/ jueves 9 de junio de 2022

El que manda después de las elecciones

Las constituciones responden en parte a las preguntas tradicionales sobre quién manda y cómo manda y dan una respuesta prescriptiva: "en democracia no hay más gobernante legítimo que el gobernante legal". Aguascalientes, Durango, Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo celebraron elecciones constitucionales el pasado domingo. Entre los seis estados, reúnen poco más de 11 millones de votantes potenciales, más o menos el 12 por ciento del padrón nacional (93 millones de ciudadanos registrados). La participación en Oaxaca y Quintana Roo fue bajísima, rondó más o menos el 40 por ciento (y en estos dos estados ganó MORENA por amplísimo margen), mientras que en Durango y Tamaulipas fue superior al 50 por ciento (en Tamaulipas –ganado por MORENA- la contienda fue muy cerrada, quizás por ese porcentaje de electores que participaron, entre otras razones). En Hidalgo la participación apenas fue de entre el 45 y el 48 por ciento, y en Aguascalientes fue de entre el 43 y el 46 por ciento. Aguascalientes y Durango fueron ganadas por la alianza del PAN-PRI-PRD, mientras que los restantes estados fueron ganados por MORENA y sus aliados electorales. La baja participación en estados como Oaxaca y Quintana Roo, hizo que MORENA ganara muy fácil y por amplio margen las elecciones. MORENA y sus aliados gobernarán ahora en 22 estados de la República. El PAN se queda con 5 gubernaturas, el PRI con 3 y Movimiento Ciudadano con 2.

La polarización, así como el crimen organizado no se mantuvieron del todo al margen en estas elecciones y tampoco el vicio añejo –muy extendido en el gobierno que acabó por decreto con la corrupción- de utilizar los recursos públicos y los programas sociales para la compra y el condicionamiento del voto.

Con todo, debemos valorar grandemente la actuación impecable del INE y de cada Organismo Público Local (OPLE) en la organización de los comicios (que López Obrador quiere desaparecer). Institucionalmente, si en algún lugar nuestra democracia es robusta –que aún resiste, pese a los ataques desde el poder- y garantiza y defiende los principios republicanos, ese lugar se encuentra en estos organismos liderados por el INE. Gracias al INE que, desde su fundación, 7 de cada 10 elecciones han terminado en alternancia, se ha garantizado la salud democrática del país. Y en esas estamos ahora.

Preocupa sin embargo esta hegemonía regional que las elecciones han otorgado a MORENA y sus aliados, porque el proceso de centralización y personalización excesiva del poder existente desde los inicios de este gobierno, no se ha traducido precisamente en el respeto a las formas federalistas adoptadas constitucionalmente. Al contrario. Muchos de los candidatos ganadores de MORENA en esta elección, fueron cuestionados no solo por su pasado político poco honorable –juego que puede considerarse habitual en cualquier elección política-, sino por verdaderas acusaciones de asociación criminal, circunstancia que evidentemente no les hizo mella alguna para que obtuvieran legítimamente la mayoría de los votos. Tampoco le importó al electorado que cualquiera de los candidatos vencedores postulara un programa de gobierno atractivo y creíble, que comprendiera y atendiera sus necesidades. Sin negar lo plausible que pudieran resultar las críticas a la oposición, se dice que esta no existe, que no ha sabido cristalizar los errores que ha cometido el gobierno, que no tiene un programa y una propuesta alternativa que confronte a aquellas del gobierno, pero vemos que a los electores que han hecho triunfar en estas elecciones a los candidatos de MORENA en los estados no les ha importado mínimamente que sus elegidos carecieran también de las mismas dolencias que se achacan a los de la oposición. Da la impresión que esos electores votaron por las siglas solamente, que cualquier figura que se hubiera postulado recibiría el favor de los votos de la feligresía.

Pero los votantes no son quienes tienen la culpa. Así como en muchas de las casas de la antigua Roma y en Pompeya se ponía un letrero con las palabras cave canem (“cuidado con el perro”), así también debiera prevenirse a los ciudadanos de las consecuencias de nuestro voto por este o el otro candidato. Nos vendría bien más y mejor cultura política. Porque si bien el Estado se encuentra conformado por individuos reales de carne y hueso, la constante en nuestro caso –dicho históricamente, ya que recientemente hemos arribado, a duras penas, a la democracia electoral- ha sido la exclusión de la sociedad en su integración, en el sentido democrático que ello implica, para erigirse en un órgano oligárquico de decisión, en el que la vertebración y el progreso social no han sido prioridades y el uso del Estado como puro instrumento de poder político, ha sido la divisa.

Aquí la ecuación sería simple: se convoca a elecciones, se vota y de ahí sale electo un gobernador o gobernadora que ejercerá un mandato constitucional como jefe del ejecutivo, de acuerdo a las facultades, atribuciones y obligaciones que el ordenamiento jurídico le confiere. Solo que ese proceso nacional de concentración y centralización del poder en un solo individuo, junto con la descomposición, perversión y desnaturalización de algunas de las principales instituciones políticas y democráticas del Estado, cuya disociación de los principios, objetivos y valores sociales por las que éstas fueron fundadas, nutren el corto circuito prevaleciente entre lo que Gaetano Mosca denominaba “clase política” y los ciudadanos. Por eso el de López Obrador no es un partido donde se observe, por ejemplo, una disciplina de partido. Es un “movimiento”, en donde el único juego político que puede haber es el de la sumisión política. De ahí viene la pregunta compleja, parafraseando aquella del maximato: ¿quién va a mandar en el Estado? “Aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente”.

