/ jueves 11 de agosto de 2022

Algo se puede salvar del país

Históricamente, los augurios se han relacionado tanto con los hechos de la naturaleza, como con los eventos que conmocionan la vida diaria de las personas y la política, en un paralelismo interesante. En el año 62 d.C., un terremoto devastó Pompeya y afectó a otras ciudades romanas cercanas. El mismo Séneca en sus Cuestiones Naturales recoge que en el año 60 la aparición de un cometa en el cielo vaticinó, según los augurios, el terremoto que afectó a esa ciudad dos años después, considerándolo una consecuencia del desastre. Esos augurios funestos y esas calamidades se cumplieron igualmente con la destrucción de Pompeya en el año 79 d.C. por el volcán Vesubio. Al hablar del gran terremoto del 62-63 d.C., Séneca dice que ordinariamente le sigue una especie de peste a los grandes terremotos (aiunt enim solere post magnos terrarum motus pestilentiam fieri), piensa que el aire en el interior de la tierra se corrompe y, al salir, viciado (corruptus), altera (maculat ac polluit) nuestro aire y contamina las aguas, lo cual puede causar la muerte.

Un terremoto sacudió el sistema de partidos y la política en México en 2018. Mucho se ha hablado acerca de que antes de la elección presidencial de julio de 2018, podía saberse o no que López Obrador era un mal candidato y que un eventual gobierno suyo traería el desastre y la ruina al país. Para los detractores, las señales ominosas han estado claras al observar con detenimiento y críticamente toda la trayectoria política del personaje. Para los seguidores incondicionales, ha bastado solo creer en el aura mítica que le han construido. Y para todos los demás que en 2018 votaron por darle la oportunidad, fue suficiente sentir el hartazgo por la clase política dominante en ese momento y a la vez una ilusión fundada solo en el sentimiento, que un político que se decía diferente a los demás, podía cristalizar la esperanza de un cambio positivo.

Antes de 2018, esas consideraciones eran expectativas, proyecciones. Sin embargo ahora, a casi cuatro años de asumir el poder, el gobierno y la responsabilidad en la conducción del país, cada una de las acciones u omisiones que se han sucedido desde que asumió el poder presidencial constituyen augurios que deben tomarse seriamente en cuenta.

A finales de julio de este año, López Obrador anunció que durante el primer semestre del año, la economía mexicana logró un crecimiento acumulado del 2% lo que demuestra –según él- que el país se recupera y marcha por buen camino. No es así. No es que esa afirmación no sea verdadera, sino que tal crecimiento no compensa de ninguna manera la caída sufrida desde 2018 y en los años posteriores, antes incluso que llegara la pandemia. La caída de 8% en el PIB de México en 2020 se debió precisamente a que México ya mostraba declive antes de la pandemia y a la ausencia de una política fiscal contracíclica que ayudara a sobrevivir a las empresas y a conservar la planta laboral. En 2021, los ingresos del gobierno federal cayeron -1.2%, por tercer año consecutivo, por lo que en el balance de las finanzas públicas, el gasto no ha sido gran impulsor del crecimiento, puesto que el gasto en inversión física no ha crecido, solo lo ha hecho el gasto corriente. Al contrario, ha sido un factor de freno al crecimiento, con la ayuda constante a una empresa quebrada como Pemex, transferencias, ingentes recursos a elefantes blancos improductivos como Dos Bocas o el Tren Maya, a pesar de que se utilizaron los Fondos de Estabilización, Gastos Catastróficos y Fideicomisos. No extraña por eso que el Bank of America recortó su pronóstico de crecimiento del PIB de México de 1.0% a 0.0% para 2023. En el año, al 29 de julio, han salido 100,960.08 mil millones de pesos de capitales que extranjeros tenían invertidos en México en valores gubernamentales. Con esto, el 2022 se perfila para ser el tercer año consecutivo con salidas de capitales de México. En palabras de Séneca, Pompeya se vino abajo, es decir, quedó sepultada por el gran terremoto (consedisse terrae motu) y Herculano, otra ciudad vecina, se derrumbó en parte (Herculanensis oppidi pars ruit). Algo, pues, se salvó, pero lo que queda en pie de ello no está muy seguro, es decir, amenaza ruina (dubieque stant etiam quae relicta sunt).

En la antigua Roma, el sacerdocio de los augures determinaba si existían las condiciones necesarias para el ejercicio de los asuntos públicos, pues un augur podía paralizar la justicia, los negocios públicos o la acción política. Se consideraba derecho de auspicium la capacidad jurídica de poder consultar las advertencias o signos celestiales que manifiestan la voluntad de los dioses. Los augures de Roma constituyeron un colegio que agrupaba a los expertos en la disciplina augural, que gobernaba la observación y aplicación de los auspicios en la vida pública romana. Emitían responsa (del latín responsum, ‘respuesta’), respuestas a preguntas dirigidas a ellos, no vinculantes, sobre esa materia generalmente en respuesta a consultas de magistrados o del senado; a menudo las consultas estaban relacionadas con faltas rituales que podían paralizar la vida pública. Incluso, el gran Cicerón fue un augur. Fue elegido en esa calidad en el 53 a.C.

