/ viernes 15 de octubre de 2021

Diario de un Aprendiz de Pirata

El cine suele llevarnos por caminos insospechados. Uno de esos caminos es la piratería. ¿Qué harías si de pronto tuvieras que decidir entre vender cine pirata o vender cine original? Tal vez no eres tan “derecho” como creías

Hasta donde mi vista alcanza sólo puedo ver puestos de películas. Hay miles, nunca había visto tantas películas juntas Algunas yacen colgadas en hilera de los travesaños de los puestos, otras aguardan colocadas por docenas en canastillas que se elevan hasta tocar los techos de lona. En cada puesto hay varios televisores encendidos con el estreno de la semana. “Cars 2” ocupa la mayoría de las pantallas. La imagen no está tan mal, de repente se pone medio borrosa y los colores pierden su brillo como si la imagen se fuera a derretir, pero digamos que echándoles ganas, se deja ver. Lo que sí está infame es el sonido. Al “Rayo McQueen” no se le entiende; su voz es un eco ininteligible que resuena lejano y tristón. “¿Qué quería por cuatro baros, don? Si quiere que se vea y que se oiga chingón, cómprela en el Sanborns”, le exclama uno de los chalanes del puesto con su voz cantadita y retadora a un señor bajito, con la piel manchada de vitíligo, que se estaba quejando del producto. El don da la media vuelta y se va de ahí maldiciendo en voz baja, no vaya a ser que oigan que anda de chillón. En Tepito más vale no hacer muchos “Panchos”, y eso sí, andarse con ojos abiertos y los pies ligeros. En realidad no tengo muy claro qué películas vine a comprar. Es más, ni siquiera estoy convencido de dedicarme a vender “cine piraña”.

Nada más hay de dos sopas

Cuando comencé con el negocio de cine en DVD, las películas que vendía eran originales. Se las compraba a distribuidores reconocidos como “Zima” o “Artecinema” y luego las revendía en un local en la colonia Roma. Pronto me di cuenta de dos cosas. La Primera: en México la mayoría de la gente no tiene dinero para comprar películas originales. La Segunda: en México con lo que gastas en una película original de estreno, digamos alguna de Disney, podrías comprar cincuenta películas marca “piraña”. Sí, cincuenta títulos de todos los géneros y temáticas, provenientes no sólo de Estados Unidos, sino del mundo entero.

Antes de llegar aquí tuve que poner a luchar mi sentido de la ética contra mi instinto de supervivencia. Probablemente si yo nunca hubiese hecho una película, la batalla interna habría sido menos espinosa; pero ya había hecho dos películas, conocía lo duro del proceso y cuán impredecibles pueden ser los resultados. Así que una forma de honrar y apoyar a todos esos cineastas que empeñan hasta la camiseta con tal de hacer su película, era vender cine original. Es decir, un cine que pagara impuestos y regalías a sus creadores, como debiera ser. Tenía nobles intenciones, pero la realidad es cruda, es cabrona. Nomás había de dos sopas: o me convertía en pirata o cerraba el changarro de las películas. Me tranquilizaba, eso sí, pensar que si yo iba a vender películas que no pagaran regalías a sus creadores, al final serían los grandes y poderosos estudios gringos (Universal, Warner, Disney…) los que no recibirían mis centavitos. Visto así, era como quitarle un pelo a un gato.

Aparece un puesto que sólo ofrece cine tres equis. Son películas coreanas. Las portadas resultan más que sugerentes. En la mayoría aparecen colegialas con falda de cuadros y ojos rasgados en posiciones prohibidas. “¿Cuánto está la película”, le pregunta un viejillo desaliñado y sucio al encargado del puesto. El otro, un flaco que trae el cuello tatuado con la figura de una telaraña, le contesta mirándolo con los ojos vidriosos: “Una por siete, seis pesos a partir de diez piezas”. Un puesto, otro más. Me detengo frente a uno donde hay mucha gente. En un letrero colgado de un tubo destaca la imagen de un billete de quinientos pesos, por arriba del billete está escrito a mano: “Si te agarramos dando billetes falsos, te vamos a partir tu madre”.

