/ viernes 28 de enero de 2022

Camino a los Oscar 2022: Todo Sobre los Ricardo

Dios los hace y ellos se juntan. Y en este melodrama con pretensiones de película para el Oscar (Aaron Sorkin, Estados Unidos 2021) se juntaron nada más y nada menos que Nicole Kidman y Javier Bardem: dos hígados de la pantalla grande. En este caso la Kidman

da vida a la célebre actriz, Lucille Ball, mientras que Bardem interpreta al director de orquesta cubano, Desi Arnaz. Ambos protagonistas de I Love Lucy, una de las series más populares en la historia de la televisión gringa.

El show, patrocinado por la tabacalera Philip Morris, retrataba en tono de comedia la vida conyugal de Lucy y su marido cubano, Ricky Ricardo (Javier Bardem). Lo curioso es que en la vida real Lucille Ball y Desi Arnaz (Ricky Ricardo) estaban efectivamente casados. Eso sí, el tal Desi era mustio y calenturiento. Por lo que no tenía el menor empacho en pintarle el cuerno a Lucille con la primera que le pusiera enfrente. Cosa que por cierto la película plantea de una manera soterrada y moralina.

El relato pone el foco en la relación de Lucille y Deci mientras atraviesan por una de sus crisis maritales. Una crisis que no sólo hace peligrar la estabilidad del matrimonio, sino también el rating de I Love Lucy. Y es que además de tener que lidiar con rumores de infidelidad y problemas de producción en el programa, Lucille es señalada por parte del Comité de Actividades Antiestadounidenses de pertenecer al Partido Comunista. Cosa que en aquellos tiempos de la post guerra era considerada por el imaginario colectivo gringo como algo peor que la traición a la patria. Ay de aquel famoso que simpatizara con los “rojillos”. La opinión pública y el FBI eran implacables, lo perseguían hasta despedazarlo.

Como se puede ver la historia de Lucille y las líneas argumentales que de ésta se desprenden daban para armar una buena pieza, pero en vez de ello el director optó por entregarnos un melodrama cursilón en el que la protagonista y sus miradas de mujer fatal resultan insufribles. Nos quieren vender a la Kidman como si anduviera en sus cuarenta, que era la edad de Lucille tenía cuando producía y actuaba la serie al lado de su marido. Pero la verdad sea dicha, nuestra Nicole ya anda sesenteando (aunque Wikipedia diga otra cosa). Flaco favor le hicieron los de maquillaje; le colocaron prótesis en las mejillas -que es que para darles más volumen-, al final me la dejaron igualita a la maestra Elba Esther Gordillo. En cuanto a Bardem, sorprende que su especialidad, que es hacer papeles de cínico y sinvergüenza, en este caso no haya cuajado. El personaje de Desi Arnaz pudo ser entrañable, un cubano de a de veras, que hablase como tal, un fajador que de esos que saben seducir con la sola mirada; pero no, lejos de eso, la construcción de dicho personaje es endeble y su personificación sobreactuada, tanto como su fallido acento cubano. Esta vez Bardem sólo hizo la tarea a medias.

El fantasma comunista

Insistimos en que existían elementos para ahondar en temas escabrosos, como la declarada militancia de Lucille en el Partido Comunista. En este sentido, la escena climática del filme muestra cómo, ante la mirada expectante del público asistente al estudio de televisión, el director del FBI, J. Edgar Hoover, reconoce vía telefónica que no hay investigación alguna en contra de la actriz. ¿Se imaginan al fiscal Gertz Manero absolviendo, vía teléfono celular, a la maestra Delfina? Sería una buena comedia dramática. Pero volvamos a la machaca. Hay que reconocer que si bien la referida escena climática de Todo Sobre los Ricardo resulta un tanto ridícula, sí que describe esa paranoia irracional de los gringos y del hemisferio occidental hacia el comunismo. Una paranoia basada en la ignorancia, y alimentada sobre todo por el cine y la televisión

