/ jueves 23 de septiembre de 2021

Dramatis personae: Fuera máscaras

El teatro nace en Grecia y según explica Aristóteles en su Poética, los griegos antiguos consideraban el teatro un lugar en el que podían purgarse las pasiones bajas del ser humano, a través de la puesta en escena de situaciones conmovedoras, proceso que era llamado catarsis, y tendía a que salieran del teatro mejores ciudadanos de los que entraban. Culturalmente es tan importante el teatro, que gracias a él tiene su origen el término persona, con el que cada uno nos significamos. Personae es el plural de persona, viene del latín y así se le decía a la máscara que portaba todo actor en escena. En el teatro, dramatis personae es una expresión latina que literalmente significa “las máscaras de la acción” que designa el elenco total de personajes que intervienen en el drama.

Un afán desmedido no solo por hacer historia sino por ser la historia misma y representarla teatralmente se encuentra en casi cada acción de López Obrador, en una feria de símbolos sin sustancia. Es notoria su intención de conectar cada detalle de lo que hace, dice y promete con hechos gloriosos que atribuye a héroes del pasado en su mítica e infantil concepción de la historia de México. La idea del progreso y de una visión de futuro, desaparecen del discurso y de la imaginería de la representación visual de la obra. La creación del slogan de la cuarta transformación y las siglas de su movimiento político, reflejan esos afanes por el protagonismo historicista como la dirección hacia la que dirige sus anhelos de cambio: al pasado, a un ayer que concibe luminoso, ya sea el de los años 70 y 80 del siglo XX, con mezcla de los años 60 (presidencia imperial, estatismo, autoritarismo, desarrollo estabilizador, sustitución de importaciones y “administración de la abundancia” petrolera lopezportillista), el del siglo XIX, con su reproducción y puesta en escena de la República restaurada, la pugna entre conservadores y liberales y por supuesto, representando para su público, su encarnación en Juárez (la reencarnación de un mismo alma en diferentes cuerpos, como piensan los budistas al escoger a su Dalai Lama), o su obtusa y sesgada visión indigenista, estereotipándola casi como chamanista (hay que recordar los rituales con copal y ramas en la toma de posesión, o en el “permiso a la madre tierra” para construir el tren, y otros), encadenada religiosamente a la pobreza buena y al atraso, renegando de la herencia colonial y que falsea por motivos políticos hasta la fecha de fundación de México- Tenochtitlan, como deja en el infortunio económico y sin atención a las comunidades indígenas del país mientras construye patéticas pirámides de cartón piedra como tramoya de la teatralidad de su impostura.

La máscara revela a la persona. López Obrador dice de sí mismo que es honesto, incorruptible, moral, demócrata, humanista y defensor de los derechos. Puede decirse, en términos teatrales, que es un rol y un personaje que él mismo se ha creado. Pero en los casos de los niños, pacientes oncológicos que no han tenido los medicamentos necesarios para su tratamiento, ha mentido más de un año, en que ya se compraron y ya se van a surtir, pero en realidad aún no llegan a las manos de los doctores. También acaba de decir el presidente que él privilegia el castigo a las farmacéuticas y distribuidoras de medicamentos mexicanas, que la urgencia en la obtención de esas y las demás medicinas que se ocupan en el sector salud. El último botón fue la puesta en escena de nuestro día de la independencia, en que invitó, excepcionalmente, como único orador a nuestras fuerzas armadas, al dictador que tiene asolada a Cuba y quien pisotea salvajemente los derechos humanos más preciados de sus compatriotas. Ni hablar de que también con gran empatía y orgullo, invitó a desfilar ese día a los militares venezolanos que reprimen brutalmente a su pueblo, junto a nuestras fuerzas armadas, que representan estas últimas lo más cercano al honor y la respetabilidad en nuestro país.