Pero aquí los augurios pintan un panorama sombrío. El que tiene la única decisión que cuenta ha decretado la pobreza franciscana y la militarización inconstitucional de la seguridad pública. Pobreza para todos, menos para las obras inservibles de su capricho derrochador. Arrasó con los 387 mil millones de pesos de 329 fideicomisos que los neoliberales dejaron y amenazan con acabar con los 69 mmdp que restan, en un nuevo “barrido” de los 162 fideicomisos que quedan. A educación y salud les quitaron 41mil millones de pesos de su presupuesto en 6 meses. Caídas presupuestales en casi todas las dependencias de la administración pública. Además, todos los subejercicios de las dependencias federales de gobierno que no se hayan subsanado (es decir, que no se hayan ejercido, gastado) se reasignan a los programas de gobierno, entiéndase a los programas estrella y capricho de López Obrador. Tren Maya y Dos Bocas han disparado a casi el doble de su presupuesto programado. 1,350 millones de pesos en subsidios a un aeródromo inoperante como el AIFA y recortes criminales a la atención del cáncer cérvico uterino y el cáncer de mama, en sus peores niveles desde 2012, en una caída de más del 40% en su presupuesto. Las prioridades del presidente han hecho válidos los peores augurios.

En la mala gestión de la crisis de Pompeya (a la que se le había concedido el título de colonia neroniana), Suetonio dibuja a un Nerón dilapidador, marcado por un “afán loco por gastar” (impendiorum furor), que, después de derrochar a diestro y siniestro en cosas inútiles hasta el punto de no ponerse nunca un vestido dos veces (nullam uestem bis induit), acabó tan privado de medios que no podía hacer frente a las pagas de los soldados ni a las recompensas de los veteranos (egens ut stipendia quoque militum et commoda ueteranorum protrahi ac differri necesse esset).

Pese a todo, no todo está perdido. Podemos seguir ejerciendo nuestros derechos y participar en los asuntos públicos. Vienen augurios de nuevas elecciones y hay mucho que salvar todavía. Al fin y al cabo, como sabiamente aconseja Séneca: “cuando un mal es inevitable, temerlo es de necios” (quando quidem sine remedio timor stultis est).

Históricamente, los augurios se han relacionado tanto con los hechos de la naturaleza, como con los eventos que conmocionan la vida diaria de las personas y la política, en un paralelismo interesante. En el año 62 d.C., un terremoto devastó Pompeya y afectó a otras ciudades romanas cercanas. El mismo Séneca en sus Cuestiones Naturales recoge que en el año 60 la aparición de un cometa en el cielo vaticinó, según los augurios, el terremoto que afectó a esa ciudad dos años después, considerándolo una consecuencia del desastre. Esos augurios funestos y esas calamidades se cumplieron igualmente con la destrucción de Pompeya en el año 79 d.C. por el volcán Vesubio. Al hablar del gran terremoto del 62-63 d.C., Séneca dice que ordinariamente le sigue una especie de peste a los grandes terremotos (aiunt enim solere post magnos terrarum motus pestilentiam fieri), piensa que el aire en el interior de la tierra se corrompe y, al salir, viciado (corruptus), altera (maculat ac polluit) nuestro aire y contamina las aguas, lo cual puede causar la muerte.

Un terremoto sacudió el sistema de partidos y la política en México en 2018. Mucho se ha hablado acerca de que antes de la elección presidencial de julio de 2018, podía saberse o no que López Obrador era un mal candidato y que un eventual gobierno suyo traería el desastre y la ruina al país. Para los detractores, las señales ominosas han estado claras al observar con detenimiento y críticamente toda la trayectoria política del personaje. Para los seguidores incondicionales, ha bastado solo creer en el aura mítica que le han construido. Y para todos los demás que en 2018 votaron por darle la oportunidad, fue suficiente sentir el hartazgo por la clase política dominante en ese momento y a la vez una ilusión fundada solo en el sentimiento, que un político que se decía diferente a los demás, podía cristalizar la esperanza de un cambio positivo.

Antes de 2018, esas consideraciones eran expectativas, proyecciones. Sin embargo ahora, a casi cuatro años de asumir el poder, el gobierno y la responsabilidad en la conducción del país, cada una de las acciones u omisiones que se han sucedido desde que asumió el poder presidencial constituyen augurios que deben tomarse seriamente en cuenta.

