/ viernes 27 de marzo de 2020

Economía después de la pandemia

Para la economía global 2019 fue un año sumamente complicado, registrando un crecimiento de solo el 2.3%, el más bajo desde la crisis financiera de 2008-2009. El dinamismo productivo y comercial se interrumpió en todas las regiones y países del mundo: en la Unión Europea y los Estados Unidos, lo mismo que en China y América Latina.

Los factores que propiciaron esta contracción de la economía internacional fueron, principalmente, los siguientes: las tensiones y disputas comerciales entre los Estados Unidos y China, la incertidumbre generada por el Brexit y la desaceleración de la economía alemana, caída en la inversión productiva, precios relativamente bajos en las materias primas y energéticos, decremento en la producción industrial y en los volúmenes del comercio global, niveles elevados de deuda y volatilidad financiera.

En el caso de México, durante su campaña electoral y todavía antes de tomar posesión del cargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador comprometió un crecimiento anual del Producto Interno Bruto (PIB) del 4%. No obstante, en el paquete económico del 2019 el gobierno federal estimó un crecimiento en el rango del 1.5% al 2.5%.

Ninguna de estas proyecciones se cumplió. En 2019 la economía mexicana no creció al 4%, ni al 2.5%, ni al 1.5%. El crecimiento fue de - 0.14%, muy inferior al 2% alcanzado el 2018 y que fue calificado por el propio López Obrador como insuficiente y “mediocre”. Es importante hacer notar, que se trata del primer comportamiento negativo del PIB desde el 2009.

Sin duda, el desfavorable escenario internacional influyó directamente en la contracción de la economía en México durante el 2019. Pero este reconocimiento, no debe conducirnos a soslayar la responsabilidad que le toca al gobierno federal en la debacle. En el mal desempeño de la economía mexicana, no solo han influido variables exógenas. Aquí también debemos tomar en cuenta las decisiones erráticas de política económica que ha tomado el gobierno federal (en materia fiscal, de gasto público y proyectos de infraestructura), que han generado un ambiente de incertidumbre y desconfianza en los sectores productivos, lo cual llevó a la caída en la inversión privada y al estancamiento económico.

Con una economía debilitada y vulnerable, México resiente ahora los impactos de las turbulencias, sorpresivas e inquietantes, que durante los primeros meses del 2020 están marcando el caótico y peligroso rumbo de la economía global.

Primero fue el desacuerdo y conflicto entre Rusia y Arabia Saudita, que hundió los precios del petróleo y desplomó las bolsas de valores en todo el mundo. A ello se suma la pandemia del Covid-19 o coronavirus, que está teniendo efectos devastadores en la salud, pero que también provoca fuertes y graves afectaciones en las diversas actividades económicas.

Así como desde el punto de vista científico se desconocen todavía muchas cosas del Covid-19, de la misma forma no podemos establecer a estas alturas una estimación precisa de los daños que tendrá el coronavirus en la vida productiva y comercial. Ello dependerá de la capacidad de la comunidad internacional para gestionar la crisis sanitaria, controlar el virus y evitar su propagación. Y sin duda, cuidar la salud y salvar vidas tiene que ser ahora la mayor prioridad de los gobiernos.

Pero junto a ello, se debe atender con la misma urgencia el impacto desfavorable que está teniendo la pandemia del Covid-19 en la economía. A nivel global, hay una preocupante interrupción en las cadenas de producción y suministro de mercancías. Baja considerablemente la demanda y el consumo de bienes y servicios. Los precios de las materias primas y energéticos se han desplomado. En muchos países las actividades económicas se encuentran semiparalizadas. Existe un descenso generalizado en el comercio y el turismo. Se cierran fronteras, fábricas, aeropuertos y todo tipo de centros de trabajo. Hay un creciente ausentismo laboral. Día con día las bolsas de valores se derrumban.

¿Cuál será el saldo de esta inesperada y calamitosa tormenta? Es temprano para saberlo. Pero una cosa es cierta: después de la pandemia el mundo será diferente. Jacques Atalli advierte que veremos nacer una nueva forma de legitimación de la autoridad. Por su parte, Yuval Noah Harari, ha dicho que después del coronavirus la disyuntiva será entre el aislamiento nacionalista o la solidaridad global.

Cualquiera que sea el camino que adopte la humanidad, en lo inmediato lo que se vislumbra es el riesgo de una recesión económica mundial severa y de incierta duración, que implicará la bancarrota de muchas empresas, incremento del desempleo y la pobreza.