Y la obra que vemos es global y somos actores en ella. Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, acaba de declarar: “Estoy aquí para hacer sonar la alarma (…) Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. O más dividido. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida. La pandemia del Covid-19 ha sobredimensionado las flagrantes desigualdades. La crisis climática está golpeando el planeta. La agitación desde Afganistán hasta Etiopía, pasando por Yemen y más allá, ha frustrado la paz. Un aumento de la desconfianza y la desinformación está polarizando a la gente y paralizando las sociedades. Los derechos humanos están bajo fuego. La ciencia está siendo atacada. Y los salvavidas económicos para los más vulnerables llegan demasiado poco y demasiado tarde… si es que llegan. La solidaridad está ausente, justo cuando más la necesitamos”. Y añadió: “Esto es una acusación moral del estado de nuestro mundo. Es una obscenidad. Hemos aprobado el examen en ciencias, pero estamos suspendidos en ética”.

Contrariamente a las pretensiones trascendentales de López Obrador, la Historia es un relato, sí, pero uno de historia acontecida. La historia ya está hecha. Historiar no equivale a hacer historia. El problema es que uno no decide ni puede decretar a priori que su persona o sus acciones, omisiones o dichos, entrarán sin sombra duda, por la puerta grande de la historia, a menos que tal iluminación le haga decir que sobre su hombro, escucha hablarle “un pajarico”, como dijo el actual dictadorzuelo chavista con que se placea orondo en México López Obrador.

De la catarsis teatral y su visión anclada en un pasado sesgado y mentiroso, no veo cómo los mexicanos salgamos mejores ciudadanos, como pensaba en su momento Aristóteles. Decía José Ortega y Gasset en su Breve excursión sobre el “sentido histórico”, que “la misión de la historia es hacernos verosímiles los otros hombres. Porque aunque parezca mentira no lo son. El prójimo -continuaba- es siempre una ultranza, algo que está más allá de lo patente”.

Las representaciones de López Obrador y todos los dramatis personae que lo secundan, apuntan a múltiples derroteros y se les puede asignar múltiples significados a sus acciones. Con base a lo que ya conocemos (no a lo que se anuncia que se va a hacer o a los valores que se van a defender), es decir, a la historia conocida, podemos ir viendo a las personas reales, sus intereses, objetivos, pasiones y alcances, detrás de los personajes, y apreciar la obra que representan. No dan ganas de aplaudirles.

El teatro nace en Grecia y según explica Aristóteles en su Poética, los griegos antiguos consideraban el teatro un lugar en el que podían purgarse las pasiones bajas del ser humano, a través de la puesta en escena de situaciones conmovedoras, proceso que era llamado catarsis, y tendía a que salieran del teatro mejores ciudadanos de los que entraban. Culturalmente es tan importante el teatro, que gracias a él tiene su origen el término persona, con el que cada uno nos significamos. Personae es el plural de persona, viene del latín y así se le decía a la máscara que portaba todo actor en escena. En el teatro, dramatis personae es una expresión latina que literalmente significa “las máscaras de la acción” que designa el elenco total de personajes que intervienen en el drama.

Un afán desmedido no solo por hacer historia sino por ser la historia misma y representarla teatralmente se encuentra en casi cada acción de López Obrador, en una feria de símbolos sin sustancia. Es notoria su intención de conectar cada detalle de lo que hace, dice y promete con hechos gloriosos que atribuye a héroes del pasado en su mítica e infantil concepción de la historia de México. La idea del progreso y de una visión de futuro, desaparecen del discurso y de la imaginería de la representación visual de la obra. La creación del slogan de la cuarta transformación y las siglas de su movimiento político, reflejan esos afanes por el protagonismo historicista como la dirección hacia la que dirige sus anhelos de cambio: al pasado, a un ayer que concibe luminoso, ya sea el de los años 70 y 80 del siglo XX, con mezcla de los años 60 (presidencia imperial, estatismo, autoritarismo, desarrollo estabilizador, sustitución de importaciones y “administración de la abundancia” petrolera lopezportillista), el del siglo XIX, con su reproducción y puesta en escena de la República restaurada, la pugna entre conservadores y liberales y por supuesto, representando para su público, su encarnación en Juárez (la reencarnación de un mismo alma en diferentes cuerpos, como piensan los budistas al escoger a su Dalai Lama), o su obtusa y sesgada visión indigenista, estereotipándola casi como chamanista (hay que recordar los rituales con copal y ramas en la toma de posesión, o en el “permiso a la madre tierra” para construir el tren, y otros), encadenada religiosamente a la pobreza buena y al atraso, renegando de la herencia colonial y que falsea por motivos políticos hasta la fecha de fundación de México- Tenochtitlan, como deja en el infortunio económico y sin atención a las comunidades indígenas del país mientras construye patéticas pirámides de cartón piedra como tramoya de la teatralidad de su impostura.