Entre piratas te veas

Una vez advertido, me abro paso entre el gentío. La mayoría traen gorra y cargan una mochilita donde meten las películas ordenadas en paquetes de cincuenta piezas. Llevan de todo, principalmente los estrenos de la semana anterior y de ésta. Algunos están grabados de la pantalla de una sala de cine, como “Cars 2”, otros ya son lo que se conoce en el barrio como “calidad DVD”. Es decir, la imagen de la película se ve nítidamente, pero el sonido aún se escucha con eco. Además de la sección de los estrenos hay una sección de cine de arte y cine clásico, cine infantil, cine mexicano y cine de terror.

-¿Dónde vendes, rey? -me pregunta de pronto un tipo moreno y barrigón que lleva puesta una camiseta del “América”.

-En la colonia Roma -respondo.

-Ahí sí las pagan -me dice con malicia- ¿a cuánto las das, rey? Mínimo las has de dar en quince baros. ¿Sí o no?

-Sí, las doy en quince -exclamo, y entonces me doy cuenta de que aún no había pensado en el precio al que debía vender las películas- ¿tú dónde vendes?

-En Chimalhuacán. -me contesta.

-¿Y en cuánto las das?

-En diez baros. Es puro pueblo, rey.

Entonces me le acerco y le pregunto en cortito con una voz casi susurrada, como para que nadie más escuche: “Dime la neta, ¿es negocio esto de las películas?” El barrigón americanista se me queda mirando por un instante y luego suelta la carcajada diciendo: “¡A güevo que es negocio, rey! Al chile, te voy a decir el secreto: dale al cliente lo que te pida. Un pirata chingón se sabe mover y consigue todo lo que le encargan sus clientes. Y otra cosa, lo que ganes no te lo inhales ni te lo chupes. Reinviértelo.

Termino comprando más de ciento cincuenta películas. Las llevo en una bolsa negra cuyo olor a plástico es penetrante. Mientras cruzo el “eje uno norte” y veo cómo unos policías esposan a un tipo y lo suben a la patrulla, me sigo preguntando si estoy haciendo lo correcto. ¿Y si el negocio no funciona? ¿Y si surge alguna nueva tecnología que vuelva obsoleto al DVD? Podría regresar a mi chamba de creativo publicitario o venderme como director de comerciales. Claro, siempre bajo las órdenes de un jefe. No. Así estoy bien. Algún precio hay que pagar por no volver a ser “Godinez”.

El cine suele llevarnos por caminos insospechados. Uno de esos caminos es la piratería. ¿Qué harías si de pronto tuvieras que decidir entre vender cine pirata o vender cine original? Tal vez no eres tan “derecho” como creías

Hasta donde mi vista alcanza sólo puedo ver puestos de películas. Hay miles, nunca había visto tantas películas juntas Algunas yacen colgadas en hilera de los travesaños de los puestos, otras aguardan colocadas por docenas en canastillas que se elevan hasta tocar los techos de lona. En cada puesto hay varios televisores encendidos con el estreno de la semana. “Cars 2” ocupa la mayoría de las pantallas. La imagen no está tan mal, de repente se pone medio borrosa y los colores pierden su brillo como si la imagen se fuera a derretir, pero digamos que echándoles ganas, se deja ver. Lo que sí está infame es el sonido. Al “Rayo McQueen” no se le entiende; su voz es un eco ininteligible que resuena lejano y tristón. “¿Qué quería por cuatro baros, don? Si quiere que se vea y que se oiga chingón, cómprela en el Sanborns”, le exclama uno de los chalanes del puesto con su voz cantadita y retadora a un señor bajito, con la piel manchada de vitíligo, que se estaba quejando del producto. El don da la media vuelta y se va de ahí maldiciendo en voz baja, no vaya a ser que oigan que anda de chillón. En Tepito más vale no hacer muchos “Panchos”, y eso sí, andarse con ojos abiertos y los pies ligeros. En realidad no tengo muy claro qué películas vine a comprar. Es más, ni siquiera estoy convencido de dedicarme a vender “cine piraña”.

Nada más hay de dos sopas

Cuando comencé con el negocio de cine en DVD, las películas que vendía eran originales. Se las compraba a distribuidores reconocidos como “Zima” o “Artecinema” y luego las revendía en un local en la colonia Roma. Pronto me di cuenta de dos cosas. La Primera: en México la mayoría de la gente no tiene dinero para comprar películas originales. La Segunda: en México con lo que gastas en una película original de estreno, digamos alguna de Disney, podrías comprar cincuenta películas marca “piraña”. Sí, cincuenta títulos de todos los géneros y temáticas, provenientes no sólo de Estados Unidos, sino del mundo entero.

