/ viernes 22 de abril de 2022

“40 y 20”: una Mirada a ese Lacra que Todos Llevamos Dentro

En México la comedia es el género recurrente entre los productores de series. Guionistas y directores se quiebran la cabeza todos los días, pensando en cómo arrancarle la sonrisa al espectador. ¿Pero qué tipo de humor es el que realmente hace reír al mexicano? ¿El albur? ¿La sátira? ¿El pastelazo? Los productores de 40 y 20 apostaron por todo eso y algo más. Hoy, tras siete temporadas al aire, la serie se mantiene fiel a su filosofía original, esa que sostiene que para andar de cabrón, la edad es lo de menos.



En ciertos aspectos la serie creada por Gustavo Loza recuerda aquella serie gringa exitosísima, que acumuló doce temporadas, conocida como Two and a Half Men (Dos Hombres y Medio). EL concepto es parecido. En Two and a Half Men, Charlie Harper, un borrachín multimillonario, pasa sus días bebiendo y fornicando en su casona de Malibú frente al Océano Pacífico. Su hermano, Alan, y el inefable Jake, el hijo de éste, viven de arrimados con el tío Charlie. Para completar el cuadro de familia disfuncional, está Berta, la chacha de la casa, una vieja obesa y mala leche con tendencias racistas, que posee una lengua mordazmente afilada.


En el caso de 40 y 20, el borracho y mujeriego es Don Paquis (Jorge Van Rankin), un arquitecto que a pesar de que ya anda rayando los cincuenta, tiene una debilidad incurable por dos cosas en la vida: la fiesta y las morritas de veintitantos años. Es una especie de sugar daddy, un bribón bien hecho, cuyo único hijo llamado Fran (Mauricio Garza), haciendo honor a las enseñanzas de su padre, se encama a todas las que se cruzan en su camino. Eso sí, a diferencia de su progenitor, Fran las prefiere cuarentonas.


La chacha respondona


Al igual que en Two and a Half Men, en 40 y 20 hay una chacha gordinfla y no menos lacra: Toña (Michelle Rodríguez). Toña es la personificación de la criada respondona e igualada, que por derecho propio se ha ganado ser la verdadera dueña de la casa, la que lleva el changarro. La habilidad del personaje de Toña para improvisar toda sarta de ocurrencias y netas, evoca en mucho a algunas de las cómicas más queridas del cine mexicano. Y es que Loza y Michelle Rodríguez hicieron de Toña un personaje que lo mismo se nutre de la picardía de Carmen Salinas, que de la altanería de María Victoria o la sabiduría popular de la Guayaba y la Tostada (“Nosotros los Pobres”, Ismael Rodríguez, 1948). El resultado es un personaje adorablemente vulgar, una holgazana, obesa y pícara, que no hace otra cosa más que ver la tele y echarse sus brincos con el Brayan (Armando Hernández), su eterno novio, chalán de un edificio vecino. Toña es alguien que lo mismo lanza albures, que ventila frases domingueras, o le dice su precio tanto a don Paquis como a las golfillas que suelen acompañarlo al depa. No es de sorprender que sea el personaje de Toña quien se robe el cuadro. Es quien, por decirlo así, lleva el ritmo de la comedia dentro de la escena. Reparte la acción entre los demás actores, y les da pie para que desarrollen su capacidad de improvisar, siempre en el terreno de la comedia de situación y la sátira. El ensamble funciona bastante bien.


El clásico mexicano


Loza ha sabido plasmar en sus personajes masculinos esa debilidad del mexicano por el desmadre y la indisciplina, por el engaño y la infidelidad. Y es en este retrato del clásico mexicano, donde la comedia de 40 y 20 encuentra su humor. Un humor que navega entre la sexy comedia, la sátira y la carrilla. En efecto, 40 y 20 es una serie dirigida a los hombres; no apta para feministas encapuchadas, ni anti machos. Porque don Paquis es calenturiento y machín de corazón. En este sentido la elección de Jorge Van Rankin como el protagonista ha significado un acierto. Supieron ver en Van Rankin no al actor, que no lo es, sino al tipo de carne y hueso. Y le dejaron ser tan auténtico y espontáneo como podría serlo en su vida diaria, de tal suerte que crearon un personaje bonachón y de sangre liviana, que conecta plenamente con Toña y los demás personajes secundarios como la Chío (Mónica Huarte) la ex esposa de don Paquis; el Borre (Oswaldo Zárate), y por supuesto el canijo del Brayan.



