/ viernes 7 de agosto de 2020

Cubrebocas

México es uno de los países que ha gestionado de peor manera la pandemia del Covid-19. Las evidencias están a la vista de todos y son contundentes e irrefutables: ocupamos el sexto lugar a nivel mundial en casos confirmados y el tercero en muertes por coronavirus.

Estos datos son aterradores. Nos hablan de una grave crisis sanitaria y humanitaria. El Dr. Hugo López-Gatell, subsecretario de prevención y promoción de la salud del gobierno federal, quien ha fallado en todas sus proyecciones, especialmente en la estimación del número de defunciones, a principios del mes de junio afirmó que los muertos por Covid-19 en México “en un escenario muy catastrófico podrían llegar hasta 60 mil”. Pues en pocos días estaremos alcanzando ya esa cifra.

Y lo más preocupante es que la devastación no se detendrá ahí, en los 60 mil decesos, porque el ritmo de contagios y fallecimientos sigue en aumento. El Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington considera que para el 1 de octubre habrá en nuestro país 88 mil 160 muertos por coronavirus y con el levantamiento de las medidas de confinamiento el número pudiera elevarse a 151 mil 432. Por su parte el científico Youyang Gu, que es una referencia mundial en el tema de Covid-19, con base en los datos proporcionados por la Universidad Johns Hopkins ha proyectado que para septiembre nuestro país tendrá 136 mil 769 decesos por coronavirus. Son cifras realmente escalofriantes, que revelan una auténtica catástrofe sanitaria.

¿Cómo y por qué hemos llegaremos a esa situación? En principio, habría que decir que nos enfrentamos a un virus nuevo y altamente contagioso, que en México ha incrementado notablemente su letalidad por las condiciones de vulnerabilidad en amplias franjas de nuestra población.

Pero en la crisis sanitaria que ahora vivimos, no podemos soslayar la responsabilidad directa del actual gobierno federal, que ha carecido de una estrategia clara, sostenida y pertinente para enfrentar la pandemia del Covid-19.

Ante el coronavirus, la política de salud de la administración federal ha sido errática, irresponsable, ambigua, confusa, contradictoria y a veces incluso frívola, alejada de criterios científicos y de las prácticas exitosas en el mundo.

Sin una justificación consistente, el gobierno federal se ha resistido inexplicablemente a la realización de pruebas masivas de diagnóstico, cuando la Organización Mundial de la Salud, y diversos países, han demostrado que las pruebas son un instrumento fundamental para combatir el Covid-19, ya que permiten ubicar a las personas con el virus, para aislarlas, rastrear la cadena de contagios y evitar la propagación de la enfermedad.

Donde también ha aflorado de forma evidente la confusión y el desatino gubernamental, es en el traído y llevado tema del uso del cubrebocas. A inicios de la pandemia, el subsecretario Hugo López-Gatell declaró que no había evidencia científica que demostrara que el uso de cubrebocas era útil para enfrentar al Covid-19.

En sus ya típicos desplantes de grandilocuencia, el subsecretario sentenció lo siguiente: “el uso del cubrebocas tiene una pobre utilidad o una nula utilidad”; “no hay reducciones de contagios de coronavirus por el uso de cubrebocas”.

Pero a como nos tiene acostumbrados, el subsecretario de salud dice un día una cosa y al otro día otra. Al avanzar la pandemia matizó su postura y señaló que el cubrebocas podría tener utilidad si lo usaban personas enfermas o con síntomas, para reducir la emisión del virus a través de la tos o estornudos.

Finalmente, hace apenas unos días el Dr. López-Gatell recomendó usar cubrebocas en espacios cerrados, como una medida complementaria o “auxiliar”, ya que insistió en asegurar que el cubrebocas no es útil en sí mismo como instrumento eficaz para impedir los contagios.

Esta narrativa le cayó “como anillo al dedo” al presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, que a diferencia de la gran mayoría de los jefes de estado ha manifestado una resistencia al uso de cubrebocas.

Primero, el presidente de la república afirmó que “No me pongo el cubrebocas porque no me lo recomienda Hugo”. Más recientemente, López Obrador se ha justificado diciendo que la eficiencia del cubrebocas “no es algo que esté científicamente demostrado”. Y ya en la frivolidad declaró que “me voy a poner cubrebocas cuando no haya corrupción”.

El subsecretario de salud, que tiene a su cargo la estrategia de combate al Covid-19, ha utilizado cubrebocas muy pocas veces. El presidente de la república, ha usado cubrebocas solo en lugares y espacios donde es obligatorio, como en su viaje a los Estados Unidos, y en contadas ocasiones en sus giras y eventos públicos.