Las constituciones responden en parte a las preguntas tradicionales sobre quién manda y cómo manda y dan una respuesta prescriptiva: "en democracia no hay más gobernante legítimo que el gobernante legal". Aguascalientes, Durango, Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo celebraron elecciones constitucionales el pasado domingo. Entre los seis estados, reúnen poco más de 11 millones de votantes potenciales, más o menos el 12 por ciento del padrón nacional (93 millones de ciudadanos registrados). La participación en Oaxaca y Quintana Roo fue bajísima, rondó más o menos el 40 por ciento (y en estos dos estados ganó MORENA por amplísimo margen), mientras que en Durango y Tamaulipas fue superior al 50 por ciento (en Tamaulipas –ganado por MORENA- la contienda fue muy cerrada, quizás por ese porcentaje de electores que participaron, entre otras razones). En Hidalgo la participación apenas fue de entre el 45 y el 48 por ciento, y en Aguascalientes fue de entre el 43 y el 46 por ciento. Aguascalientes y Durango fueron ganadas por la alianza del PAN-PRI-PRD, mientras que los restantes estados fueron ganados por MORENA y sus aliados electorales. La baja participación en estados como Oaxaca y Quintana Roo, hizo que MORENA ganara muy fácil y por amplio margen las elecciones. MORENA y sus aliados gobernarán ahora en 22 estados de la República. El PAN se queda con 5 gubernaturas, el PRI con 3 y Movimiento Ciudadano con 2.

La polarización, así como el crimen organizado no se mantuvieron del todo al margen en estas elecciones y tampoco el vicio añejo –muy extendido en el gobierno que acabó por decreto con la corrupción- de utilizar los recursos públicos y los programas sociales para la compra y el condicionamiento del voto.

Con todo, debemos valorar grandemente la actuación impecable del INE y de cada Organismo Público Local (OPLE) en la organización de los comicios (que López Obrador quiere desaparecer). Institucionalmente, si en algún lugar nuestra democracia es robusta –que aún resiste, pese a los ataques desde el poder- y garantiza y defiende los principios republicanos, ese lugar se encuentra en estos organismos liderados por el INE. Gracias al INE que, desde su fundación, 7 de cada 10 elecciones han terminado en alternancia, se ha garantizado la salud democrática del país. Y en esas estamos ahora.

Preocupa sin embargo esta hegemonía regional que las elecciones han otorgado a MORENA y sus aliados, porque el proceso de centralización y personalización excesiva del poder existente desde los inicios de este gobierno, no se ha traducido precisamente en el respeto a las formas federalistas adoptadas constitucionalmente. Al contrario. Muchos de los candidatos ganadores de MORENA en esta elección, fueron cuestionados no solo por su pasado político poco honorable –juego que puede considerarse habitual en cualquier elección política-, sino por verdaderas acusaciones de asociación criminal, circunstancia que evidentemente no les hizo mella alguna para que obtuvieran legítimamente la mayoría de los votos. Tampoco le importó al electorado que cualquiera de los candidatos vencedores postulara un programa de gobierno atractivo y creíble, que comprendiera y atendiera sus necesidades. Sin negar lo plausible que pudieran resultar las críticas a la oposición, se dice que esta no existe, que no ha sabido cristalizar los errores que ha cometido el gobierno, que no tiene un programa y una propuesta alternativa que confronte a aquellas del gobierno, pero vemos que a los electores que han hecho triunfar en estas elecciones a los candidatos de MORENA en los estados no les ha importado mínimamente que sus elegidos carecieran también de las mismas dolencias que se achacan a los de la oposición. Da la impresión que esos electores votaron por las siglas solamente, que cualquier figura que se hubiera postulado recibiría el favor de los votos de la feligresía.

Pero los votantes no son quienes tienen la culpa. Así como en muchas de las casas de la antigua Roma y en Pompeya se ponía un letrero con las palabras cave canem (“cuidado con el perro”), así también debiera prevenirse a los ciudadanos de las consecuencias de nuestro voto por este o el otro candidato. Nos vendría bien más y mejor cultura política. Porque si bien el Estado se encuentra conformado por individuos reales de carne y hueso, la constante en nuestro caso –dicho históricamente, ya que recientemente hemos arribado, a duras penas, a la democracia electoral- ha sido la exclusión de la sociedad en su integración, en el sentido democrático que ello implica, para erigirse en un órgano oligárquico de decisión, en el que la vertebración y el progreso social no han sido prioridades y el uso del Estado como puro instrumento de poder político, ha sido la divisa.

Aquí la ecuación sería simple: se convoca a elecciones, se vota y de ahí sale electo un gobernador o gobernadora que ejercerá un mandato constitucional como jefe del ejecutivo, de acuerdo a las facultades, atribuciones y obligaciones que el ordenamiento jurídico le confiere. Solo que ese proceso nacional de concentración y centralización del poder en un solo individuo, junto con la descomposición, perversión y desnaturalización de algunas de las principales instituciones políticas y democráticas del Estado, cuya disociación de los principios, objetivos y valores sociales por las que éstas fueron fundadas, nutren el corto circuito prevaleciente entre lo que Gaetano Mosca denominaba “clase política” y los ciudadanos. Por eso el de López Obrador no es un partido donde se observe, por ejemplo, una disciplina de partido. Es un “movimiento”, en donde el único juego político que puede haber es el de la sumisión política. De ahí viene la pregunta compleja, parafraseando aquella del maximato: ¿quién va a mandar en el Estado? “Aquí vive el presidente, el que manda vive enfrente”.