

Ahora, empiezan a surgir analistas que califican de que es una suerte para PEMEX el hecho de que los precios internacionales del petróleo hayan subido de 43.94 a 65.82 dólares el barril durante el periodo de diciembre de 2018 a abril de este año; más que suerte, sabemos que son fluctuaciones que siempre estarán presentándose, y que precisamente, es el argumento principal para defender que una empresa como PEMEX cuente con capacidad de refinación ya que esto amplifica el espectro de decisiones en relación a una política de explotación del crudo con el fin de acercarse a un adecuado equilibrio entre la extracción, venta de crudo y producción de refinados como la gasolina y el diesel.

Resulta obvio concluir que cuanto menos diversificado se encuentre PEMEX, mayor será su vulnerabilidad financiera y fue eso precisamente lo que se buscó en sexenios anteriores conduciéndola premeditadamente hacia la inviabilidad financiera; ante tales circunstancias, resulta manifiesta la apuesta federal encaminada a incrementar la producción de crudo, a través de la inversión en exploración de nuevos yacimientos y que eventualmente se conviertan en mayores volúmenes de extracción, además del incremento en la capacidad de refinación; esto no tiene contentos a los beneficiarios de la reforma energética ya que tenían previsto un escenario libre de obstáculos y con una perspectiva de inversión que les permitiera prácticamente apropiarse del principal recurso energético del país.


No se requiere ser un gran iluminado en sapiencia, o como coloquialmente se dice, ser un sabiondo, para al menos percibir que los recursos energéticos, particularmente el petróleo y la generación de electricidad, han sido, siguen y seguirán siendo una especie de manjar que se encuentra sometido al acecho permanente de las grandes corporaciones que saben del negocio que representa y que por eso mismo, en los últimos años han concentrado grandes esfuerzos que se han traducido en la inyección de capital para hacer negocios jugosos, consistentes en la construcción de infraestructura diversa para Petróleos Mexicanos (PEMEX) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) bajo condiciones muy ventajosas y que solo se explican por los actos de corrupción que se han visto involucrados.

Obviamente, los grandes consorcios internacionales se aseguraron de establecer un entarimado que permitiera que sus inversiones fluyeran con el mínimo riesgo, asegurando incluso que el gobierno mexicano hiciera lo propio para dejarles un rival lo más debilitado posible, es decir, un PEMEX y una CFE no solo muy endeudados, sino también, con un esquema de endeudamiento difícil de solventar, y que, en consecuencia, le generara problemas de liquidez, con nulas posibilidades de inversión y crecimiento.

Tomando en consideración solo a PEMEX (me referiré a la CFE en otra colaboración), los sexenios panistas -aun con la bonanza en los precios del crudo y que por ello tuvieron excedentes presupuestarios- dejaron la deuda en un 41.1% del total de activos, y, posteriormente, el sexenio de Enrique Peña Nieto se ocupó de llevarla a un 98.7% (para más detalles véase mi colaboración en la edición del 4 de abril de 2019).

El gran capital es tan previsor que incluso contemplaron que su plan estuviera blindado ante la posibilidad de que arribara un gobierno como el de Andrés Manuel López Obrador; por ello, ante la decisión presidencial de destinar amplios recursos presupuestarios a PEMEX y CFE con el propósito de fortalecerlas, reaccionan con excesiva virulencia dado que altera sustancialmente los planes preconcebidos, gritando a los 4 vientos que solo un demente puede arriesgarse a enfrentar un plan cuidadosamente configurado y con un alto blindaje.

Como lo estableció Newton hace ya muchos años, a toda acción corresponde una reacción de igual magnitud pero en sentido contrario; en este contexto, la sobrerreacción del gran capital nos ayuda a corroborar que la acción gubernamental de fortalecer a PEMEX ha sido tomada como un golpe de gran magnitud que ha afectado sus intereses.

Ahora, empiezan a surgir analistas que califican de que es una suerte para PEMEX el hecho de que los precios internacionales del petróleo hayan subido de 43.94 a 65.82 dólares el barril durante el periodo de diciembre de 2018 a abril de este año; más que suerte, sabemos que son fluctuaciones que siempre estarán presentándose, y que precisamente, es el argumento principal para defender que una empresa como PEMEX cuente con capacidad de refinación ya que esto amplifica el espectro de decisiones en relación a una política de explotación del crudo con el fin de acercarse a un adecuado equilibrio entre la extracción, venta de crudo y producción de refinados como la gasolina y el diesel.

Resulta obvio concluir que cuanto menos diversificado se encuentre PEMEX, mayor será su vulnerabilidad financiera y fue eso precisamente lo que se buscó en sexenios anteriores conduciéndola premeditadamente hacia la inviabilidad financiera; ante tales circunstancias, resulta manifiesta la apuesta federal encaminada a incrementar la producción de crudo, a través de la inversión en exploración de nuevos yacimientos y que eventualmente se conviertan en mayores volúmenes de extracción, además del incremento en la capacidad de refinación; esto no tiene contentos a los beneficiarios de la reforma energética ya que tenían previsto un escenario libre de obstáculos y con una perspectiva de inversión que les permitiera prácticamente apropiarse del principal recurso energético del país.


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