Las posturas de Andrés Manuel López Obrador y Hugo López-Gatell son totalmente equivocadas, incomprensibles e irresponsables, y contrarias a la evidencia científica, a las recomendaciones de los organismos internacionales del sector salud y a las prácticas exitosas de muchos países.

La Organización Mundial de la Salud ha recomendado el uso de cubrebocas como parte de un conjunto integral de medidas de prevención y control, que pueden contribuir a limitar la expansión del coronavirus.

Robert R. Redfield, Director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, aseveró que con el uso generalizado y universal de cubrebocas la pandemia del Covid-19 podría controlarse en ocho semanas.

Por su parte, el científico mexicano Mario Molina, Premio Nobel de Química, el pasado mes de junio publicó en coautoría con otros destacados investigadores un artículo en el que destacan la importancia del uso del cubrebocas para evitar la propagación del coronavirus.

Se he demostrado que los países que han logrado contener la pandemia del Covid-19, como República Checa, Eslovaquía, China, Corea del Sur, Japón, Hong Kong, entre otros, han promovido en su población el uso sistemático de cubrebocas.

Si la evidencia que aportan la investigación científica y los buenos resultados de algunos gobiernos, dejan en claro la utilidad que tiene el uso del cubrebocas para combatir el coronavirus, ¿por qué entonces la resistencia del presidente de la república a utilizarlo y a promover su uso masivo?; ¿por qué la renuencia a cumplir con un acto tan sencillo y elemental de responsabilidad cívica, que puede contribuir a proteger su salud y la del pueblo al que dice representar y adorar?

Francamente, no hay una respuesta sensata o racional a dichas interrogantes. La explicación a la resistencia de López Obrador al uso de cubrebocas hay que buscarla por otro lado: en la superstición, su desconfianza en la ciencia, la cerrazón, el mesianismo y la religiosidad.

“Detente, enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”, aclamó en una mañanera el presidente de la república, que se siente llamado a cumplir una misión redentora, salvífica, que nada ni nadie podrá impedir, ni siquiera la terrible pandemia del Covid-19.

Pero una cosa es clara: independientemente de las razones que subyacen a esta errática postura, la falta de un mensaje claro y firme de Andrés Manuel López Obrador en favor del uso del cubrebocas, ha llevado a que muchos mexicanos piensen que no es necesario utilizarlo. Y las consecuencias de ello ahí están y son terribles.

México es uno de los países que ha gestionado de peor manera la pandemia del Covid-19. Las evidencias están a la vista de todos y son contundentes e irrefutables: ocupamos el sexto lugar a nivel mundial en casos confirmados y el tercero en muertes por coronavirus.

Estos datos son aterradores. Nos hablan de una grave crisis sanitaria y humanitaria. El Dr. Hugo López-Gatell, subsecretario de prevención y promoción de la salud del gobierno federal, quien ha fallado en todas sus proyecciones, especialmente en la estimación del número de defunciones, a principios del mes de junio afirmó que los muertos por Covid-19 en México “en un escenario muy catastrófico podrían llegar hasta 60 mil”. Pues en pocos días estaremos alcanzando ya esa cifra.

Y lo más preocupante es que la devastación no se detendrá ahí, en los 60 mil decesos, porque el ritmo de contagios y fallecimientos sigue en aumento. El Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington considera que para el 1 de octubre habrá en nuestro país 88 mil 160 muertos por coronavirus y con el levantamiento de las medidas de confinamiento el número pudiera elevarse a 151 mil 432. Por su parte el científico Youyang Gu, que es una referencia mundial en el tema de Covid-19, con base en los datos proporcionados por la Universidad Johns Hopkins ha proyectado que para septiembre nuestro país tendrá 136 mil 769 decesos por coronavirus. Son cifras realmente escalofriantes, que revelan una auténtica catástrofe sanitaria.

¿Cómo y por qué hemos llegaremos a esa situación? En principio, habría que decir que nos enfrentamos a un virus nuevo y altamente contagioso, que en México ha incrementado notablemente su letalidad por las condiciones de vulnerabilidad en amplias franjas de nuestra población.

Pero en la crisis sanitaria que ahora vivimos, no podemos soslayar la responsabilidad directa del actual gobierno federal, que ha carecido de una estrategia clara, sostenida y pertinente para enfrentar la pandemia del Covid-19.

Ante el coronavirus, la política de salud de la administración federal ha sido errática, irresponsable, ambigua, confusa, contradictoria y a veces incluso frívola, alejada de criterios científicos y de las prácticas exitosas en el mundo.

