/ viernes 8 de julio de 2022

“El Teléfono Negro”: Un Milagro del Marketing

La campaña de marketing basada en un cartel, donde se muestra una máscara diabólica esbozando una sonrisa, parece haber dado en el clavo. Durante las dos semanas que El Teléfono Negro lleva en la cartelera nacional, ha reunido la nada despreciable cantidad de 2.4 millones de espectadores. Algo que anhelaría cualquier película mexicana de terror. Y es que en el cine, el marketing, si bien no le es todo, sí que puede ser determinante en el éxito de un proyecto, sin que su calidad importe demasiado. Este es el caso.

Basada en un cuento escrito por Joe Hill, hijo del legendario y no menos repetitivo Stephen King, El Teléfono Negro de pronto pareciera la película de un director debutante. Cosa que sorprende, si consideramos que Derrickson es un viejo lobo de mar; entre su extensa filmografía se cuentan un par de filmes de terror, por cierto, mucho más afortunados: El Exorcismo de Emily Rose (2005) y Siniestro (2012).

La trama de El Teléfono Negro es tan insípida como el saborcillo que la historia deja en el gusto del espectador. Finney Shaw, un tímido pero sagaz puberto de 13 años, es levantado por el Raptor (Ethan Hawke), un asesino serial, quien en su catálogo de maldades, no encuentra nada mejor que encerrar al secuestrado en un sótano a prueba de ruido, donde no hay más que un colchón piojoso y un viejo teléfono negro colgado de la pared sin conectar.

Jamás se nos aclara, o siquiera se nos sugieren las razones por las que el Rator secuestra niños y los mata. Pero ni falta que hace. Ya se sabe que en lo que respecta al cine de terror -y en el de todo género- los gringos se conceden a sí mismos cualquier licencia, aunque al final la cinta termine deslizando por los laberintos del humor involuntario. Como cada vez que los espíritus de los pubertos, a los que el Raptor ha ejecutado, llaman al teléfono negro desde el más allá, o de plano se le aparecen a Finney, para decirle qué es lo que debe hacer para salvar su vida.

Una vida que por cierto no pareciera correr mayor peligro, toda vez que el Raptor jamás se atreve a tocar, ni con el pétalo de una rosa, a su víctima. Ni siquiera le levanta la voz. No se vaya a escapar.

Queda claro que los ejecutivos de Universal Pictures fueron muy enfáticos con el director y su guionista (C. Robert Cargill) en cuanto a cuidar al máximo el tema de la pedofilia y el abuso infantil. No se pretende escandalizar al público, sino entretenerlo, pareciera gritar la cinta de corte fresón-familiar a los cuatro vientos. Lo más absurdo es que esos mismos ejecutivos, no tuvieron ningún empacho en permitir que se nos muestre cómo Gwen, la hermana menor de Finney, es azotada violentamente con un cinturón en manos de su padre.

A la par del secuestro de Finney, la mencionada Gwen comienza a experimentar una serie de sueños y pesadillas en los que conoce la historia de cada uno de los que han sido asesinados, entre ellos uno de los mejores amigos de Finney, un bato con cara de mexicano, que lo defendía en la escuela cuando un trío de chamacos malillas pretendían hacerle bullying, sin otra razón, más que las ganas de chingar.

Repleta de clichés e incongruencias, como cuando Finney logra quitar la rejilla que obstruye una ventana del sótano que da a la calle, e inexplicablemente no escapa de su cautiverio, El Teléfono Negro termina por decepcionar y aburrir al más pintado. Ciertamente hay un guiño al cine de terror y aventura de los años ochenta; inclusive la actuación de Ethan Hawke en el papel del Raptor, así como su máscara diabólica, resultan convincentes, pero hace falta mucho más para espantar al respetable, en un país como México, donde las historias de terror, clasificación “C”, son el pan de todos los días.

“Michael” (ésta sí espanta)

El teléfono Negro recuerda en algo a aquel excelente filme austriaco titulado escuetamente Michael (2012), el cual fue dirigido por Markus Schleinzer, colaborador del afamado cineasta austriaco Michael Haneke. Desde el punto de vista de una mente muy dañada, Michael cuenta la historia de un burócrata que a sus treinta y tantos años mantiene secuestrado a un niño de nueve en el sótano de su casa. A diferencia del director de El Teléfono Negro, Schleinzer sí escarba en la oscuridad de la psique humana para hablar del monstruo que en su vida cotidiana parece un tipo absolutamente normal. Michael, el secuestrador, no usa máscaras ni tiene cara de lunático, pero abusa constantemente del secuestrado.

No necesitamos ver una violación para saber que está ocurriendo. Y es aquí donde Schleinzer realiza un trabajo admirable, pues con una gran sensibilidad propone soluciones visuales que retan a la imaginación. Si eso ya resulta por sí mismo inquietante, la cinta, que por cierto, tuvo gran acogida en el Festival de Cannes, nos insinúa que el niño comienza a sentir algún tipo de afecto y simpatía por Michael, su secuestrador. Ciertamente en Michael no hay fantasmas, ni teléfonos negros en los que se escuchan voces surgidas de ultratumba, como tampoco hay padres golpeadores. Hay, eso sí, un retrato de la pedofilia que roba el aliento por la familiaridad con la que es mostrada.

Después de la comedia, el terror es el Género cinematográfico preferido del público mexicano. Nos gustan los sustos, los fantasmas y la sangre a raudales. El problema aparece cuando te recetan una película como El Teléfono Negro, en la que los sustos se quedan en sustitos, los fantasmas son de pacotilla y el villano resulta más bueno que el pan. Es cuando te preguntas por qué diablos no hay una ley que obligue a los exhibidores a devolver su dinero al espectador, cuando las películas (con todo y marketing) son un bodrio.

