/ viernes 17 de julio de 2020

El juicio de la historia


El presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, es un apasionado de la historia. Ha escrito varios libros que abordan temas históricos, entre los que destacan Los primeros pasos (Tabasco 1810-1867); Del esplendor a la sombra. La república restaurada, Tabasco; Neoporfirismo: hoy como ayer; El poder en el trópico; y Catarino Erasmo Garza Rodríguez ¿revolucionario o bandido?


Como líder opositor, candidato y presidente de la república, una de las evocaciones más recurrentes de López Obrador es la confrontación histórica del siglo XIX entre liberales y conservadores, que en su opinión es una querella ininterrumpida, que continúa hasta nuestros días.


En sus mensajes y discursos, el presidente de la república es dado a incorporar referencias sobre pasajes de nuestra historia nacional o bien citar frases de sus personajes favoritos: Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, que aparecen en el logotipo oficial de su gobierno.


Detrás de esta pasión por la historia, se esconde un propósito instrumentalista: poner la revisión histórica al servicio de un proyecto político. Enrique Krauze ha dicho que, en sus afanes como historiador, Andrés Manuel López Obrador “subordina el interés general del conocimiento a sus intereses políticos particulares”.


Pero el presidente de la república no es un historiador “profesional”, sino un político obsesionado por ocupar un lugar sobresaliente en la historia de México. López Obrador aspira a ingresar a esa galería de mujeres y hombres que han sido protagonistas determinantes en los acontecimientos que han moldeado la historia de nuestro país.


De hecho, el presidente de la república ya autoproclamó que le corresponde ese sitio en la historia. Su triunfo electoral lo considera “histórico” y ha definido su proyecto de gobierno como la Cuarta Transformación de México, al nivel y con similar importancia que la independencia, la reforma y la revolución de 1910.


Podemos decir, al respecto, que la victoria de Andrés Manuel López Obrador sin duda tiene una notable importancia en la historia política del México contemporáneo, ya que se trata de la primera ocasión en que la izquierda encabeza la presidencia de la república.


Sin embargo, el sentido de trascendencia histórica todavía está por verse. Solo el tiempo dirá si el presidente de la república estuvo o no al nivel de Hidalgo, Morelos, Juárez y Cárdenas, y si su gobierno logra tatuar la historia de México como la independencia, la reforma y la revolución.


Desde la perspectiva de López Obrador, la historia es una lucha constante entre héroes y villanos. Asimismo, a la manera del historiador Thomas Carlyle, el presidente de la república concibe que los grandes protagonistas de la historia son los “hombres iluminados”, los caudillos y líderes políticos que conducen sabiamente a un pueblo bueno, y que con su valor y acciones fundan una nueva época.


El protagonismo de los grandes hombres, de esos individuos excepcionales, aparece justamente en los momentos críticos y cruciales de la historia. Es ahí, en los tiempos difíciles y en las horas más oscuras, donde se revela su talento e impulso creativo.


Hoy la humanidad enfrenta una de esas circunstancias difíciles, con motivo de la pandemia global del COVID-19, que está teniendo graves afectaciones en la salud y en la economía, y que ha sometido a dura prueba a los líderes políticos y a sus gobiernos.


La pandemia está en curso y se estima que puede durar de 2 a 3 años. Cuando todo termine y se haga el recuento de daños, el gobierno de México será uno de los peor evaluados en la lucha para contener el coronavirus.


El problema fue de origen, ya que la administración federal minimizó el alcance de la pandemia. Es cierto que nos enfrentamos a un virus desconocido, pero el presidente de la república, al tener noticia de los primeros infectados, se precipitó y equivocó al afirmar que el COVID-19 “no nos hará nada”, “no es terrible, ni fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”. También erró el subsecretario de salud, Dr. Hugo López-Gatell, cuando declaró que los síntomas del coronavirus eran los de un “catarro”.


Reza una máxima que en el principio está el error y todo lo demás son consecuencias. Y así fue en el caso que nos ocupa. Como parte del empeño en minimizar la pandemia, el presidente continúo con sus giras de trabajo y conminó a los mexicanos a “abrazarse, porque no pasa nada”; a salir y “llevar a la familia a comer a los restaurantes y fondas”.

El gobierno federal priorizó un objetivo en el marco de la pandemia: evitar la saturación y colapso de los hospitales. Objetivo sin duda loable, pero que contradice el principio básico de la salud pública, que nos dice que no se trata de curar enfermos sino de evitar los contagios.