Para el caso de México, se proyecta ya para el 2020 un crecimiento negativo del PIB en un rango que va del -4% al -7%. De confirmarse dichas estimaciones, nuestro país registraría dos años consecutivos de contracción económica, algo que no ocurría desde la gran depresión de 1929-1930.

Pese a declarar que “No nos van a hacer nada los infortunios y las pandemias”, la fuerza de los hechos obligó al presidente Andrés Manuel López Obrador a reconocer que se avecina una crisis económica. Sin embargo, las respuestas y acciones de su gobierno han sido, hasta hoy, claramente insuficientes. Hemos visto como en la mayoría de los países se han puesto en operación grandes y novedosos programas, con cuantiosos recursos, para atender no solo la emergencia sanitaria, sino también sus impactos en la economía. Pero aquí se ven un presidente y un gobierno sorprendidos y pasmados, ante la magnitud de los retos. En las actuales circunstancias, lo que México requiere es un programa de emergencia para incentivar el desarrollo económico y evitar, en la medida de lo posible, la paralización de la planta productiva, la caída de la inversión, la quiebra y cierre de empresas y la pérdida de empleos.

Este programa de emergencia económica, que el gobierno federal debe concertar con los sectores productivos, puede contemplar acciones como las siguientes: incrementar la inversión pública en obras de infraestructura productiva y social, reasignaciones estratégicas del presupuesto federal (más recursos para el sector salud y cancelación de proyectos inviables como la refinería de Dos Bocas), estímulos fiscales (aplazar o reducir pago de impuestos y de aportaciones de seguridad social y vivienda), ajustar tarifas del sector público (energía eléctrica), acciones de política monetaria para garantizar liquidez en el mercado financiero, línea de créditos y apoyos para las micro, pequeñas y medianas empresas. Si el gobierno federal no actúa, si no se toman medidas de manera urgente, si no se abandonan prejuicios y atavismos ideológicos contra el neoliberalismo” y los empresarios “fifís” y “conservadores”, si no hay un liderazgo razonable, incluyente e imaginativo, que en los momentos de crisis genere confianza y unifique y oriente de manera democrática a todos los mexicanos, el impacto negativo del coronavirus podría ser sumamente grave. Entonces sí, no habrá estampitas milagrosas que nos salven del deterioro de nuestra economía.

Para la economía global 2019 fue un año sumamente complicado, registrando un crecimiento de solo el 2.3%, el más bajo desde la crisis financiera de 2008-2009. El dinamismo productivo y comercial se interrumpió en todas las regiones y países del mundo: en la Unión Europea y los Estados Unidos, lo mismo que en China y América Latina.

Los factores que propiciaron esta contracción de la economía internacional fueron, principalmente, los siguientes: las tensiones y disputas comerciales entre los Estados Unidos y China, la incertidumbre generada por el Brexit y la desaceleración de la economía alemana, caída en la inversión productiva, precios relativamente bajos en las materias primas y energéticos, decremento en la producción industrial y en los volúmenes del comercio global, niveles elevados de deuda y volatilidad financiera.

En el caso de México, durante su campaña electoral y todavía antes de tomar posesión del cargo, el presidente Andrés Manuel López Obrador comprometió un crecimiento anual del Producto Interno Bruto (PIB) del 4%. No obstante, en el paquete económico del 2019 el gobierno federal estimó un crecimiento en el rango del 1.5% al 2.5%.

Ninguna de estas proyecciones se cumplió. En 2019 la economía mexicana no creció al 4%, ni al 2.5%, ni al 1.5%. El crecimiento fue de - 0.14%, muy inferior al 2% alcanzado el 2018 y que fue calificado por el propio López Obrador como insuficiente y “mediocre”. Es importante hacer notar, que se trata del primer comportamiento negativo del PIB desde el 2009.

Sin duda, el desfavorable escenario internacional influyó directamente en la contracción de la economía en México durante el 2019. Pero este reconocimiento, no debe conducirnos a soslayar la responsabilidad que le toca al gobierno federal en la debacle. En el mal desempeño de la economía mexicana, no solo han influido variables exógenas. Aquí también debemos tomar en cuenta las decisiones erráticas de política económica que ha tomado el gobierno federal (en materia fiscal, de gasto público y proyectos de infraestructura), que han generado un ambiente de incertidumbre y desconfianza en los sectores productivos, lo cual llevó a la caída en la inversión privada y al estancamiento económico.

Con una economía debilitada y vulnerable, México resiente ahora los impactos de las turbulencias, sorpresivas e inquietantes, que durante los primeros meses del 2020 están marcando el caótico y peligroso rumbo de la economía global.