A finales de julio de este año, López Obrador anunció que durante el primer semestre del año, la economía mexicana logró un crecimiento acumulado del 2% lo que demuestra –según él- que el país se recupera y marcha por buen camino. No es así. No es que esa afirmación no sea verdadera, sino que tal crecimiento no compensa de ninguna manera la caída sufrida desde 2018 y en los años posteriores, antes incluso que llegara la pandemia. La caída de 8% en el PIB de México en 2020 se debió precisamente a que México ya mostraba declive antes de la pandemia y a la ausencia de una política fiscal contracíclica que ayudara a sobrevivir a las empresas y a conservar la planta laboral. En 2021, los ingresos del gobierno federal cayeron -1.2%, por tercer año consecutivo, por lo que en el balance de las finanzas públicas, el gasto no ha sido gran impulsor del crecimiento, puesto que el gasto en inversión física no ha crecido, solo lo ha hecho el gasto corriente. Al contrario, ha sido un factor de freno al crecimiento, con la ayuda constante a una empresa quebrada como Pemex, transferencias, ingentes recursos a elefantes blancos improductivos como Dos Bocas o el Tren Maya, a pesar de que se utilizaron los Fondos de Estabilización, Gastos Catastróficos y Fideicomisos. No extraña por eso que el Bank of America recortó su pronóstico de crecimiento del PIB de México de 1.0% a 0.0% para 2023. En el año, al 29 de julio, han salido 100,960.08 mil millones de pesos de capitales que extranjeros tenían invertidos en México en valores gubernamentales. Con esto, el 2022 se perfila para ser el tercer año consecutivo con salidas de capitales de México. En palabras de Séneca, Pompeya se vino abajo, es decir, quedó sepultada por el gran terremoto (consedisse terrae motu) y Herculano, otra ciudad vecina, se derrumbó en parte (Herculanensis oppidi pars ruit). Algo, pues, se salvó, pero lo que queda en pie de ello no está muy seguro, es decir, amenaza ruina (dubieque stant etiam quae relicta sunt).

En la antigua Roma, el sacerdocio de los augures determinaba si existían las condiciones necesarias para el ejercicio de los asuntos públicos, pues un augur podía paralizar la justicia, los negocios públicos o la acción política. Se consideraba derecho de auspicium la capacidad jurídica de poder consultar las advertencias o signos celestiales que manifiestan la voluntad de los dioses. Los augures de Roma constituyeron un colegio que agrupaba a los expertos en la disciplina augural, que gobernaba la observación y aplicación de los auspicios en la vida pública romana. Emitían responsa (del latín responsum, ‘respuesta’), respuestas a preguntas dirigidas a ellos, no vinculantes, sobre esa materia generalmente en respuesta a consultas de magistrados o del senado; a menudo las consultas estaban relacionadas con faltas rituales que podían paralizar la vida pública. Incluso, el gran Cicerón fue un augur. Fue elegido en esa calidad en el 53 a.C.

Pero aquí los augurios pintan un panorama sombrío. El que tiene la única decisión que cuenta ha decretado la pobreza franciscana y la militarización inconstitucional de la seguridad pública. Pobreza para todos, menos para las obras inservibles de su capricho derrochador. Arrasó con los 387 mil millones de pesos de 329 fideicomisos que los neoliberales dejaron y amenazan con acabar con los 69 mmdp que restan, en un nuevo “barrido” de los 162 fideicomisos que quedan. A educación y salud les quitaron 41mil millones de pesos de su presupuesto en 6 meses. Caídas presupuestales en casi todas las dependencias de la administración pública. Además, todos los subejercicios de las dependencias federales de gobierno que no se hayan subsanado (es decir, que no se hayan ejercido, gastado) se reasignan a los programas de gobierno, entiéndase a los programas estrella y capricho de López Obrador. Tren Maya y Dos Bocas han disparado a casi el doble de su presupuesto programado. 1,350 millones de pesos en subsidios a un aeródromo inoperante como el AIFA y recortes criminales a la atención del cáncer cérvico uterino y el cáncer de mama, en sus peores niveles desde 2012, en una caída de más del 40% en su presupuesto. Las prioridades del presidente han hecho válidos los peores augurios.

En la mala gestión de la crisis de Pompeya (a la que se le había concedido el título de colonia neroniana), Suetonio dibuja a un Nerón dilapidador, marcado por un “afán loco por gastar” (impendiorum furor), que, después de derrochar a diestro y siniestro en cosas inútiles hasta el punto de no ponerse nunca un vestido dos veces (nullam uestem bis induit), acabó tan privado de medios que no podía hacer frente a las pagas de los soldados ni a las recompensas de los veteranos (egens ut stipendia quoque militum et commoda ueteranorum protrahi ac differri necesse esset).

Pese a todo, no todo está perdido. Podemos seguir ejerciendo nuestros derechos y participar en los asuntos públicos. Vienen augurios de nuevas elecciones y hay mucho que salvar todavía. Al fin y al cabo, como sabiamente aconseja Séneca: “cuando un mal es inevitable, temerlo es de necios” (quando quidem sine remedio timor stultis est).