/ lunes 4 de julio de 2022

CRÓNICAS DE INEPTOS

La grata noticia de la tan esperada vacuna Pfizer contra el COVID para la niñez menor de 12 años se vio opacada por los errores y falta de preparación de servidores públicos sin talento, preparación o, mínimamente, sentido común. Fallaron. Tuvieron un año completo para preparar una jornada de vacunación digna de la niñez sinaloense. Funcionarios federales, estatales y municipales despreciaron la salud de niñas y niños. Los arriesgaron en filas de hasta 6 horas con temperaturas de 40 grados centígrados.

Uno pensaría que las experiencias previas adquiridas en jornadas anteriores de vacunación hubieran servido para ofrecer a los pequeños una fluida experiencia de inmunización. Fue todo lo contrario. Parece que una mente sádica organizó la logística. En la capital de Sinaloa, Culiacán, eligieron al cuartel militar como la instalación para aplicar “La Pfizer”. Es un sitio con nulas facilidades para la espera. Está ubicado en uno de los extremos de la ciudad. Muchas personas tuvieron que tomar hasta tres autobuses para arribar al sitio; el estacionamiento es inexistente; no hay baños y no hay manera que la espera pueda ser cómoda en ese lugar.

De manera contradictoria anunciaron la llegada de 50,000 vacunas pediátricas; al mismo tiempo realizaron una convocatoria masiva a presentarse a los pocos centros de vacunación que habilitaron en 4 de las ciudades más importantes del estado. En Sinaloa existen cerca de 350 mil habitantes entre la edad de 5 a 11 años y 250 mil de ellos viven en los municipios que eligieron para iniciar con las vacunas (Mazatlán, Culiacán, Ahome y Guasave). A los 250 mil posibles vacunados tenemos que agregar 250 mil padres de familia que acampañarían a sus menores. Medio millón de personas era el reto para el cuál debían estar preparados. No lo estuvieron. Todo fue un caos.

Las matemáticas no daban, aun así, nadie en ningún nivel de gobierno tuvo la sensatez (si la tuvo, no le hicieron caso) de sugerir que la vacuna debía aplicarse mediante un orden preestablecido. Pudo ser por edad, apellidos o zona de residencia. Prefirieron salir al “chilazo” de dejar todo a la suerte.

La ineptidud cuesta. En Guasave se reportan niños desmayados por las altas temperaturas. En Ahome, Culiacán y Mazatlán muchos niños y niñas no fueron vacunados porque el biológico se terminó antes de atender a todos los presentes. Los gobiernos creen que ofrecer servicios de paupérrima calidad deben de ser aceptados sin quejas. Ellos creen que conseguir las vacunas es suficiente para ser reconocidos.

A manera de justificación y descarga de responsabilidad, los funcionarios esgrimieron de manera lastimosa que no esperaban semejante respuesta. Dicen que la demanda los desbordó y eran pocas las vacunas en su poder: razón de más para actuar con responsabilidad y llamar al orden. Lo irracional es que teniendo los números decidieron ignorar la respuesta de la gente.

Un día después de ese “error de cálculo” decidieron habilitar más centros de vacunación. La saturación disminuyó, pero las vacunas se terminaron rápidamente. Una vez más fallaron en no organizar a niñas y niños por algún tipo de filtro. La ineptidud se repitió. La ineptitud se enraizó en los funcionarios.

Existen formas eficientes de organizar eventos de este tipo. Existe gente especializada en ofrecer alternativas logísticas y evitar este tipo de fallos. El propio ejército pudo llevar a la mesa propuestas inteligentes ante la disyuntiva de pocas vacunas muchas personas, pero pudo más la soberbia de políticos. Desconozco quien tomó la decisión, pero quien lo hizo tendría que salir a ofrecer una disculpa. No lo hará porque así es el servicio público en México. Reconocer errores es aceptar su ineptitud, aun cuando la ineptidud pudo prevenirse con un poco de voluntad y talento.

Las vacunas seguirán llegando. Qué bueno que están aquí. Los funcionarios harían bien en recordar que no están haciendo ningún favor. Es su obligación. Una obligación que tardó meses; cuando llegó no estuvieron preparados.

¿O usted que opina, amable lector? ¿Tenemos que agradecer y agachar la cabeza porque nuestros niños tienen vacunas o preferimos exigir servicios de calidad y mayor preparación de nuestras autoridades?