Cuestión de humor


Las tramas que se plantean en los episodios de 25 minutos de duración no son especialmente sofisticadas. Algunas veces, todo se reduce a encontrar un pretexto para que los personajes hagan una fiesta o se vayan de antro a ver qué morrita se ligan. Lo cierto es que más allá de la simpleza de las historias que presenta, 40 y 20 ha sido exitosa en la medida que sus personajes han logrado conectar con el temperamento de una buena parte del público masculino, que hoy, en plena efervescencia de las series vía streaming, pareciera añorar aquella comedia arrabalera, en el que actores como Luis de Alba, Alfonso Zayas y la Pelangocha eran los reyes del humor sexual.


No, no es el humor intelectual de Eugenio Derbez, basado tanto en el absurdo, como en los juegos de palabras y frases de doble sentido. Tampoco es ese humor naif del Chavo del Ocho, ni el humor fresón y somnífero de series como Cómo Sobrevivir Soltero o Ninis. No. El humor de 40 y 20 es más popular, más lacra. Surge de la cábula, de la parranda entre compas, del ligue con las morras en el antro al calor de un alipús. He aquí un buen ejemplo de una serie que ha logrado conjuntar un elenco memorable con dos conceptos universales: la fiesta y el sexo. ¿A qué solterón o divorciado no le gustaría tener un pegue con las morras como el que tiene don Paquis? ¿Quién no quisiera en su cantón un ama de llaves como la Toña: alcahueta, jaladora y bien cábula? ¿Qué mexicano, por muy fifí o chairo que sea, no lleva dentro a un don Paquis en potencia?

En México la comedia es el género recurrente entre los productores de series. Guionistas y directores se quiebran la cabeza todos los días, pensando en cómo arrancarle la sonrisa al espectador. ¿Pero qué tipo de humor es el que realmente hace reír al mexicano? ¿El albur? ¿La sátira? ¿El pastelazo? Los productores de 40 y 20 apostaron por todo eso y algo más. Hoy, tras siete temporadas al aire, la serie se mantiene fiel a su filosofía original, esa que sostiene que para andar de cabrón, la edad es lo de menos.



En ciertos aspectos la serie creada por Gustavo Loza recuerda aquella serie gringa exitosísima, que acumuló doce temporadas, conocida como Two and a Half Men (Dos Hombres y Medio). EL concepto es parecido. En Two and a Half Men, Charlie Harper, un borrachín multimillonario, pasa sus días bebiendo y fornicando en su casona de Malibú frente al Océano Pacífico. Su hermano, Alan, y el inefable Jake, el hijo de éste, viven de arrimados con el tío Charlie. Para completar el cuadro de familia disfuncional, está Berta, la chacha de la casa, una vieja obesa y mala leche con tendencias racistas, que posee una lengua mordazmente afilada.


En el caso de 40 y 20, el borracho y mujeriego es Don Paquis (Jorge Van Rankin), un arquitecto que a pesar de que ya anda rayando los cincuenta, tiene una debilidad incurable por dos cosas en la vida: la fiesta y las morritas de veintitantos años. Es una especie de sugar daddy, un bribón bien hecho, cuyo único hijo llamado Fran (Mauricio Garza), haciendo honor a las enseñanzas de su padre, se encama a todas las que se cruzan en su camino. Eso sí, a diferencia de su progenitor, Fran las prefiere cuarentonas.