La estrategia de combate al COVID-19 en México, no ha sido la más adecuada. No se tomaron oportunamente las medidas de confinamiento y desde el principio hubo un rechazo a la aplicación de pruebas para medir la magnitud del problema y darle seguimiento a la cadena de contagios. La misma resistencia se ha expresado, inexplicablemente, respecto al uso del cubrebocas.


No es casual, por lo mismo, que todos los pronósticos de las autoridades de salud de nuestro país han sido errados, pero por mucho. El Dr Hugo López-Gatell ha cambiado cinco veces la fecha del pico de la pandemia: 16 de abril, 6 de mayo, entre el 8 y 10 de mayo, mediados de junio y finalmente hasta julio.


Más grave, ha sido la proyección de fallecimientos por la pandemia. El subsecretario de salud dijo al principio que en México habría 6 mil muertos por coronavirus, después modificó la estimación a 30 mil y finalmente señaló que la cifra se elevaría a 35 mil, que ya ha sido superada.


El gobierno federal ha manipulado peligrosamente la información sanitaria. El presidente de la república afirmó que “logramos domar al virus” y su subsecretario de salud ha declarado que ya “aplanamos” la curva epidémica, lo cual evidentemente no ha ocurrido.


¿Cuáles son los saldos reales de la pandemia del COVID-19 en México? A la fecha, 318 mil contagiados (lugar 7 a nivel mundial), 36 906 muertos (lugar 4 a nivel mundial), estimación de caída del 10.5% del PIB durante el 2020 (una de las tres más grandes contracciones en el mundo), 1.2 millones de empleos formales perdidos, 12.5 millones de mexicanos sin trabajo e ingresos y 9 millones más de pobres.


Al final de su sexenio, se evaluará el desempeño del presidente Andrés Manuel López Obrador y su gobierno. Ya veremos si, como se lo ha lo ha propuesto, logra la trascendencia histórica de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, y si concreta una transformación en México similar a la independencia, la reforma y la revolución.


Faltan algunos años para eso. Pero en lo que tiene que ver con la estrategia para enfrentar la pandemia del coronavirus, el juicio y el veredicto de la historia, que tanto le preocupa a López Obrador, llegará más pronto y será, como siempre, implacable.


El presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, es un apasionado de la historia. Ha escrito varios libros que abordan temas históricos, entre los que destacan Los primeros pasos (Tabasco 1810-1867); Del esplendor a la sombra. La república restaurada, Tabasco; Neoporfirismo: hoy como ayer; El poder en el trópico; y Catarino Erasmo Garza Rodríguez ¿revolucionario o bandido?


Como líder opositor, candidato y presidente de la república, una de las evocaciones más recurrentes de López Obrador es la confrontación histórica del siglo XIX entre liberales y conservadores, que en su opinión es una querella ininterrumpida, que continúa hasta nuestros días.


En sus mensajes y discursos, el presidente de la república es dado a incorporar referencias sobre pasajes de nuestra historia nacional o bien citar frases de sus personajes favoritos: Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, Francisco I. Madero y Lázaro Cárdenas, que aparecen en el logotipo oficial de su gobierno.


Detrás de esta pasión por la historia, se esconde un propósito instrumentalista: poner la revisión histórica al servicio de un proyecto político. Enrique Krauze ha dicho que, en sus afanes como historiador, Andrés Manuel López Obrador “subordina el interés general del conocimiento a sus intereses políticos particulares”.


Pero el presidente de la república no es un historiador “profesional”, sino un político obsesionado por ocupar un lugar sobresaliente en la historia de México. López Obrador aspira a ingresar a esa galería de mujeres y hombres que han sido protagonistas determinantes en los acontecimientos que han moldeado la historia de nuestro país.


De hecho, el presidente de la república ya autoproclamó que le corresponde ese sitio en la historia. Su triunfo electoral lo considera “histórico” y ha definido su proyecto de gobierno como la Cuarta Transformación de México, al nivel y con similar importancia que la independencia, la reforma y la revolución de 1910.


Podemos decir, al respecto, que la victoria de Andrés Manuel López Obrador sin duda tiene una notable importancia en la historia política del México contemporáneo, ya que se trata de la primera ocasión en que la izquierda encabeza la presidencia de la república.


Sin embargo, el sentido de trascendencia histórica todavía está por verse. Solo el tiempo dirá si el presidente de la república estuvo o no al nivel de Hidalgo, Morelos, Juárez y Cárdenas, y si su gobierno logra tatuar la historia de México como la independencia, la reforma y la revolución.


