/ viernes 22 de mayo de 2020

Ballardo, más contagioso que el Covid-19 para el STASE

Arqueado en el lomo apocalíptico del caballo de la pandemia del siglo, para los integrantes del Sindicato de Trabajadores al Servicio del Estado, Gabriel Ballardo Valdez resultó más contagioso y fatídico que el coronavirus.

Como si portara las filosas puntas que se le acreditan a la alta peligrosidad del virus, las encajó en el descansa-manos de la silla que se aferra en ocupar pero que se le venció formalmente el pasado dos de los corrientes.

Adicto a vivir entre las ilegalidades, se niega a dejar la Secretaría General, que ya no le corresponde manejar, pero al no tener empacho por continuar en el centro de las delicias del poder, reafirma que lo que menos le importan son los socios del gremio que cada día sufren de deterioro de sus condiciones de vida y de trabajo.

Y para ellos, es prácticamente utópico que asuma una salida airosa que les permita a los aspirantes a sucederlo, construir un ambiente de confianza y transparencia en favor de la clase trabajadora organizada que clama reoxigenar su centro neurálgico de mando.

Momentáneamente, cuando la emergencia ata de manos tanto a los candidatos como a las bases, saben que el único método de “sacar al buey de la barranca” es a través de un proceso electoral, que además, se plantea en medio de la incertidumbre impuesta por la contingencia.

No hay honorabilidad en alguien que no abre el paso a las nuevas propuestas y que se aprovecha de los huecos de la ley para perpetuarse en una dirigencia, que solamente le prestaron para luego adueñarse de ésta.

Al caducar el periodo legal para que se le eligió, significa que cualesquier acción, decisión, planteamiento, omisión o documento oficial que firme, es totalmente ilegal. Espurio.

Lo hace a título personal y no a nombre de la agrupación sindical. O sea que no vale y en cualquier instante los agremiados podrán sentarlo en el banquillo de los acusados, por falsificación de documentos o por usurpación de funciones, por lo que ya muchos de los miembros, empezaron a asesorarse para impedir que se les violenten sus derechos y el patrimonio del STASE que es de todos.

Automáticamente, Gabriel Ballardo Valdez auto proclamó una extensión en el tiempo de directivo, acomodándose a sus ambiciones económicas, políticas muy particulares.

Capitalizó a sus circunstancias, los meses de contingencia para perpetuarse en un cargo que ya no es para él, independientemente de que prepara un fraude electoral para imponer a Teresa de Jesús Ochoa como su sucesora.

En síntesis, para subsistir como el mandamás detrás del trono de una dama que carga con su sello, su cara y su estilo oscuro de administrar un sindicato. Si es que los militantes y los seis abanderados que buscan destronarlo, dejan que la muchacha se convierta en la Juanita de la burocracia estatal.

El desencanto por levantar la Ley Seca.

El gobernador Quirino Ordaz Coppel, quiso humedecer el territorio que empolvó la Ley Seca por consecuencia del coronavirus y los probables beneficiarios no respetaron las reglas. Se lanzaron a las puertas y ventanas de los comercios de la cerveza o el licor y los abarrotaron. Propiciaron condiciones para la aceleración del contagio y decepcionaron a la autoridad, a ciudadanos y a las expectativas de la Secretaría de Salud que intentaron regresar a la normalidad, gradualmente.

Fue una cadena de desencantos la que se eslabonó.

No faltaron críticas directas y lapidarias contra el mandatario sinaloense en las redes que se llenaron de memes.

Los primeros desencantaron al titular del Ejecutivo y éste a una sociedad entera.

Arqueado en el lomo apocalíptico del caballo de la pandemia del siglo, para los integrantes del Sindicato de Trabajadores al Servicio del Estado, Gabriel Ballardo Valdez resultó más contagioso y fatídico que el coronavirus.

Como si portara las filosas puntas que se le acreditan a la alta peligrosidad del virus, las encajó en el descansa-manos de la silla que se aferra en ocupar pero que se le venció formalmente el pasado dos de los corrientes.

Adicto a vivir entre las ilegalidades, se niega a dejar la Secretaría General, que ya no le corresponde manejar, pero al no tener empacho por continuar en el centro de las delicias del poder, reafirma que lo que menos le importan son los socios del gremio que cada día sufren de deterioro de sus condiciones de vida y de trabajo.

Y para ellos, es prácticamente utópico que asuma una salida airosa que les permita a los aspirantes a sucederlo, construir un ambiente de confianza y transparencia en favor de la clase trabajadora organizada que clama reoxigenar su centro neurálgico de mando.

Momentáneamente, cuando la emergencia ata de manos tanto a los candidatos como a las bases, saben que el único método de “sacar al buey de la barranca” es a través de un proceso electoral, que además, se plantea en medio de la incertidumbre impuesta por la contingencia.

No hay honorabilidad en alguien que no abre el paso a las nuevas propuestas y que se aprovecha de los huecos de la ley para perpetuarse en una dirigencia, que solamente le prestaron para luego adueñarse de ésta.

Al caducar el periodo legal para que se le eligió, significa que cualesquier acción, decisión, planteamiento, omisión o documento oficial que firme, es totalmente ilegal. Espurio.

Lo hace a título personal y no a nombre de la agrupación sindical. O sea que no vale y en cualquier instante los agremiados podrán sentarlo en el banquillo de los acusados, por falsificación de documentos o por usurpación de funciones, por lo que ya muchos de los miembros, empezaron a asesorarse para impedir que se les violenten sus derechos y el patrimonio del STASE que es de todos.

Automáticamente, Gabriel Ballardo Valdez auto proclamó una extensión en el tiempo de directivo, acomodándose a sus ambiciones económicas, políticas muy particulares.

Capitalizó a sus circunstancias, los meses de contingencia para perpetuarse en un cargo que ya no es para él, independientemente de que prepara un fraude electoral para imponer a Teresa de Jesús Ochoa como su sucesora.

En síntesis, para subsistir como el mandamás detrás del trono de una dama que carga con su sello, su cara y su estilo oscuro de administrar un sindicato. Si es que los militantes y los seis abanderados que buscan destronarlo, dejan que la muchacha se convierta en la Juanita de la burocracia estatal.

El desencanto por levantar la Ley Seca.

El gobernador Quirino Ordaz Coppel, quiso humedecer el territorio que empolvó la Ley Seca por consecuencia del coronavirus y los probables beneficiarios no respetaron las reglas. Se lanzaron a las puertas y ventanas de los comercios de la cerveza o el licor y los abarrotaron. Propiciaron condiciones para la aceleración del contagio y decepcionaron a la autoridad, a ciudadanos y a las expectativas de la Secretaría de Salud que intentaron regresar a la normalidad, gradualmente.

Fue una cadena de desencantos la que se eslabonó.

No faltaron críticas directas y lapidarias contra el mandatario sinaloense en las redes que se llenaron de memes.

Los primeros desencantaron al titular del Ejecutivo y éste a una sociedad entera.