/ domingo 27 de diciembre de 2020

El borrego que murió engañado

La ya lejana tarde en que el pequeño borreguito llegó al seno de aquella familia, se quedó grabada en mi mente y corazón por siempre.

Recuerdo el ambiente que ese día nos regalaba la madre naturaleza; Era fresco, apacible y con un ensueño propio de esos días. No hacía ni frio, pero tampoco calor.

Moría el invierno, y las incipientes flores que traería consigo la naciente primavera, apenas estaban en su capullo.

Era, según mis pobres y nostálgicos recuerdos, una bonita y acogedora tarde de los primeros años de la década de los 70s del siglo pasado.

Sin embargo, el apacible silencio y la calma que ese día reinaba en la manzana de mi colonia, fue rota de manera intempestiva por la algarabía de un numeroso grupo de chamacos.

Y mitotero como siempre fui desde muy plebe, y sigo siendo aún de viejo, de un salto me ubiqué en el frente de mi casa, con el propósito de saber procedencia y motivo del griterío aquel.

Y claro, sin ser un detective muy chingón de inmediato me enteré de las causas que habían roto la tranquilidad y armonía social de mi barrio.

Por fortuna no se trataba, como imaginé al principio, de alguna trifulca del abarrotero con alguno de los muchos vecinos que presentaban saldo vencido en su libreta de la mercancía fiada.

Pronto, al acercarme al grupo de plebes, que a cada momento aumentaba, me había enterado que el asunto, en efecto, nada tenía que ver con el hombre del abarrote.

Supe entonces, que el tema de la gran algarabía, tenía su origen en un inusual obsequio que el niño más pequeño de una familia vecina a nuestro hogar, había recibido esa tarde.

Lo corroboré al observar como el numeroso grupo de plebes revoloteaban jubilosos alrededor de un pequeño borrego.

Sí, un pequeño y hermoso ejemplar de la raza ovina, que apenas contaba con unas horas de nacido.

La brillante espuma del jabón Palmolive era nada frente al esplendor de su blancura.

Sus ojitos inquietos y vivarachos buscaban quizá de manera infructuosa a su madre, mientras el rosa de su trompita, le daba un interesante toque a la cola de los mandriles.

Todo un espectáculo para la chamacada del populoso barrio donde pasé algunos momentos placenteros de mis años mozos.

Pero, de pronto el hechizo que el bello animalito había generado entre los niños del vecindario, se vio roto por el seco grito de una voz ladina pero fuerte.

“A ver plebes cosijosos, sáquense cabrones”, gritó una señorona, al tiempo de secarse las manos con un viejo mandil que portaba, señal inequívoca que había dejado las labores de la cocina para salir a indagar el griterío que afuera de estaba generando.

Y enseguida, clavando la mirada en su hijo, que amoroso cargaba en brazos al pequeño borrego, le preguntó iracunda.

“¿ Y tu, Jacinto Andrés, de donde sacaste ese animal?

“Me lo regaló mi “Nino” Victoriano “Amá” respondió atemorizado el chamaco.

“Ahh muy bonito regalo, pues a ver ahora de donde chingados sacas leche para alimentar a éste borrego, porque yo apenas tengo pal biberón de tu hermanita la Ambrosia, y no voy a compartirla con tu mascota”.

Pero pronto, el alegato entre madre e hijo llegó a feliz término, gracias a la oportuna intervención de uno de os hermanitos mayores de Jacinto Andrés.

¿Oiga Amá, y si le echamos el borrego a la perra para que lo amamante? , interrogó el mozalbete a su madre.

Es cierto “Ama”, la perra acaba de parir y se le murió una de las crías y tiene leche de sobra, atajó jubiloso el propietario del blanco animalito.

El silencio de la mujerona, fue considerado como un gesto aprobatorio por la plebada, por lo que de inmediato se trasladaron al traspatio de su “residencia”, en donde una perra de un color más negro que la cueva del diablo, reposaba sobre una costalera, amamantando a unos críos que recién había traído a éste convulsionado mundo.

Al ver a Jacinto Andrés que se aproximaba a su aposento cargando al vivaracho borreguito, la perra lo observó recelosa y gruñendo amenazante.

“Tranquila “GRÚA” te traigo un nuevo hijito para que le compartas tu leche al lado de sus otros tres hermanitos”, le dijo en tono amoroso el chiquillo, al tiempo de acomodarle el borrego en su regazo.

Lo insólito, fue que la Grúa, (nombre que se había ganado a pulso la perra, por su fama de casquivana, ya que a cada rato se le veía arrastrando perros pegados de su cola por las empolvadas calles del barrio), se quedó muy quieta, y mirando fijamente al nuevo inquilino de sus tetas.

