/ miércoles 16 de febrero de 2022

¿Contra las máquinas?

Hace tiempo el escritor George Orwell en su novela 1984 nos señaló el enorme reto ante las crisis en su inmortal frase: “lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”. ¿Cómo no recordarla y hacerla vigente en tiempos de pandemia y expansión digital?

La película de la plataforma Netflix: La familia Mitchell vs las máquinas me trajo de nuevo esa reflexión. El largometraje trata -sin pretender ser spoiler- de una familia que enfrenta un apocalipsis robótico mientras llevan a una integrante adolescente a su nueva escuela. La ficción tiene un golpe de realidad cotidiana: las herramientas tecnológicas son terreno de disputas, que van desde la brecha generacional, el sentido del bienestar y el bien común familiar.

Actualmente, las redes sociales han dado un salto enorme gracias al distanciamiento físico y el confinamiento inicial obligados: la interacción social pasó a ser más que nada virtual, y fueron las redes sociales precisamente las que se encargaron de aliviar lo que pudo convertirse en una crisis emocional generalizada. La tecnología ayudó a que el aislamiento se sintiera menos y permitió que continuara la comunicación y la interacción con familiares, amistades y parejas; también modificó y amplió nuestra forma de divertirnos, jugar y pasar nuestro tiempo de ocio. Plataformas de series y películas, videojuegos, aplicaciones de contenido, conciertos virtuales y recorridos por museos resultaron en toda una experiencia.

La resiliencia de las y los más jóvenes se hizo presente: Ramírez Cerón en su análisis sobre el noviazgo en tiempos de covid-19 señala que el 90% de las y los jóvenes tienen un sentimiento de cercanía cuando se encuentran a través de medios digitales, mientras que a la par la educación amplió su oferta digital y su expansión complementaria de bibliotecas digitales y plataformas en el ya de por si aumento de herramientas digitales para el aprendizaje, entre ellos en el aumento de la lectura digital en los jóvenes entre 12 y 29 años en datos reportados de IBBY México.

La posverdad, la incertidumbre, el disenso y el pensamiento errático e ideologizado también han reclamado su lugar en la era tecnológica y pandémica, pero lo más urgente se encuentra en la migración de los delitos físicos a virtuales: fraudes, usurpaciones de identidad, pornografía y violencias.

Los delitos cibernéticos son una forma emergente y más agresiva de crimen transnacional. Dado que Internet se ha convertido en una parte esencial de nuestras vidas, proporcionando información y comunicaciones en todo el mundo, los delincuentes se han aprovechado. Con casi dos mil millones de usuarios en todo el mundo, el ciberespacio es ideal para los delincuentes, ya que pueden permanecer en el anonimato y obtener acceso a todo tipo de información personal.

Los delitos cibernéticos se han convertido rápidamente en un negocio que puede superar los $ 3,000,000,000,000,000,000 al año. Sin una reglamentación adecuada y debido la ineficacia en muchos países, es difícil abordar el delito cibernético. Se necesita un esfuerzo global para brindar una mejor protección y regulaciones más estrictas, ya que hasta ahora los ciberdelincuentes han estado al acecho en las lagunas legales en países menos regulados.

Aprender a resolver con democracia las decisiones más ordinarias desde las células sociales más pequeñas y a convivir con el mundo digital y sus herramientas, sin perder lo humano, me parecen los principales focos de atención a resolver en un futuro próximo.

Hace tiempo el escritor George Orwell en su novela 1984 nos señaló el enorme reto ante las crisis en su inmortal frase: “lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”. ¿Cómo no recordarla y hacerla vigente en tiempos de pandemia y expansión digital?

La película de la plataforma Netflix: La familia Mitchell vs las máquinas me trajo de nuevo esa reflexión. El largometraje trata -sin pretender ser spoiler- de una familia que enfrenta un apocalipsis robótico mientras llevan a una integrante adolescente a su nueva escuela. La ficción tiene un golpe de realidad cotidiana: las herramientas tecnológicas son terreno de disputas, que van desde la brecha generacional, el sentido del bienestar y el bien común familiar.

Actualmente, las redes sociales han dado un salto enorme gracias al distanciamiento físico y el confinamiento inicial obligados: la interacción social pasó a ser más que nada virtual, y fueron las redes sociales precisamente las que se encargaron de aliviar lo que pudo convertirse en una crisis emocional generalizada. La tecnología ayudó a que el aislamiento se sintiera menos y permitió que continuara la comunicación y la interacción con familiares, amistades y parejas; también modificó y amplió nuestra forma de divertirnos, jugar y pasar nuestro tiempo de ocio. Plataformas de series y películas, videojuegos, aplicaciones de contenido, conciertos virtuales y recorridos por museos resultaron en toda una experiencia.

La resiliencia de las y los más jóvenes se hizo presente: Ramírez Cerón en su análisis sobre el noviazgo en tiempos de covid-19 señala que el 90% de las y los jóvenes tienen un sentimiento de cercanía cuando se encuentran a través de medios digitales, mientras que a la par la educación amplió su oferta digital y su expansión complementaria de bibliotecas digitales y plataformas en el ya de por si aumento de herramientas digitales para el aprendizaje, entre ellos en el aumento de la lectura digital en los jóvenes entre 12 y 29 años en datos reportados de IBBY México.

La posverdad, la incertidumbre, el disenso y el pensamiento errático e ideologizado también han reclamado su lugar en la era tecnológica y pandémica, pero lo más urgente se encuentra en la migración de los delitos físicos a virtuales: fraudes, usurpaciones de identidad, pornografía y violencias.

Los delitos cibernéticos son una forma emergente y más agresiva de crimen transnacional. Dado que Internet se ha convertido en una parte esencial de nuestras vidas, proporcionando información y comunicaciones en todo el mundo, los delincuentes se han aprovechado. Con casi dos mil millones de usuarios en todo el mundo, el ciberespacio es ideal para los delincuentes, ya que pueden permanecer en el anonimato y obtener acceso a todo tipo de información personal.

Los delitos cibernéticos se han convertido rápidamente en un negocio que puede superar los $ 3,000,000,000,000,000,000 al año. Sin una reglamentación adecuada y debido la ineficacia en muchos países, es difícil abordar el delito cibernético. Se necesita un esfuerzo global para brindar una mejor protección y regulaciones más estrictas, ya que hasta ahora los ciberdelincuentes han estado al acecho en las lagunas legales en países menos regulados.

Aprender a resolver con democracia las decisiones más ordinarias desde las células sociales más pequeñas y a convivir con el mundo digital y sus herramientas, sin perder lo humano, me parecen los principales focos de atención a resolver en un futuro próximo.