Antes de llegar aquí tuve que poner a luchar mi sentido de la ética contra mi instinto de supervivencia. Probablemente si yo nunca hubiese hecho una película, la batalla interna habría sido menos espinosa; pero ya había hecho dos películas, conocía lo duro del proceso y cuán impredecibles pueden ser los resultados. Así que una forma de honrar y apoyar a todos esos cineastas que empeñan hasta la camiseta con tal de hacer su película, era vender cine original. Es decir, un cine que pagara impuestos y regalías a sus creadores, como debiera ser. Tenía nobles intenciones, pero la realidad es cruda, es cabrona. Nomás había de dos sopas: o me convertía en pirata o cerraba el changarro de las películas. Me tranquilizaba, eso sí, pensar que si yo iba a vender películas que no pagaran regalías a sus creadores, al final serían los grandes y poderosos estudios gringos (Universal, Warner, Disney…) los que no recibirían mis centavitos. Visto así, era como quitarle un pelo a un gato.

Aparece un puesto que sólo ofrece cine tres equis. Son películas coreanas. Las portadas resultan más que sugerentes. En la mayoría aparecen colegialas con falda de cuadros y ojos rasgados en posiciones prohibidas. “¿Cuánto está la película”, le pregunta un viejillo desaliñado y sucio al encargado del puesto. El otro, un flaco que trae el cuello tatuado con la figura de una telaraña, le contesta mirándolo con los ojos vidriosos: “Una por siete, seis pesos a partir de diez piezas”. Un puesto, otro más. Me detengo frente a uno donde hay mucha gente. En un letrero colgado de un tubo destaca la imagen de un billete de quinientos pesos, por arriba del billete está escrito a mano: “Si te agarramos dando billetes falsos, te vamos a partir tu madre”.

Entre piratas te veas

Una vez advertido, me abro paso entre el gentío. La mayoría traen gorra y cargan una mochilita donde meten las películas ordenadas en paquetes de cincuenta piezas. Llevan de todo, principalmente los estrenos de la semana anterior y de ésta. Algunos están grabados de la pantalla de una sala de cine, como “Cars 2”, otros ya son lo que se conoce en el barrio como “calidad DVD”. Es decir, la imagen de la película se ve nítidamente, pero el sonido aún se escucha con eco. Además de la sección de los estrenos hay una sección de cine de arte y cine clásico, cine infantil, cine mexicano y cine de terror.

-¿Dónde vendes, rey? -me pregunta de pronto un tipo moreno y barrigón que lleva puesta una camiseta del “América”.

-En la colonia Roma -respondo.

-Ahí sí las pagan -me dice con malicia- ¿a cuánto las das, rey? Mínimo las has de dar en quince baros. ¿Sí o no?

-Sí, las doy en quince -exclamo, y entonces me doy cuenta de que aún no había pensado en el precio al que debía vender las películas- ¿tú dónde vendes?

-En Chimalhuacán. -me contesta.

-¿Y en cuánto las das?

-En diez baros. Es puro pueblo, rey.

Entonces me le acerco y le pregunto en cortito con una voz casi susurrada, como para que nadie más escuche: “Dime la neta, ¿es negocio esto de las películas?” El barrigón americanista se me queda mirando por un instante y luego suelta la carcajada diciendo: “¡A güevo que es negocio, rey! Al chile, te voy a decir el secreto: dale al cliente lo que te pida. Un pirata chingón se sabe mover y consigue todo lo que le encargan sus clientes. Y otra cosa, lo que ganes no te lo inhales ni te lo chupes. Reinviértelo.

Termino comprando más de ciento cincuenta películas. Las llevo en una bolsa negra cuyo olor a plástico es penetrante. Mientras cruzo el “eje uno norte” y veo cómo unos policías esposan a un tipo y lo suben a la patrulla, me sigo preguntando si estoy haciendo lo correcto. ¿Y si el negocio no funciona? ¿Y si surge alguna nueva tecnología que vuelva obsoleto al DVD? Podría regresar a mi chamba de creativo publicitario o venderme como director de comerciales. Claro, siempre bajo las órdenes de un jefe. No. Así estoy bien. Algún precio hay que pagar por no volver a ser “Godinez”.