/ viernes 10 de abril de 2020

El excepcionalismo mexicano

Los mexicanos siempre hemos estado convencidos de nuestra excepcionalidad. Creemos firmemente que como México no hay dos. Asumimos a plenitud, y con orgullo, nuestra particularidad como nación. Nos sentimos realmente diferentes a las otras sociedades, por los rasgos culturales que nos distinguen, forjados a lo largo de la historia.

En términos generales, lo que nos hace singulares y distintos a los demás países es nuestro canon identitario; es decir, eso que define la esencia de la mexicanidad, que implica una forma de ser, un cierto modo de ver y vivir la vida.

La conformación de esta identidad nacional inicia con el patriotismo de los criollos y el culto guadalupano en la Nueva España; se refuerza con las encendidas invocaciones patrióticas de los pensadores liberales radicales de la época de la reforma; y se consolida con el nacionalismo cultural que impulsa el estado postrevolucionario.

El excepcionalismo mexicano, la creencia de que somos diferentes y no nos parecemos a ningún otro país, es una de las claves de nuestra cultura, que se ha edificado, en parte, sobre una serie de mitos históricos, como la visión idealista y paradisiaca de las culturas prehispánicas (supuestamente “puras” y “pacíficas”, presumidas como las más desarrolladas de Mesoamérica y más adelantadas, se dice, que los mismos europeos en algunos temas), la grandeza virreinal, de la que nos habla con evidente exageración Bernardo de Balbuena (“todo en la ciudad de México es abundante, grandioso y perfecto”, escribe asombrado en su poema), la batalla de puebla de 1862, exaltada como símbolo de nuestro heroísmo, al vencer al ejército francés (en aquel tiempo considerado el mejor del mundo), la revolución de 1910 (glorificada como “la primera revolución social del siglo XX”) y nuestra constitución, que siempre nos han enseñado que es la mejor del mundo.

Conscientes de sus virtudes y también de los defectos, los mexicanos nos sentimos orgullosos de este excepcionalismo, que nos distingue de las demás naciones. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores 2018, el 72% de los mexicanos entrevistados dijeron sentirse muy orgullosos de ser mexicanos.

He formulado este recuento, porque la creencia en el excepcionalismo mexicano siga viva, y se hecho notar con fuerza en el marco de la pandemia del covid-19 que azota a todo el mundo, provocando estragos en la salud y la economía.

Veamos algunos ejemplos. Mientras algunos países, a la primera confirmación de la presencia del coronavirus buscaron la forma de blindarse y de inmediato cerraron sus fronteras y aeropuertos, en contraste México mantuvo sus fronteras y aeropuertos abiertos a vuelos internacionales de Europa y de otras partes del mundo, a pesar de que se sabía que los primeros contagios eran por “importación”.

Ante la expansión de la pandemia, muchas naciones cancelaron todo tipo de eventos masivos, deportivos, artísticos y religiosos, y por el contario aquí en México se llevaron a cabo conciertos y carnavales, con la asistencia de miles de personas.

Par evitar la propagación del covid-19 la mayoría de los países aplicaron una serie de restricciones y medidas drásticas, como el confinamiento domiciliario y cuarentenas, pero en México el presidente de la república continuó sus giras de trabajo, saludaba de mano, repartía besos y abrazos, e invitaba a la población a salir con su familia y hacer una vida normal, disfrutando de fondas y restaurantes.

Con el fin de aplanar la curva de contagio del coronavirus, la estrategia que han seguido muchas naciones es, como lo recomendó desde un principio la OMS, realizar pruebas, pruebas y más pruebas de diagnóstico, incluyendo a la población asintomática. Australia aplica 12184 pruebas por millón de habitantes, Alemania 10982, Corea del Sur 9130, Canadá 9181, Estados Unidos 6228, Chile 2200, Ecuador 739, Perú 654, Colombia 598, Brasil 258, Argentina 239 y México 159.

En estos días difíciles, la mayoría de los países han destinado cuantiosos recursos para fortalecer sus sistemas de salud. En cambio, médicos y enfermeras de nuestros hospitales públicos luchan contra la pandemia con muchas carencias de insumos y equipo.

A nivel mundial diversos líderes políticos han señalado, con gran preocupación, que el covid-19 es uno de los mayores desafíos a que se ha enfrentado la humanidad en los últimos tiempos, y que sus efectos serán devastadores en la salud y la economía. Mientras tanto, el presidente de México ha dicho que esta crisis es transitoria y pasajera, y que “pandemias e infortunios no nos harán nada”.

Frente al riesgo inminente de una recesión, y para atenuar el impacto sobre el empleo y el bienestar de la población, los gobiernos de muchos países han lanzado ambiciosos y millonarios programas de emergencia económica, con incentivos fiscales y créditos para las empresas y apoyos directos a los ciudadanos. En México, se han desdeñado estas políticas anticíclicas y se apuesta al reforzamiento de los programas sociales y a la “austeridad republicana”, como vías para la reactivación de la economía. En la estrategia del gobierno federal no se contemplan apoyos a las empresas, salvo el compromiso de devolver con prontitud el IVA y créditos a pequeños negocios. El presidente de la república ha dicho que se trata de una nueva política económica, que será un ejemplo a seguir por otras naciones, ante el derrumbe del modelo “neoliberal”.