Los cuales se esforzaron por mostrar al comunismo como algo pecaminoso, como un estigma. En muchos casos, el personaje del “rojillo” es catalogado en el cine hollywoodense como sinónimo de vago y soñador, un paria disfrazado de filósofo, que atenta contra la propiedad privada; un enemigo declarado del capitalismo y la productividad. Llama la atención que a diferencia del cine gringo, el cine mexicano no sólo no ha visto al comunismo como algo para rasgarse las vestiduras, sino que hasta se ha pitorreado. En Dicen que soy Comunista, comedia dirigida por Alejandro Galindo en 1951, el ingobernable Resortes hace el papel de Benito Reyes, un obrero viudo que lleno de esperanza se afilia al partido comunista de la localidad. Iluso. Muy pronto descubre que a los machuchones del partido sólo les interesa el billete y no la causa de los pobres (cualquier parecido con “la esperanza de México” es pura coincidencia). En ¡Esquina Bajan!, un melodrama también dirigido por Galindo y protagonizado por David Silva, el director muestra a un sindicato de camioneros con tintes claramente comunistas, el cual protege al chofer de un camión (un pesero de la época actual) que es prepotente y peleonero. ¿Otra coincidencia?

Dos caras de la misma moneda

De niño escuchaba decir que en la Rusia comunista los delincuentes confesos eran enviados a la inhóspita Siberia a purgar sus largas condenas. O que en la Rumania comunista por orden del Estado supremo tenías que compartir tu casa con gente que ni siquiera era de tu familia. O peor aun, que los regímenes comunistas han sido los responsables de millones de muertes. Lo que nadie se atrevía a decir es que muchos de los pecados atribuidos al comunismo son inseparables del propio sistema capitalista. ¿Cuál de ambos es mejor? Depende. Cuando se es joven y se posee la energía para competir y acumular riqueza, el capitalismo pareciera ser la gran alternativa. Ah, pero cuando se llega a viejo y el ímpetu se extingue, es cuando más necesitamos de un Estado igualitario, que nos apoye y nos cuide. Es entonces que el comunismo cobra todo el sentido. Cuántos viejos conozco que son comunistas. Sólo que no lo saben.

Dios los hace y ellos se juntan. Y en este melodrama con pretensiones de película para el Oscar (Aaron Sorkin, Estados Unidos 2021) se juntaron nada más y nada menos que Nicole Kidman y Javier Bardem: dos hígados de la pantalla grande. En este caso la Kidman

da vida a la célebre actriz, Lucille Ball, mientras que Bardem interpreta al director de orquesta cubano, Desi Arnaz. Ambos protagonistas de I Love Lucy, una de las series más populares en la historia de la televisión gringa.

El show, patrocinado por la tabacalera Philip Morris, retrataba en tono de comedia la vida conyugal de Lucy y su marido cubano, Ricky Ricardo (Javier Bardem). Lo curioso es que en la vida real Lucille Ball y Desi Arnaz (Ricky Ricardo) estaban efectivamente casados. Eso sí, el tal Desi era mustio y calenturiento. Por lo que no tenía el menor empacho en pintarle el cuerno a Lucille con la primera que le pusiera enfrente. Cosa que por cierto la película plantea de una manera soterrada y moralina.

El relato pone el foco en la relación de Lucille y Deci mientras atraviesan por una de sus crisis maritales. Una crisis que no sólo hace peligrar la estabilidad del matrimonio, sino también el rating de I Love Lucy. Y es que además de tener que lidiar con rumores de infidelidad y problemas de producción en el programa, Lucille es señalada por parte del Comité de Actividades Antiestadounidenses de pertenecer al Partido Comunista. Cosa que en aquellos tiempos de la post guerra era considerada por el imaginario colectivo gringo como algo peor que la traición a la patria. Ay de aquel famoso que simpatizara con los “rojillos”. La opinión pública y el FBI eran implacables, lo perseguían hasta despedazarlo.