La máscara revela a la persona. López Obrador dice de sí mismo que es honesto, incorruptible, moral, demócrata, humanista y defensor de los derechos. Puede decirse, en términos teatrales, que es un rol y un personaje que él mismo se ha creado. Pero en los casos de los niños, pacientes oncológicos que no han tenido los medicamentos necesarios para su tratamiento, ha mentido más de un año, en que ya se compraron y ya se van a surtir, pero en realidad aún no llegan a las manos de los doctores. También acaba de decir el presidente que él privilegia el castigo a las farmacéuticas y distribuidoras de medicamentos mexicanas, que la urgencia en la obtención de esas y las demás medicinas que se ocupan en el sector salud. El último botón fue la puesta en escena de nuestro día de la independencia, en que invitó, excepcionalmente, como único orador a nuestras fuerzas armadas, al dictador que tiene asolada a Cuba y quien pisotea salvajemente los derechos humanos más preciados de sus compatriotas. Ni hablar de que también con gran empatía y orgullo, invitó a desfilar ese día a los militares venezolanos que reprimen brutalmente a su pueblo, junto a nuestras fuerzas armadas, que representan estas últimas lo más cercano al honor y la respetabilidad en nuestro país.

Y la obra que vemos es global y somos actores en ella. Antonio Guterres, Secretario General de la ONU, acaba de declarar: “Estoy aquí para hacer sonar la alarma (…) Nuestro mundo nunca ha estado más amenazado. O más dividido. Nos enfrentamos a la mayor cascada de crisis de nuestra vida. La pandemia del Covid-19 ha sobredimensionado las flagrantes desigualdades. La crisis climática está golpeando el planeta. La agitación desde Afganistán hasta Etiopía, pasando por Yemen y más allá, ha frustrado la paz. Un aumento de la desconfianza y la desinformación está polarizando a la gente y paralizando las sociedades. Los derechos humanos están bajo fuego. La ciencia está siendo atacada. Y los salvavidas económicos para los más vulnerables llegan demasiado poco y demasiado tarde… si es que llegan. La solidaridad está ausente, justo cuando más la necesitamos”. Y añadió: “Esto es una acusación moral del estado de nuestro mundo. Es una obscenidad. Hemos aprobado el examen en ciencias, pero estamos suspendidos en ética”.

Contrariamente a las pretensiones trascendentales de López Obrador, la Historia es un relato, sí, pero uno de historia acontecida. La historia ya está hecha. Historiar no equivale a hacer historia. El problema es que uno no decide ni puede decretar a priori que su persona o sus acciones, omisiones o dichos, entrarán sin sombra duda, por la puerta grande de la historia, a menos que tal iluminación le haga decir que sobre su hombro, escucha hablarle “un pajarico”, como dijo el actual dictadorzuelo chavista con que se placea orondo en México López Obrador.

De la catarsis teatral y su visión anclada en un pasado sesgado y mentiroso, no veo cómo los mexicanos salgamos mejores ciudadanos, como pensaba en su momento Aristóteles. Decía José Ortega y Gasset en su Breve excursión sobre el “sentido histórico”, que “la misión de la historia es hacernos verosímiles los otros hombres. Porque aunque parezca mentira no lo son. El prójimo -continuaba- es siempre una ultranza, algo que está más allá de lo patente”.

Las representaciones de López Obrador y todos los dramatis personae que lo secundan, apuntan a múltiples derroteros y se les puede asignar múltiples significados a sus acciones. Con base a lo que ya conocemos (no a lo que se anuncia que se va a hacer o a los valores que se van a defender), es decir, a la historia conocida, podemos ir viendo a las personas reales, sus intereses, objetivos, pasiones y alcances, detrás de los personajes, y apreciar la obra que representan. No dan ganas de aplaudirles.