En la mayoría de los países, el coronavirus ha llevado a que los actores políticos dejen de lado sus diferencias y construyan pactos y grandes acuerdos de unidad nacional para enfrentar la emergencia sanitaria y económica. En contraste, en México la pandemia ha profundizado la discordia y la polarización política.

Mientras en la mayor parte del mundo la gente sobrevive al covid-19 cumpliendo estrictamente con el aislamiento, voluntario o forzado, en México se hacen llamados a quedarse en casa, pero el gobierno federal concentra adultos mayores para entregar apoyos y una población, incrédula e indisciplinada, hace colas sin guardar la debida distancia en bancos, organiza fiestas en sus casas y sigue en la calle, retando osadamente al coronavirus.

Como podemos ver, en el marco de esta grave crisis México camina a espaldas y a contracorriente del mundo, haciendo gala de su tradicional excepcionalismo. Pese ello, desde el gobierno federal se insiste en que esta crisis es temporal y muy pronto regresará la normalidad. Y muchos mexicanos así lo piensan.

¿En qué se finca éste cálculo optimista? ¿En la “fortaleza” de la economía nacional y en la condición –ruinosa se ha dicho- del sistema de salud? ¿En el poder inmenso y absoluto del Detente? ¿O en nuestro excepcionalismo ? ¿Acaso, como lo señaló el presidente de la república, lo que nos sacará otra vez adelante será la gloria y la grandeza de México; la historia y la cultura que nos hacen diferentes a las demás naciones; la fortaleza moral y espiritual del “pueblo bueno y sabio”, generoso y solidario?

Desde nuestro punto de vista, apostar de nuevo por un idealizado excepcionalismo, por una “vía mexicana”, para encarar los efectos de la crisis sanitaria y económica que ha desatado la pandemia del coronavirus, sería un verdadero suicidio. Como lo dijo Octavio Paz, este supuesto excepcionalismo cultural nos aisla y encierra, nos pone lejos del mundo y de los demás, en un momento en que es imperativo aprender de la experiencia de otros los países e insertarse en un necesario esfuerzo de cooperación y solidaridad global.

Los mexicanos siempre hemos estado convencidos de nuestra excepcionalidad. Creemos firmemente que como México no hay dos. Asumimos a plenitud, y con orgullo, nuestra particularidad como nación. Nos sentimos realmente diferentes a las otras sociedades, por los rasgos culturales que nos distinguen, forjados a lo largo de la historia.

En términos generales, lo que nos hace singulares y distintos a los demás países es nuestro canon identitario; es decir, eso que define la esencia de la mexicanidad, que implica una forma de ser, un cierto modo de ver y vivir la vida.

La conformación de esta identidad nacional inicia con el patriotismo de los criollos y el culto guadalupano en la Nueva España; se refuerza con las encendidas invocaciones patrióticas de los pensadores liberales radicales de la época de la reforma; y se consolida con el nacionalismo cultural que impulsa el estado postrevolucionario.

El excepcionalismo mexicano, la creencia de que somos diferentes y no nos parecemos a ningún otro país, es una de las claves de nuestra cultura, que se ha edificado, en parte, sobre una serie de mitos históricos, como la visión idealista y paradisiaca de las culturas prehispánicas (supuestamente “puras” y “pacíficas”, presumidas como las más desarrolladas de Mesoamérica y más adelantadas, se dice, que los mismos europeos en algunos temas), la grandeza virreinal, de la que nos habla con evidente exageración Bernardo de Balbuena (“todo en la ciudad de México es abundante, grandioso y perfecto”, escribe asombrado en su poema), la batalla de puebla de 1862, exaltada como símbolo de nuestro heroísmo, al vencer al ejército francés (en aquel tiempo considerado el mejor del mundo), la revolución de 1910 (glorificada como “la primera revolución social del siglo XX”) y nuestra constitución, que siempre nos han enseñado que es la mejor del mundo.

Conscientes de sus virtudes y también de los defectos, los mexicanos nos sentimos orgullosos de este excepcionalismo, que nos distingue de las demás naciones. De acuerdo con la Encuesta Mundial de Valores 2018, el 72% de los mexicanos entrevistados dijeron sentirse muy orgullosos de ser mexicanos.

He formulado este recuento, porque la creencia en el excepcionalismo mexicano siga viva, y se hecho notar con fuerza en el marco de la pandemia del covid-19 que azota a todo el mundo, provocando estragos en la salud y la economía.