Primero fue el desacuerdo y conflicto entre Rusia y Arabia Saudita, que hundió los precios del petróleo y desplomó las bolsas de valores en todo el mundo. A ello se suma la pandemia del Covid-19 o coronavirus, que está teniendo efectos devastadores en la salud, pero que también provoca fuertes y graves afectaciones en las diversas actividades económicas.

Así como desde el punto de vista científico se desconocen todavía muchas cosas del Covid-19, de la misma forma no podemos establecer a estas alturas una estimación precisa de los daños que tendrá el coronavirus en la vida productiva y comercial. Ello dependerá de la capacidad de la comunidad internacional para gestionar la crisis sanitaria, controlar el virus y evitar su propagación. Y sin duda, cuidar la salud y salvar vidas tiene que ser ahora la mayor prioridad de los gobiernos.

Pero junto a ello, se debe atender con la misma urgencia el impacto desfavorable que está teniendo la pandemia del Covid-19 en la economía. A nivel global, hay una preocupante interrupción en las cadenas de producción y suministro de mercancías. Baja considerablemente la demanda y el consumo de bienes y servicios. Los precios de las materias primas y energéticos se han desplomado. En muchos países las actividades económicas se encuentran semiparalizadas. Existe un descenso generalizado en el comercio y el turismo. Se cierran fronteras, fábricas, aeropuertos y todo tipo de centros de trabajo. Hay un creciente ausentismo laboral. Día con día las bolsas de valores se derrumban.

¿Cuál será el saldo de esta inesperada y calamitosa tormenta? Es temprano para saberlo. Pero una cosa es cierta: después de la pandemia el mundo será diferente. Jacques Atalli advierte que veremos nacer una nueva forma de legitimación de la autoridad. Por su parte, Yuval Noah Harari, ha dicho que después del coronavirus la disyuntiva será entre el aislamiento nacionalista o la solidaridad global.

Cualquiera que sea el camino que adopte la humanidad, en lo inmediato lo que se vislumbra es el riesgo de una recesión económica mundial severa y de incierta duración, que implicará la bancarrota de muchas empresas, incremento del desempleo y la pobreza.

Para el caso de México, se proyecta ya para el 2020 un crecimiento negativo del PIB en un rango que va del -4% al -7%. De confirmarse dichas estimaciones, nuestro país registraría dos años consecutivos de contracción económica, algo que no ocurría desde la gran depresión de 1929-1930.

Pese a declarar que “No nos van a hacer nada los infortunios y las pandemias”, la fuerza de los hechos obligó al presidente Andrés Manuel López Obrador a reconocer que se avecina una crisis económica. Sin embargo, las respuestas y acciones de su gobierno han sido, hasta hoy, claramente insuficientes. Hemos visto como en la mayoría de los países se han puesto en operación grandes y novedosos programas, con cuantiosos recursos, para atender no solo la emergencia sanitaria, sino también sus impactos en la economía. Pero aquí se ven un presidente y un gobierno sorprendidos y pasmados, ante la magnitud de los retos. En las actuales circunstancias, lo que México requiere es un programa de emergencia para incentivar el desarrollo económico y evitar, en la medida de lo posible, la paralización de la planta productiva, la caída de la inversión, la quiebra y cierre de empresas y la pérdida de empleos.

Este programa de emergencia económica, que el gobierno federal debe concertar con los sectores productivos, puede contemplar acciones como las siguientes: incrementar la inversión pública en obras de infraestructura productiva y social, reasignaciones estratégicas del presupuesto federal (más recursos para el sector salud y cancelación de proyectos inviables como la refinería de Dos Bocas), estímulos fiscales (aplazar o reducir pago de impuestos y de aportaciones de seguridad social y vivienda), ajustar tarifas del sector público (energía eléctrica), acciones de política monetaria para garantizar liquidez en el mercado financiero, línea de créditos y apoyos para las micro, pequeñas y medianas empresas. Si el gobierno federal no actúa, si no se toman medidas de manera urgente, si no se abandonan prejuicios y atavismos ideológicos contra el neoliberalismo” y los empresarios “fifís” y “conservadores”, si no hay un liderazgo razonable, incluyente e imaginativo, que en los momentos de crisis genere confianza y unifique y oriente de manera democrática a todos los mexicanos, el impacto negativo del coronavirus podría ser sumamente grave. Entonces sí, no habrá estampitas milagrosas que nos salven del deterioro de nuestra economía.