Sin una justificación consistente, el gobierno federal se ha resistido inexplicablemente a la realización de pruebas masivas de diagnóstico, cuando la Organización Mundial de la Salud, y diversos países, han demostrado que las pruebas son un instrumento fundamental para combatir el Covid-19, ya que permiten ubicar a las personas con el virus, para aislarlas, rastrear la cadena de contagios y evitar la propagación de la enfermedad.

Donde también ha aflorado de forma evidente la confusión y el desatino gubernamental, es en el traído y llevado tema del uso del cubrebocas. A inicios de la pandemia, el subsecretario Hugo López-Gatell declaró que no había evidencia científica que demostrara que el uso de cubrebocas era útil para enfrentar al Covid-19.

En sus ya típicos desplantes de grandilocuencia, el subsecretario sentenció lo siguiente: “el uso del cubrebocas tiene una pobre utilidad o una nula utilidad”; “no hay reducciones de contagios de coronavirus por el uso de cubrebocas”.

Pero a como nos tiene acostumbrados, el subsecretario de salud dice un día una cosa y al otro día otra. Al avanzar la pandemia matizó su postura y señaló que el cubrebocas podría tener utilidad si lo usaban personas enfermas o con síntomas, para reducir la emisión del virus a través de la tos o estornudos.

Finalmente, hace apenas unos días el Dr. López-Gatell recomendó usar cubrebocas en espacios cerrados, como una medida complementaria o “auxiliar”, ya que insistió en asegurar que el cubrebocas no es útil en sí mismo como instrumento eficaz para impedir los contagios.

Esta narrativa le cayó “como anillo al dedo” al presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, que a diferencia de la gran mayoría de los jefes de estado ha manifestado una resistencia al uso de cubrebocas.

Primero, el presidente de la república afirmó que “No me pongo el cubrebocas porque no me lo recomienda Hugo”. Más recientemente, López Obrador se ha justificado diciendo que la eficiencia del cubrebocas “no es algo que esté científicamente demostrado”. Y ya en la frivolidad declaró que “me voy a poner cubrebocas cuando no haya corrupción”.

El subsecretario de salud, que tiene a su cargo la estrategia de combate al Covid-19, ha utilizado cubrebocas muy pocas veces. El presidente de la república, ha usado cubrebocas solo en lugares y espacios donde es obligatorio, como en su viaje a los Estados Unidos, y en contadas ocasiones en sus giras y eventos públicos.

Las posturas de Andrés Manuel López Obrador y Hugo López-Gatell son totalmente equivocadas, incomprensibles e irresponsables, y contrarias a la evidencia científica, a las recomendaciones de los organismos internacionales del sector salud y a las prácticas exitosas de muchos países.

La Organización Mundial de la Salud ha recomendado el uso de cubrebocas como parte de un conjunto integral de medidas de prevención y control, que pueden contribuir a limitar la expansión del coronavirus.

Robert R. Redfield, Director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de los Estados Unidos, aseveró que con el uso generalizado y universal de cubrebocas la pandemia del Covid-19 podría controlarse en ocho semanas.

Por su parte, el científico mexicano Mario Molina, Premio Nobel de Química, el pasado mes de junio publicó en coautoría con otros destacados investigadores un artículo en el que destacan la importancia del uso del cubrebocas para evitar la propagación del coronavirus.

Se he demostrado que los países que han logrado contener la pandemia del Covid-19, como República Checa, Eslovaquía, China, Corea del Sur, Japón, Hong Kong, entre otros, han promovido en su población el uso sistemático de cubrebocas.

Si la evidencia que aportan la investigación científica y los buenos resultados de algunos gobiernos, dejan en claro la utilidad que tiene el uso del cubrebocas para combatir el coronavirus, ¿por qué entonces la resistencia del presidente de la república a utilizarlo y a promover su uso masivo?; ¿por qué la renuencia a cumplir con un acto tan sencillo y elemental de responsabilidad cívica, que puede contribuir a proteger su salud y la del pueblo al que dice representar y adorar?

Francamente, no hay una respuesta sensata o racional a dichas interrogantes. La explicación a la resistencia de López Obrador al uso de cubrebocas hay que buscarla por otro lado: en la superstición, su desconfianza en la ciencia, la cerrazón, el mesianismo y la religiosidad.

“Detente, enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”, aclamó en una mañanera el presidente de la república, que se siente llamado a cumplir una misión redentora, salvífica, que nada ni nadie podrá impedir, ni siquiera la terrible pandemia del Covid-19.

Pero una cosa es clara: independientemente de las razones que subyacen a esta errática postura, la falta de un mensaje claro y firme de Andrés Manuel López Obrador en favor del uso del cubrebocas, ha llevado a que muchos mexicanos piensen que no es necesario utilizarlo. Y las consecuencias de ello ahí están y son terribles.