La verdad sea dicha, la perra volteaba seguido hacia el cielo, como preguntándose a sí misma… ¿En la madre, y éste pinche gringo a qué horas lo parí?..

Lo interesante de ésta historia, vendría semanas después, cuando el borrego empezó a crecer, sin saber por supuesto, que en realidad no era un perro, sino un legítimo y auténtico borrego.

Y es que el noble animal, durante su existencia solo había convivido con perros, por lo que adoptó todas las costumbres, actitudes y comportamientos caninos.

Su madre “la grúa”, también se tragó el cuento de que el “borriperro” era su hijo, y pensó tal vez que si no ladraba como el resto de sus hijos, y la perrada del barrio, era porque el pobre animal seguramente había nacido mudo.

Así lo consideraba, ya que el “Borriperro”, por haberse criado al lado de sus “carnales”, también le daba por corretear a cuanto carro pasara por el frente de la casa.

Incluso, para orinar el ingenuo borreguito levantaba la pata derecha frente al primer árbol o poste de la luz que se le cruzara al momento de la emergencia fisiológica.

Pero una triste noche de fuertes y torrenciales lluvias, todo acabó... Murió el “Borriperro”, víctima de una revuelta canina.

Había salido el borrego, tras una perra en celo, con afanes “donjuanescos” y dispuesto a lograr la hazaña y el mérito de ser el ganador de sus favores sexuales.

Solo que el tristemente célebre animalito, no contaba con la bravura que en esos casos caracteriza a los perros que salen tras una hembra con fines similares,

Y ocurrió que esa noche, los feroces perros de otros barrios vecinos se habían hecho presentes para el galanteo con la perra de mi barrio, encontrando a su paso al manso corderito.

Esa noche, los perros venidos de los lejanos barrios, no comieron perra… Comieron borrego.

Los despojos del blanco animal fueron recogidos por la mañana, por un lloroso Jacinto Andrés, quien desconsolado se inculpaba por no haber tomado las medidas pertinentes en aras de salvaguardar la integridad de su blanca y amada mascota.

MORALEJA… Muchas veces, las mezclas, pactos y componendas, con personas cuyos intereses, proyectos, pensamientos o con ideas distintas a las nuestras, al final del camino suelen arrojar resultados no muy convenientes… Las alianzas o coaliciones entre Partidos políticos con ideologías y principios distintos entre sí, deben ser pensadas dos veces antes de asumirlas… Digo Yo…

La ya lejana tarde en que el pequeño borreguito llegó al seno de aquella familia, se quedó grabada en mi mente y corazón por siempre.

Recuerdo el ambiente que ese día nos regalaba la madre naturaleza; Era fresco, apacible y con un ensueño propio de esos días. No hacía ni frio, pero tampoco calor.

Moría el invierno, y las incipientes flores que traería consigo la naciente primavera, apenas estaban en su capullo.

Era, según mis pobres y nostálgicos recuerdos, una bonita y acogedora tarde de los primeros años de la década de los 70s del siglo pasado.

Sin embargo, el apacible silencio y la calma que ese día reinaba en la manzana de mi colonia, fue rota de manera intempestiva por la algarabía de un numeroso grupo de chamacos.

Y mitotero como siempre fui desde muy plebe, y sigo siendo aún de viejo, de un salto me ubiqué en el frente de mi casa, con el propósito de saber procedencia y motivo del griterío aquel.

Y claro, sin ser un detective muy chingón de inmediato me enteré de las causas que habían roto la tranquilidad y armonía social de mi barrio.

Por fortuna no se trataba, como imaginé al principio, de alguna trifulca del abarrotero con alguno de los muchos vecinos que presentaban saldo vencido en su libreta de la mercancía fiada.

Pronto, al acercarme al grupo de plebes, que a cada momento aumentaba, me había enterado que el asunto, en efecto, nada tenía que ver con el hombre del abarrote.

Supe entonces, que el tema de la gran algarabía, tenía su origen en un inusual obsequio que el niño más pequeño de una familia vecina a nuestro hogar, había recibido esa tarde.

Lo corroboré al observar como el numeroso grupo de plebes revoloteaban jubilosos alrededor de un pequeño borrego.

Sí, un pequeño y hermoso ejemplar de la raza ovina, que apenas contaba con unas horas de nacido.

La brillante espuma del jabón Palmolive era nada frente al esplendor de su blancura.

Sus ojitos inquietos y vivarachos buscaban quizá de manera infructuosa a su madre, mientras el rosa de su trompita, le daba un interesante toque a la cola de los mandriles.

Todo un espectáculo para la chamacada del populoso barrio donde pasé algunos momentos placenteros de mis años mozos.

Pero, de pronto el hechizo que el bello animalito había generado entre los niños del vecindario, se vio roto por el seco grito de una voz ladina pero fuerte.