Desde la perspectiva de López Obrador, la historia es una lucha constante entre héroes y villanos. Asimismo, a la manera del historiador Thomas Carlyle, el presidente de la república concibe que los grandes protagonistas de la historia son los “hombres iluminados”, los caudillos y líderes políticos que conducen sabiamente a un pueblo bueno, y que con su valor y acciones fundan una nueva época.


El protagonismo de los grandes hombres, de esos individuos excepcionales, aparece justamente en los momentos críticos y cruciales de la historia. Es ahí, en los tiempos difíciles y en las horas más oscuras, donde se revela su talento e impulso creativo.


Hoy la humanidad enfrenta una de esas circunstancias difíciles, con motivo de la pandemia global del COVID-19, que está teniendo graves afectaciones en la salud y en la economía, y que ha sometido a dura prueba a los líderes políticos y a sus gobiernos.


La pandemia está en curso y se estima que puede durar de 2 a 3 años. Cuando todo termine y se haga el recuento de daños, el gobierno de México será uno de los peor evaluados en la lucha para contener el coronavirus.


El problema fue de origen, ya que la administración federal minimizó el alcance de la pandemia. Es cierto que nos enfrentamos a un virus desconocido, pero el presidente de la república, al tener noticia de los primeros infectados, se precipitó y equivocó al afirmar que el COVID-19 “no nos hará nada”, “no es terrible, ni fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”. También erró el subsecretario de salud, Dr. Hugo López-Gatell, cuando declaró que los síntomas del coronavirus eran los de un “catarro”.


Reza una máxima que en el principio está el error y todo lo demás son consecuencias. Y así fue en el caso que nos ocupa. Como parte del empeño en minimizar la pandemia, el presidente continúo con sus giras de trabajo y conminó a los mexicanos a “abrazarse, porque no pasa nada”; a salir y “llevar a la familia a comer a los restaurantes y fondas”.

El gobierno federal priorizó un objetivo en el marco de la pandemia: evitar la saturación y colapso de los hospitales. Objetivo sin duda loable, pero que contradice el principio básico de la salud pública, que nos dice que no se trata de curar enfermos sino de evitar los contagios.


La estrategia de combate al COVID-19 en México, no ha sido la más adecuada. No se tomaron oportunamente las medidas de confinamiento y desde el principio hubo un rechazo a la aplicación de pruebas para medir la magnitud del problema y darle seguimiento a la cadena de contagios. La misma resistencia se ha expresado, inexplicablemente, respecto al uso del cubrebocas.


No es casual, por lo mismo, que todos los pronósticos de las autoridades de salud de nuestro país han sido errados, pero por mucho. El Dr Hugo López-Gatell ha cambiado cinco veces la fecha del pico de la pandemia: 16 de abril, 6 de mayo, entre el 8 y 10 de mayo, mediados de junio y finalmente hasta julio.


Más grave, ha sido la proyección de fallecimientos por la pandemia. El subsecretario de salud dijo al principio que en México habría 6 mil muertos por coronavirus, después modificó la estimación a 30 mil y finalmente señaló que la cifra se elevaría a 35 mil, que ya ha sido superada.


El gobierno federal ha manipulado peligrosamente la información sanitaria. El presidente de la república afirmó que “logramos domar al virus” y su subsecretario de salud ha declarado que ya “aplanamos” la curva epidémica, lo cual evidentemente no ha ocurrido.


¿Cuáles son los saldos reales de la pandemia del COVID-19 en México? A la fecha, 318 mil contagiados (lugar 7 a nivel mundial), 36 906 muertos (lugar 4 a nivel mundial), estimación de caída del 10.5% del PIB durante el 2020 (una de las tres más grandes contracciones en el mundo), 1.2 millones de empleos formales perdidos, 12.5 millones de mexicanos sin trabajo e ingresos y 9 millones más de pobres.


Al final de su sexenio, se evaluará el desempeño del presidente Andrés Manuel López Obrador y su gobierno. Ya veremos si, como se lo ha lo ha propuesto, logra la trascendencia histórica de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas, y si concreta una transformación en México similar a la independencia, la reforma y la revolución.


Faltan algunos años para eso. Pero en lo que tiene que ver con la estrategia para enfrentar la pandemia del coronavirus, el juicio y el veredicto de la historia, que tanto le preocupa a López Obrador, llegará más pronto y será, como siempre, implacable.