La campaña de marketing basada en un cartel, donde se muestra una máscara diabólica esbozando una sonrisa, parece haber dado en el clavo. Durante las dos semanas que El Teléfono Negro lleva en la cartelera nacional, ha reunido la nada despreciable cantidad de 2.4 millones de espectadores. Algo que anhelaría cualquier película mexicana de terror. Y es que en el cine, el marketing, si bien no le es todo, sí que puede ser determinante en el éxito de un proyecto, sin que su calidad importe demasiado. Este es el caso.

Basada en un cuento escrito por Joe Hill, hijo del legendario y no menos repetitivo Stephen King, El Teléfono Negro de pronto pareciera la película de un director debutante. Cosa que sorprende, si consideramos que Derrickson es un viejo lobo de mar; entre su extensa filmografía se cuentan un par de filmes de terror, por cierto, mucho más afortunados: El Exorcismo de Emily Rose (2005) y Siniestro (2012).

La trama de El Teléfono Negro es tan insípida como el saborcillo que la historia deja en el gusto del espectador. Finney Shaw, un tímido pero sagaz puberto de 13 años, es levantado por el Raptor (Ethan Hawke), un asesino serial, quien en su catálogo de maldades, no encuentra nada mejor que encerrar al secuestrado en un sótano a prueba de ruido, donde no hay más que un colchón piojoso y un viejo teléfono negro colgado de la pared sin conectar.

Jamás se nos aclara, o siquiera se nos sugieren las razones por las que el Rator secuestra niños y los mata. Pero ni falta que hace. Ya se sabe que en lo que respecta al cine de terror -y en el de todo género- los gringos se conceden a sí mismos cualquier licencia, aunque al final la cinta termine deslizando por los laberintos del humor involuntario. Como cada vez que los espíritus de los pubertos, a los que el Raptor ha ejecutado, llaman al teléfono negro desde el más allá, o de plano se le aparecen a Finney, para decirle qué es lo que debe hacer para salvar su vida.

Una vida que por cierto no pareciera correr mayor peligro, toda vez que el Raptor jamás se atreve a tocar, ni con el pétalo de una rosa, a su víctima. Ni siquiera le levanta la voz. No se vaya a escapar.

Queda claro que los ejecutivos de Universal Pictures fueron muy enfáticos con el director y su guionista (C. Robert Cargill) en cuanto a cuidar al máximo el tema de la pedofilia y el abuso infantil. No se pretende escandalizar al público, sino entretenerlo, pareciera gritar la cinta de corte fresón-familiar a los cuatro vientos. Lo más absurdo es que esos mismos ejecutivos, no tuvieron ningún empacho en permitir que se nos muestre cómo Gwen, la hermana menor de Finney, es azotada violentamente con un cinturón en manos de su padre.

A la par del secuestro de Finney, la mencionada Gwen comienza a experimentar una serie de sueños y pesadillas en los que conoce la historia de cada uno de los que han sido asesinados, entre ellos uno de los mejores amigos de Finney, un bato con cara de mexicano, que lo defendía en la escuela cuando un trío de chamacos malillas pretendían hacerle bullying, sin otra razón, más que las ganas de chingar.

Repleta de clichés e incongruencias, como cuando Finney logra quitar la rejilla que obstruye una ventana del sótano que da a la calle, e inexplicablemente no escapa de su cautiverio, El Teléfono Negro termina por decepcionar y aburrir al más pintado. Ciertamente hay un guiño al cine de terror y aventura de los años ochenta; inclusive la actuación de Ethan Hawke en el papel del Raptor, así como su máscara diabólica, resultan convincentes, pero hace falta mucho más para espantar al respetable, en un país como México, donde las historias de terror, clasificación “C”, son el pan de todos los días.

“Michael” (ésta sí espanta)

El teléfono Negro recuerda en algo a aquel excelente filme austriaco titulado escuetamente Michael (2012), el cual fue dirigido por Markus Schleinzer, colaborador del afamado cineasta austriaco Michael Haneke. Desde el punto de vista de una mente muy dañada, Michael cuenta la historia de un burócrata que a sus treinta y tantos años mantiene secuestrado a un niño de nueve en el sótano de su casa. A diferencia del director de El Teléfono Negro, Schleinzer sí escarba en la oscuridad de la psique humana para hablar del monstruo que en su vida cotidiana parece un tipo absolutamente normal. Michael, el secuestrador, no usa máscaras ni tiene cara de lunático, pero abusa constantemente del secuestrado.

No necesitamos ver una violación para saber que está ocurriendo. Y es aquí donde Schleinzer realiza un trabajo admirable, pues con una gran sensibilidad propone soluciones visuales que retan a la imaginación. Si eso ya resulta por sí mismo inquietante, la cinta, que por cierto, tuvo gran acogida en el Festival de Cannes, nos insinúa que el niño comienza a sentir algún tipo de afecto y simpatía por Michael, su secuestrador. Ciertamente en Michael no hay fantasmas, ni teléfonos negros en los que se escuchan voces surgidas de ultratumba, como tampoco hay padres golpeadores. Hay, eso sí, un retrato de la pedofilia que roba el aliento por la familiaridad con la que es mostrada.

Después de la comedia, el terror es el Género cinematográfico preferido del público mexicano. Nos gustan los sustos, los fantasmas y la sangre a raudales. El problema aparece cuando te recetan una película como El Teléfono Negro, en la que los sustos se quedan en sustitos, los fantasmas son de pacotilla y el villano resulta más bueno que el pan. Es cuando te preguntas por qué diablos no hay una ley que obligue a los exhibidores a devolver su dinero al espectador, cuando las películas (con todo y marketing) son un bodrio.