“A ver plebes cosijosos, sáquense cabrones”, gritó una señorona, al tiempo de secarse las manos con un viejo mandil que portaba, señal inequívoca que había dejado las labores de la cocina para salir a indagar el griterío que afuera de estaba generando.

Y enseguida, clavando la mirada en su hijo, que amoroso cargaba en brazos al pequeño borrego, le preguntó iracunda.

“¿ Y tu, Jacinto Andrés, de donde sacaste ese animal?

“Me lo regaló mi “Nino” Victoriano “Amá” respondió atemorizado el chamaco.

“Ahh muy bonito regalo, pues a ver ahora de donde chingados sacas leche para alimentar a éste borrego, porque yo apenas tengo pal biberón de tu hermanita la Ambrosia, y no voy a compartirla con tu mascota”.

Pero pronto, el alegato entre madre e hijo llegó a feliz término, gracias a la oportuna intervención de uno de os hermanitos mayores de Jacinto Andrés.

¿Oiga Amá, y si le echamos el borrego a la perra para que lo amamante? , interrogó el mozalbete a su madre.

Es cierto “Ama”, la perra acaba de parir y se le murió una de las crías y tiene leche de sobra, atajó jubiloso el propietario del blanco animalito.

El silencio de la mujerona, fue considerado como un gesto aprobatorio por la plebada, por lo que de inmediato se trasladaron al traspatio de su “residencia”, en donde una perra de un color más negro que la cueva del diablo, reposaba sobre una costalera, amamantando a unos críos que recién había traído a éste convulsionado mundo.

Al ver a Jacinto Andrés que se aproximaba a su aposento cargando al vivaracho borreguito, la perra lo observó recelosa y gruñendo amenazante.

“Tranquila “GRÚA” te traigo un nuevo hijito para que le compartas tu leche al lado de sus otros tres hermanitos”, le dijo en tono amoroso el chiquillo, al tiempo de acomodarle el borrego en su regazo.

Lo insólito, fue que la Grúa, (nombre que se había ganado a pulso la perra, por su fama de casquivana, ya que a cada rato se le veía arrastrando perros pegados de su cola por las empolvadas calles del barrio), se quedó muy quieta, y mirando fijamente al nuevo inquilino de sus tetas.

La verdad sea dicha, la perra volteaba seguido hacia el cielo, como preguntándose a sí misma… ¿En la madre, y éste pinche gringo a qué horas lo parí?..

Lo interesante de ésta historia, vendría semanas después, cuando el borrego empezó a crecer, sin saber por supuesto, que en realidad no era un perro, sino un legítimo y auténtico borrego.

Y es que el noble animal, durante su existencia solo había convivido con perros, por lo que adoptó todas las costumbres, actitudes y comportamientos caninos.

Su madre “la grúa”, también se tragó el cuento de que el “borriperro” era su hijo, y pensó tal vez que si no ladraba como el resto de sus hijos, y la perrada del barrio, era porque el pobre animal seguramente había nacido mudo.

Así lo consideraba, ya que el “Borriperro”, por haberse criado al lado de sus “carnales”, también le daba por corretear a cuanto carro pasara por el frente de la casa.

Incluso, para orinar el ingenuo borreguito levantaba la pata derecha frente al primer árbol o poste de la luz que se le cruzara al momento de la emergencia fisiológica.

Pero una triste noche de fuertes y torrenciales lluvias, todo acabó... Murió el “Borriperro”, víctima de una revuelta canina.

Había salido el borrego, tras una perra en celo, con afanes “donjuanescos” y dispuesto a lograr la hazaña y el mérito de ser el ganador de sus favores sexuales.

Solo que el tristemente célebre animalito, no contaba con la bravura que en esos casos caracteriza a los perros que salen tras una hembra con fines similares,

Y ocurrió que esa noche, los feroces perros de otros barrios vecinos se habían hecho presentes para el galanteo con la perra de mi barrio, encontrando a su paso al manso corderito.

Esa noche, los perros venidos de los lejanos barrios, no comieron perra… Comieron borrego.

Los despojos del blanco animal fueron recogidos por la mañana, por un lloroso Jacinto Andrés, quien desconsolado se inculpaba por no haber tomado las medidas pertinentes en aras de salvaguardar la integridad de su blanca y amada mascota.

MORALEJA… Muchas veces, las mezclas, pactos y componendas, con personas cuyos intereses, proyectos, pensamientos o con ideas distintas a las nuestras, al final del camino suelen arrojar resultados no muy convenientes… Las alianzas o coaliciones entre Partidos políticos con ideologías y principios distintos entre sí, deben ser pensadas dos veces antes de asumirlas… Digo Yo…