La chacha respondona


Al igual que en Two and a Half Men, en 40 y 20 hay una chacha gordinfla y no menos lacra: Toña (Michelle Rodríguez). Toña es la personificación de la criada respondona e igualada, que por derecho propio se ha ganado ser la verdadera dueña de la casa, la que lleva el changarro. La habilidad del personaje de Toña para improvisar toda sarta de ocurrencias y netas, evoca en mucho a algunas de las cómicas más queridas del cine mexicano. Y es que Loza y Michelle Rodríguez hicieron de Toña un personaje que lo mismo se nutre de la picardía de Carmen Salinas, que de la altanería de María Victoria o la sabiduría popular de la Guayaba y la Tostada (“Nosotros los Pobres”, Ismael Rodríguez, 1948). El resultado es un personaje adorablemente vulgar, una holgazana, obesa y pícara, que no hace otra cosa más que ver la tele y echarse sus brincos con el Brayan (Armando Hernández), su eterno novio, chalán de un edificio vecino. Toña es alguien que lo mismo lanza albures, que ventila frases domingueras, o le dice su precio tanto a don Paquis como a las golfillas que suelen acompañarlo al depa. No es de sorprender que sea el personaje de Toña quien se robe el cuadro. Es quien, por decirlo así, lleva el ritmo de la comedia dentro de la escena. Reparte la acción entre los demás actores, y les da pie para que desarrollen su capacidad de improvisar, siempre en el terreno de la comedia de situación y la sátira. El ensamble funciona bastante bien.


El clásico mexicano


Loza ha sabido plasmar en sus personajes masculinos esa debilidad del mexicano por el desmadre y la indisciplina, por el engaño y la infidelidad. Y es en este retrato del clásico mexicano, donde la comedia de 40 y 20 encuentra su humor. Un humor que navega entre la sexy comedia, la sátira y la carrilla. En efecto, 40 y 20 es una serie dirigida a los hombres; no apta para feministas encapuchadas, ni anti machos. Porque don Paquis es calenturiento y machín de corazón. En este sentido la elección de Jorge Van Rankin como el protagonista ha significado un acierto. Supieron ver en Van Rankin no al actor, que no lo es, sino al tipo de carne y hueso. Y le dejaron ser tan auténtico y espontáneo como podría serlo en su vida diaria, de tal suerte que crearon un personaje bonachón y de sangre liviana, que conecta plenamente con Toña y los demás personajes secundarios como la Chío (Mónica Huarte) la ex esposa de don Paquis; el Borre (Oswaldo Zárate), y por supuesto el canijo del Brayan.



Cuestión de humor


Las tramas que se plantean en los episodios de 25 minutos de duración no son especialmente sofisticadas. Algunas veces, todo se reduce a encontrar un pretexto para que los personajes hagan una fiesta o se vayan de antro a ver qué morrita se ligan. Lo cierto es que más allá de la simpleza de las historias que presenta, 40 y 20 ha sido exitosa en la medida que sus personajes han logrado conectar con el temperamento de una buena parte del público masculino, que hoy, en plena efervescencia de las series vía streaming, pareciera añorar aquella comedia arrabalera, en el que actores como Luis de Alba, Alfonso Zayas y la Pelangocha eran los reyes del humor sexual.


No, no es el humor intelectual de Eugenio Derbez, basado tanto en el absurdo, como en los juegos de palabras y frases de doble sentido. Tampoco es ese humor naif del Chavo del Ocho, ni el humor fresón y somnífero de series como Cómo Sobrevivir Soltero o Ninis. No. El humor de 40 y 20 es más popular, más lacra. Surge de la cábula, de la parranda entre compas, del ligue con las morras en el antro al calor de un alipús. He aquí un buen ejemplo de una serie que ha logrado conjuntar un elenco memorable con dos conceptos universales: la fiesta y el sexo. ¿A qué solterón o divorciado no le gustaría tener un pegue con las morras como el que tiene don Paquis? ¿Quién no quisiera en su cantón un ama de llaves como la Toña: alcahueta, jaladora y bien cábula? ¿Qué mexicano, por muy fifí o chairo que sea, no lleva dentro a un don Paquis en potencia?