La grata noticia de la tan esperada vacuna Pfizer contra el COVID para la niñez menor de 12 años se vio opacada por los errores y falta de preparación de servidores públicos sin talento, preparación o, mínimamente, sentido común. Fallaron. Tuvieron un año completo para preparar una jornada de vacunación digna de la niñez sinaloense. Funcionarios federales, estatales y municipales despreciaron la salud de niñas y niños. Los arriesgaron en filas de hasta 6 horas con temperaturas de 40 grados centígrados.

Uno pensaría que las experiencias previas adquiridas en jornadas anteriores de vacunación hubieran servido para ofrecer a los pequeños una fluida experiencia de inmunización. Fue todo lo contrario. Parece que una mente sádica organizó la logística. En la capital de Sinaloa, Culiacán, eligieron al cuartel militar como la instalación para aplicar “La Pfizer”. Es un sitio con nulas facilidades para la espera. Está ubicado en uno de los extremos de la ciudad. Muchas personas tuvieron que tomar hasta tres autobuses para arribar al sitio; el estacionamiento es inexistente; no hay baños y no hay manera que la espera pueda ser cómoda en ese lugar.

De manera contradictoria anunciaron la llegada de 50,000 vacunas pediátricas; al mismo tiempo realizaron una convocatoria masiva a presentarse a los pocos centros de vacunación que habilitaron en 4 de las ciudades más importantes del estado. En Sinaloa existen cerca de 350 mil habitantes entre la edad de 5 a 11 años y 250 mil de ellos viven en los municipios que eligieron para iniciar con las vacunas (Mazatlán, Culiacán, Ahome y Guasave). A los 250 mil posibles vacunados tenemos que agregar 250 mil padres de familia que acampañarían a sus menores. Medio millón de personas era el reto para el cuál debían estar preparados. No lo estuvieron. Todo fue un caos.

Las matemáticas no daban, aun así, nadie en ningún nivel de gobierno tuvo la sensatez (si la tuvo, no le hicieron caso) de sugerir que la vacuna debía aplicarse mediante un orden preestablecido. Pudo ser por edad, apellidos o zona de residencia. Prefirieron salir al “chilazo” de dejar todo a la suerte.

La ineptidud cuesta. En Guasave se reportan niños desmayados por las altas temperaturas. En Ahome, Culiacán y Mazatlán muchos niños y niñas no fueron vacunados porque el biológico se terminó antes de atender a todos los presentes. Los gobiernos creen que ofrecer servicios de paupérrima calidad deben de ser aceptados sin quejas. Ellos creen que conseguir las vacunas es suficiente para ser reconocidos.

A manera de justificación y descarga de responsabilidad, los funcionarios esgrimieron de manera lastimosa que no esperaban semejante respuesta. Dicen que la demanda los desbordó y eran pocas las vacunas en su poder: razón de más para actuar con responsabilidad y llamar al orden. Lo irracional es que teniendo los números decidieron ignorar la respuesta de la gente.

Un día después de ese “error de cálculo” decidieron habilitar más centros de vacunación. La saturación disminuyó, pero las vacunas se terminaron rápidamente. Una vez más fallaron en no organizar a niñas y niños por algún tipo de filtro. La ineptidud se repitió. La ineptitud se enraizó en los funcionarios.

Existen formas eficientes de organizar eventos de este tipo. Existe gente especializada en ofrecer alternativas logísticas y evitar este tipo de fallos. El propio ejército pudo llevar a la mesa propuestas inteligentes ante la disyuntiva de pocas vacunas muchas personas, pero pudo más la soberbia de políticos. Desconozco quien tomó la decisión, pero quien lo hizo tendría que salir a ofrecer una disculpa. No lo hará porque así es el servicio público en México. Reconocer errores es aceptar su ineptitud, aun cuando la ineptidud pudo prevenirse con un poco de voluntad y talento.

Las vacunas seguirán llegando. Qué bueno que están aquí. Los funcionarios harían bien en recordar que no están haciendo ningún favor. Es su obligación. Una obligación que tardó meses; cuando llegó no estuvieron preparados.

¿O usted que opina, amable lector? ¿Tenemos que agradecer y agachar la cabeza porque nuestros niños tienen vacunas o preferimos exigir servicios de calidad y mayor preparación de nuestras autoridades?