Como se puede ver la historia de Lucille y las líneas argumentales que de ésta se desprenden daban para armar una buena pieza, pero en vez de ello el director optó por entregarnos un melodrama cursilón en el que la protagonista y sus miradas de mujer fatal resultan insufribles. Nos quieren vender a la Kidman como si anduviera en sus cuarenta, que era la edad de Lucille tenía cuando producía y actuaba la serie al lado de su marido. Pero la verdad sea dicha, nuestra Nicole ya anda sesenteando (aunque Wikipedia diga otra cosa). Flaco favor le hicieron los de maquillaje; le colocaron prótesis en las mejillas -que es que para darles más volumen-, al final me la dejaron igualita a la maestra Elba Esther Gordillo. En cuanto a Bardem, sorprende que su especialidad, que es hacer papeles de cínico y sinvergüenza, en este caso no haya cuajado. El personaje de Desi Arnaz pudo ser entrañable, un cubano de a de veras, que hablase como tal, un fajador que de esos que saben seducir con la sola mirada; pero no, lejos de eso, la construcción de dicho personaje es endeble y su personificación sobreactuada, tanto como su fallido acento cubano. Esta vez Bardem sólo hizo la tarea a medias.

El fantasma comunista

Insistimos en que existían elementos para ahondar en temas escabrosos, como la declarada militancia de Lucille en el Partido Comunista. En este sentido, la escena climática del filme muestra cómo, ante la mirada expectante del público asistente al estudio de televisión, el director del FBI, J. Edgar Hoover, reconoce vía telefónica que no hay investigación alguna en contra de la actriz. ¿Se imaginan al fiscal Gertz Manero absolviendo, vía teléfono celular, a la maestra Delfina? Sería una buena comedia dramática. Pero volvamos a la machaca. Hay que reconocer que si bien la referida escena climática de Todo Sobre los Ricardo resulta un tanto ridícula, sí que describe esa paranoia irracional de los gringos y del hemisferio occidental hacia el comunismo. Una paranoia basada en la ignorancia, y alimentada sobre todo por el cine y la televisión

Los cuales se esforzaron por mostrar al comunismo como algo pecaminoso, como un estigma. En muchos casos, el personaje del “rojillo” es catalogado en el cine hollywoodense como sinónimo de vago y soñador, un paria disfrazado de filósofo, que atenta contra la propiedad privada; un enemigo declarado del capitalismo y la productividad. Llama la atención que a diferencia del cine gringo, el cine mexicano no sólo no ha visto al comunismo como algo para rasgarse las vestiduras, sino que hasta se ha pitorreado. En Dicen que soy Comunista, comedia dirigida por Alejandro Galindo en 1951, el ingobernable Resortes hace el papel de Benito Reyes, un obrero viudo que lleno de esperanza se afilia al partido comunista de la localidad. Iluso. Muy pronto descubre que a los machuchones del partido sólo les interesa el billete y no la causa de los pobres (cualquier parecido con “la esperanza de México” es pura coincidencia). En ¡Esquina Bajan!, un melodrama también dirigido por Galindo y protagonizado por David Silva, el director muestra a un sindicato de camioneros con tintes claramente comunistas, el cual protege al chofer de un camión (un pesero de la época actual) que es prepotente y peleonero. ¿Otra coincidencia?

Dos caras de la misma moneda

De niño escuchaba decir que en la Rusia comunista los delincuentes confesos eran enviados a la inhóspita Siberia a purgar sus largas condenas. O que en la Rumania comunista por orden del Estado supremo tenías que compartir tu casa con gente que ni siquiera era de tu familia. O peor aun, que los regímenes comunistas han sido los responsables de millones de muertes. Lo que nadie se atrevía a decir es que muchos de los pecados atribuidos al comunismo son inseparables del propio sistema capitalista. ¿Cuál de ambos es mejor? Depende. Cuando se es joven y se posee la energía para competir y acumular riqueza, el capitalismo pareciera ser la gran alternativa. Ah, pero cuando se llega a viejo y el ímpetu se extingue, es cuando más necesitamos de un Estado igualitario, que nos apoye y nos cuide. Es entonces que el comunismo cobra todo el sentido. Cuántos viejos conozco que son comunistas. Sólo que no lo saben.