Veamos algunos ejemplos. Mientras algunos países, a la primera confirmación de la presencia del coronavirus buscaron la forma de blindarse y de inmediato cerraron sus fronteras y aeropuertos, en contraste México mantuvo sus fronteras y aeropuertos abiertos a vuelos internacionales de Europa y de otras partes del mundo, a pesar de que se sabía que los primeros contagios eran por “importación”.

Ante la expansión de la pandemia, muchas naciones cancelaron todo tipo de eventos masivos, deportivos, artísticos y religiosos, y por el contario aquí en México se llevaron a cabo conciertos y carnavales, con la asistencia de miles de personas.

Par evitar la propagación del covid-19 la mayoría de los países aplicaron una serie de restricciones y medidas drásticas, como el confinamiento domiciliario y cuarentenas, pero en México el presidente de la república continuó sus giras de trabajo, saludaba de mano, repartía besos y abrazos, e invitaba a la población a salir con su familia y hacer una vida normal, disfrutando de fondas y restaurantes.

Con el fin de aplanar la curva de contagio del coronavirus, la estrategia que han seguido muchas naciones es, como lo recomendó desde un principio la OMS, realizar pruebas, pruebas y más pruebas de diagnóstico, incluyendo a la población asintomática. Australia aplica 12184 pruebas por millón de habitantes, Alemania 10982, Corea del Sur 9130, Canadá 9181, Estados Unidos 6228, Chile 2200, Ecuador 739, Perú 654, Colombia 598, Brasil 258, Argentina 239 y México 159.

En estos días difíciles, la mayoría de los países han destinado cuantiosos recursos para fortalecer sus sistemas de salud. En cambio, médicos y enfermeras de nuestros hospitales públicos luchan contra la pandemia con muchas carencias de insumos y equipo.

A nivel mundial diversos líderes políticos han señalado, con gran preocupación, que el covid-19 es uno de los mayores desafíos a que se ha enfrentado la humanidad en los últimos tiempos, y que sus efectos serán devastadores en la salud y la economía. Mientras tanto, el presidente de México ha dicho que esta crisis es transitoria y pasajera, y que “pandemias e infortunios no nos harán nada”.

Frente al riesgo inminente de una recesión, y para atenuar el impacto sobre el empleo y el bienestar de la población, los gobiernos de muchos países han lanzado ambiciosos y millonarios programas de emergencia económica, con incentivos fiscales y créditos para las empresas y apoyos directos a los ciudadanos. En México, se han desdeñado estas políticas anticíclicas y se apuesta al reforzamiento de los programas sociales y a la “austeridad republicana”, como vías para la reactivación de la economía. En la estrategia del gobierno federal no se contemplan apoyos a las empresas, salvo el compromiso de devolver con prontitud el IVA y créditos a pequeños negocios. El presidente de la república ha dicho que se trata de una nueva política económica, que será un ejemplo a seguir por otras naciones, ante el derrumbe del modelo “neoliberal”.

En la mayoría de los países, el coronavirus ha llevado a que los actores políticos dejen de lado sus diferencias y construyan pactos y grandes acuerdos de unidad nacional para enfrentar la emergencia sanitaria y económica. En contraste, en México la pandemia ha profundizado la discordia y la polarización política.

Mientras en la mayor parte del mundo la gente sobrevive al covid-19 cumpliendo estrictamente con el aislamiento, voluntario o forzado, en México se hacen llamados a quedarse en casa, pero el gobierno federal concentra adultos mayores para entregar apoyos y una población, incrédula e indisciplinada, hace colas sin guardar la debida distancia en bancos, organiza fiestas en sus casas y sigue en la calle, retando osadamente al coronavirus.

Como podemos ver, en el marco de esta grave crisis México camina a espaldas y a contracorriente del mundo, haciendo gala de su tradicional excepcionalismo. Pese ello, desde el gobierno federal se insiste en que esta crisis es temporal y muy pronto regresará la normalidad. Y muchos mexicanos así lo piensan.

¿En qué se finca éste cálculo optimista? ¿En la “fortaleza” de la economía nacional y en la condición –ruinosa se ha dicho- del sistema de salud? ¿En el poder inmenso y absoluto del Detente? ¿O en nuestro excepcionalismo ? ¿Acaso, como lo señaló el presidente de la república, lo que nos sacará otra vez adelante será la gloria y la grandeza de México; la historia y la cultura que nos hacen diferentes a las demás naciones; la fortaleza moral y espiritual del “pueblo bueno y sabio”, generoso y solidario?

Desde nuestro punto de vista, apostar de nuevo por un idealizado excepcionalismo, por una “vía mexicana”, para encarar los efectos de la crisis sanitaria y económica que ha desatado la pandemia del coronavirus, sería un verdadero suicidio. Como lo dijo Octavio Paz, este supuesto excepcionalismo cultural nos aisla y encierra, nos pone lejos del mundo y de los demás, en un momento en que es imperativo aprender de la experiencia de otros los países e insertarse en un necesario esfuerzo de cooperación y solidaridad global.